Según todo lo presentado en el Antiguo Testamento, Dios se casó con Israel en el monte Sinaí (véase la nota Éx. 20:62). Dios, en conformidad con Su concepto y deseo, quería ser un Marido para Israel y quería que Israel fuese Su esposa, quien viviría en el más íntimo contacto con Él en esta maravillosa unión matrimonial. Al redactar los libros de historia, Samuel puso Jueces después de Josué para mostrarnos la vida que llevó Israel con respecto a su Marido. Según lo revela este libro, Israel —en su corazón— no deseaba ser la esposa de Jehová; ella abandonó a Dios, su Marido, y como una ramera, fue en pos de otros dioses para adorarlos (Jue. 2:11-13, 17; 3:7; 8:33; 10:6; cfr. Jer. 11:13; Ez. 16:25-26; Os. 1:2; 2:2). Después del relato sobre Judá y Caleb en Jue. 1:1-20, en la historia de Israel aquí relatada se manifiestan abundantemente la podredumbre y corrupción propias de una ramera. Mientras que Josué es el libro de la historia de Israel donde abundan los relatos de las maravillosas victorias obtenidas por Israel sobre los pobladores de Canaán en presencia de Jehová, Jueces es el libro de la historia de Israel donde abundan los relatos de las vergonzosas derrotas sufridas por Israel a manos de sus enemigos por haber abandonado a Jehová. Éste es el significado intrínseco del libro de Jueces.
El contenido de Jueces consiste en que los hijos de Israel ponen su confianza en Dios, abandonan a Dios, son derrotados por sus enemigos, se arrepienten ante Dios al hallarse en un estado deplorable, son liberados mediante los jueces y después, nuevamente, caen en corrupción (Jue. 1:1-2; 2:11-23; 3:1-11). Éste llegó a ser un ciclo que en Jueces se repitió siete veces.