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Capítulos de libros «La Epístola a Los Hebreos»
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  • Es decir, el Heredero legal, el que recibe todas las cosas de la economía de Dios por herencia. Ya que Él no sólo es el Hijo de Dios sino también el Heredero de Dios, todo lo que Dios el Padre es y tiene le pertenece (Jn. 16:15). En el pasado el Hijo fue el Creador (vs. 2, 10; Jn. 1:3; Col. 1:16; 1 Co. 8:6); en el presente es quien sustenta y sostiene todas las cosas (v. 3); en el futuro será el Heredero, el que reciba todas las cosas (cfr. Ro. 11:36).

  • Esta breve recomendación del Hijo en los vs. 2-3 despliega ante nosotros tanto la persona como la obra del Hijo. El Hijo en Su persona es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. En Su obra Él creó el universo y sustenta y sostiene todas las cosas, y efectuó la purificación de nuestros pecados.

  • En el Antiguo Testamento, Dios habló en los profetas, en hombres movidos por Su Espíritu (2 P. 1:21). En el Nuevo Testamento, Él habla en el Hijo, en la persona del Hijo. El Hijo es Dios mismo (v. 8), es Dios expresado. Dios el Padre está escondido; Dios el Hijo es expresado. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo, como Palabra de Dios (Jn. 1:1; Ap. 19:13) y el hablar de Dios, lo ha declarado con una expresión, explicación y definición plena de Él (Jn. 1:18).

    El Hijo es el centro, el enfoque, de este libro. En la Deidad Él es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. En la creación Él es
    1) el medio por el cual el universo fue hecho (v. 2);
    2) el poder que sustenta y sostiene todas las cosas (v. 3)
    3) el Heredero designado para heredar todas las cosas.
    En la redención Él efectuó la purificación de los pecados del hombre y ahora está sentado a la diestra de Dios en los cielos (v. 3).

    Este libro nos revela el contraste que existe entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. El Antiguo Testamento estaba fundado en la ley de letras y en formalismos, era del hombre, terrenal, temporal y visible, y produjo una religión, el judaísmo. El Nuevo Testamento está fundado en la vida, es espiritual, celestial y permanente, es por fe y está centrado en una sola persona: el Hijo de Dios.

  • Una expresión hebrea que indica el fin de la dispensación de la ley, cuando el Mesías había de ser presentado. Véase Is. 2:2; Mi. 4:1.

  • Lit., muchas porciones. En el Antiguo Testamento, Dios no habló al pueblo una sola vez y de una sola manera, sino en muchas porciones y de muchas maneras: trajo una porción a los patriarcas hablándoles de cierta manera, otra porción por medio de Moisés de otra manera, una porción por medio de David de otra manera, y otras por medio de varios profetas en diversas maneras.

    Es muy apropiado y significativo que este libro, un libro del hablar de Dios, se titule La Epístola a los Hebreos. El primer hebreo fue Abraham (Gn. 14:13), el padre de todos aquellos que se ponen en contacto con Dios por medio de la fe (Ro. 4:11-12). Por lo tanto, Dios es llamado “el Dios de los hebreos” (Éx. 9:1, 13). La raíz de la palabra hebreo significa cruzar. Puede significar específicamente cruzar un río, esto es, cruzar de este lado del río al otro, pasar de un lado a otro. Por lo tanto, un hebreo es uno que cruza ríos. Abraham era tal persona. Desde Caldea, tierra de idolatría, que estaba al otro lado del gran río Éufrates, él cruzó hasta Canaán, tierra de adoración a Dios, la cual estaba a este lado del Éufrates (Jos. 24:2-3). En este libro la intención de Dios en Su hablar era que los judíos que habían creído en el Señor pero todavía persistían en el judaísmo, abandonaran la ley y pasaran a la gracia (Hch. 4:16; 7:18-19; 12:28; 13:9), que abandonaran el antiguo pacto y pasaran al nuevo (Hch. 8:6-7, 13), y que abandonaran el servicio ritual del Antiguo Testamento y pasaran a la realidad espiritual del Nuevo Testamento (Hch. 8:5; 9:9-14); esto es, que dejaran el judaísmo y pasaran a la iglesia (Hch. 13:13; 10:25), que abandonaran las cosas terrenales y pasaran a las celestiales (Hch. 12:18-24), que abandonaran el atrio, donde está el altar, y pasaran al Lugar Santísimo, donde está Dios (Hch. 13:9-10; 10:19-20), que abandonaran el alma y pasaran al espíritu (He. 4:12), y que abandonaran los comienzos de la verdad y la vida y pasaran a la madurez de la vida en la verdad (Hch. 5:11-14; 6:1). Los judíos que creyeron en el Señor no eran los únicos que debían ser tales cruzadores, sino que también deben serlo todos los que se ponen en contacto con Dios por medio de la fe. Éste es el propósito de Dios al hablar en este libro.

  • ¡Dios ha hablado! ¡Alabado sea Él! Sin Su hablar Dios es misterioso. Pero Él se ha revelado al hablar. Ya no es misterioso. Ahora Él es el Dios revelado.

    Este libro pone énfasis en el hecho de que Dios ha hablado y no el hombre. Es por esto que no se identifica su escritor, ni tampoco en ninguna de las citas del Antiguo Testamento se menciona el nombre de la persona que habla. Conforme al concepto de este libro, toda la Escritura es el hablar de Dios. Por esto, al referirse al Antiguo Testamento, este libro siempre dice que es el hablar del Espíritu Santo (Hch. 3:7; 9:8; 10:15-17).

  • Véase la nota He. 1:81.

  • En la economía de Dios, Cristo es Aquel designado por Dios para llevar a cabo Su plan, y nosotros somos Sus socios en los intereses divinos. Él fue ungido por Dios, y nosotros participamos junto con Él de esta unción para el cumplimiento del propósito de Dios. Véase la nota He. 3:141a.

  • Ya que el Hijo es Dios (v. 8), Él es el Señor eterno y permanece para siempre (v. 11).

  • Ésta es la misma palabra griega que también se traduce esprítus Aquí denota vientos, lo cual se relaciona con llama de fuego. Los ángeles son como vientos y como llama de fuego. Ellos son simplemente criaturas, mientras que el Hijo es el Creador. Como criaturas, los ángeles son muy inferiores al Hijo, y como Creador, el Hijo es muy superior a los ángeles.

  • Este versículo se refiere a la segunda venida del Hijo. En Su primera venida Él era el Hijo unigénito de Dios (Jn. 1:14). Por medio del proceso de la resurrección el Hijo unigénito llegó a ser el Primogénito entre muchos hermanos (Ro. 8:29). Por lo tanto, en Su segunda venida Él vendrá como el Primogénito.

  • Hoy se refiere al día de la resurrección (Hch. 13:33). Este capítulo nos da una crónica de Cristo desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. En la eternidad pasada Él era Dios mismo (v. 8); fue el Creador de la tierra y de los cielos (2, vs. 10); es Aquel que sustenta y sostiene todas las cosas (v. 3); es el Heredero de todas las cosas (v. 2); se encarnó para efectuar la redención al ser crucificado (v. 3); fue engendrado como Hijo de Dios en resurrección para impartir vida a los muchos hijos de Dios (v. 5); es el Hijo primogénito de Dios que vendrá otra vez (v. 6); será el Rey en el trono con el cetro en el reino (vs. 8-9); y permanecerá para siempre en la eternidad futura (vs. 11-12).

  • El nombre más destacado es “el Hijo”, un nombre que es plenamente definido en los versículos siguientes.

  • El lugar alto, el tercer cielo, el lugar más alto del universo.

  • O, Grandeza; se refiere a Dios en Su grandeza y dignidad.

  • Este libro, que contiene el concepto de que todas las cosas positivas son celestiales, nos remite al Cristo que está en los cielos. En los Evangelios vemos al Cristo que vivió en la tierra y murió en la cruz para efectuar la redención. En Hechos vemos al Cristo resucitado y ascendido, el cual es propagado y ministrado a los hombres. En Romanos vemos al Cristo que es nuestra justicia para justificación, y nuestra vida para santificación, transformación, conformación a Su imagen, glorificación y edificación. En Gálatas, vemos al Cristo que nos capacita para vivir una vida contraria a la ley, la religión, la tradición y los formalismos. En Filipenses vemos al Cristo que es expresado en el vivir de Sus miembros. En Efesios y Colosenses vemos al Cristo que es la vida, el contenido y la Cabeza del Cuerpo, la iglesia. En 1 y 2 Corintios vemos al Cristo que lo es todo en la vida práctica de la iglesia. En 1 y 2 Tesalonicenses vemos al Cristo que es nuestra santidad con miras a Su regreso. En 1 y 2 Timoteo y en Tito vemos al Cristo que es la economía de Dios, y que nos capacita para saber cómo conducirnos en la casa de Dios. En las Epístolas de Pedro vemos al Cristo que nos capacita para aceptar la disciplina gubernamental de Dios, administrada por medio de los sufrimientos. En las Epístolas de Juan vemos al Cristo que es la vida y la comunión de los hijos de Dios en la familia de Dios. En Apocalipsis vemos al Cristo que camina entre las iglesias en esta era, gobernando el mundo en el reino, en la era venidera, y expresando a Dios con plenitud de gloria en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad. En este libro vemos al Cristo actual, quien está ahora en los cielos como nuestro Ministro (He. 8:2) y nuestro Sumo Sacerdote (He. 4:14-15; 7:26), ministrándonos la vida, la gracia, la autoridad y el poder celestiales y que nos sustenta para que vivamos una vida celestial en la tierra. Él es el Cristo de ahora, el Cristo de hoy, y el Cristo que está en el trono en los cielos, quien es nuestra salvación diaria y nuestro suministro momento a momento.

  • En la tipología del Antiguo Testamento, la expiación solamente podía cubrir los pecados (Sal. 32:1); no podía quitarlos. Así que, los sacerdotes que hacían expiación estaban de pie, día tras día, ofreciendo siempre los mismos sacrificios (He. 10:11), y nunca podían sentarse. Pero el Hijo quitó el pecado (Jn. 1:29) y logró la purificación de los pecados de una vez por todas. Entonces se sentó para siempre (He. 10:10, 12).

  • La expresión en griego denota la palabra hablada. El Hijo sustenta y sostiene todas las cosas no con Su obra, sino con Su palabra hablada, la palabra de Su poder. En la creación todas las cosas llegaron a existir por medio de Él, la Palabra misma (Jn. 1:1-3). El universo fue constituido por la palabra de Dios (He. 11:3): “Él habló, y fue hecho; Él mandó, y subsistió” (Sal. 33:9). En la salvación somos salvos por medio de Su palabra (Jn. 5:24; Ro. 10:8, 17). Por medio de Su palabra es ejercida Su poderosa autoridad (Mt. 8:8-9). Es por medio de Su palabra que Su poder sanador es hecho real para nosotros (Jn. 4:50-51). Aquí se nos dice que Dios habla en el Hijo y que el Hijo sustenta y sostiene todas las cosas con Su palabra. Todo depende de Su hablar. Cuando el Señor habla, todo se pone en orden.

  • El resplandor de la gloria de Dios es semejante al resplandor o al brillo de la luz del sol. El Hijo es el resplandor, el brillo, de la gloria del Padre. Esto se refiere a la gloria de Dios. La impronta de la sustancia de Dios es semejante a la impresión de un sello. El Hijo es la expresión de lo que Dios el Padre es. Esto se refiere a la sustancia de Dios.

  • Lit., los siglos. Los siglos es una expresión judía que significa el universo. En este caso no se refiere al tiempo, sino a la creación (el universo) desarrollada en el tiempo a través de los siglos sucesivos.

  • Aquí oh Dios y el Dios Tuyo en el v. 9 se refieren al Hijo. El Hijo es Dios mismo; por lo tanto, aquí dice: “Oh Dios”. Ya que el Hijo es también hombre, Dios es Su Dios; por consiguiente, en el v. 9 dice: “El Dios Tuyo”.

    La intención de este libro es mostrarles a los creyentes hebreos que la salvación de Dios es superior al judaísmo. En el judaísmo se gloriaban en Dios, en los ángeles, en Moisés, en Aarón el sumo sacerdote y en el Antiguo Testamento con sus rituales. Inicialmente, el escritor hace notar que en la obra salvadora de Dios lo primero en superioridad no sólo es Dios, sino Dios expresado, es decir, Dios el Hijo (vs. 2-3, 5, 8-12). Luego, revela que Cristo es superior a los ángeles (He. 1:4-13; 2:1-18), a Moisés (He. 3:1-6), y a Aarón (4:14—7:28), y que el nuevo pacto de vida hecho por Él es superior al antiguo pacto de la letra (8:1—10:18).

  • Lit., el no tener ley. Véase la nota 1 Jn. 3:42.

  • El Hijo ha sido designado Heredero de todas las cosas (v. 2). Nosotros, Sus creyentes, somos Sus socios, Sus compañeros (v. 9). Así que somos Sus coherederos (Ro. 8:17), no sólo para heredar la salvación, sino también para heredar todas las cosas juntamente con Él (1 Co. 3:21-22). En consecuencia, nosotros juntamente con Él somos los copropietarios del universo, mientras que los ángeles son meramente nuestros siervos, inferiores no sólo a Él sino también a nosotros.

    El Hijo fue designado Heredero. Nosotros somos salvos para ser coherederos Suyos, los que compartimos Su herencia. La “salvación tan grande” mencionada en He. 2:3 tiene la capacidad de salvarnos al grado de hacernos socios junto con Él de Su designación de modo que participemos de todo lo que Él hereda.

    Como compañeros del Hijo, somos la casa de Dios, la verdadera Bet-el, la puerta del cielo, donde el Hijo es la escalera celestial, la cual une la tierra con el cielo y trae los cielos a la tierra. Por esta escalera los ángeles de Dios ascienden y descienden (Gn. 28:12, 16-19; Jn. 1:51) como espíritus ministradores que nos sirven a nosotros, los herederos de tan grande salvación. El contenido de este libro es como la puerta del cielo donde podemos disfrutar a Cristo como Aquel que es celestial y que nos une con el cielo y trae el cielo a nosotros para que seamos un pueblo celestial que lleva una vida celestial sobre la tierra y hereda todas las cosas celestiales. ¿Cómo podían los creyentes hebreos retraerse de esto para volver a su antigua religión y gloriarse en los ángeles? Los ángeles son simplemente siervos que nos ministran.

  • Este libro recalca el hecho de que Cristo lo ha realizado todo para Dios y para nosotros, no dejando nada pendiente. El hecho de que Él esté sentado a la diestra de Dios significa que ha cumplido Su obra y que está descansando allí, esperando una sola cosa: que Dios ponga a Sus enemigos por estrado de Sus pies. Él está sentado en los cielos a la espera de un estrado a fin de obtener pleno descanso.

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