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Capítulos de libros «La Epístola a Los Hebreos»
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  • Véase la nota He. 4:91.

  • O, crea haber llegado muy tarde para ello.

  • Véase la nota He. 4:111.

  • Sólo el códice Sinaítico lo traduce así. Todos los demás mss. antiguos dicen: por no ir ellos [refiriéndose a aquellos que oyeron la palabra] mezclados por la fe con aquellos que oyeron [refiriéndose a Caleb y Josué].

  • U, obstinación, rebelión, terquedad, incredulidad.

  • Josué, que significa Jehová el o la salvación de Jehová (Nm. 13:16), es un nombre hebreo, cuyo equivalente en griego es Jesús. Por lo tanto, Josué tipifica al Señor Jesús, quien introdujo al pueblo de Dios en el reposo.

  • Este “otro día” es “hoy” (He. 3:7, 13, 15; 4:7). Éste es el reposo sabático prometido que queda para nosotros (v. 9).

  • Este reposo sabático es Cristo como nuestro reposo, tipificado por la buena tierra de Canaán (Dt. 12:9; He. 4:8). Cristo es el reposo para los santos en tres etapas:
    1) en la era de la iglesia, como el Cristo celestial, Aquel que reposa de Su obra y está sentado a la diestra de Dios en los cielos, Él es el reposo para nosotros en nuestro espíritu (Mt. 11:28-29);
    2) en el reino milenario, después que Satanás sea quitado de esta tierra (Ap. 20:1-3), Cristo con el reino será el reposo de una manera más plena para los santos vencedores, quienes serán Sus correyes (Ap. 20:4, 6), y quienes participarán de Su reposo y lo disfrutarán;
    3) en el cielo nuevo y la tierra nueva, después que todos los enemigos, incluyendo la muerte, el último enemigo, hayan sido sujetos a Él (1 Co. 15:24-27), Cristo, como Aquel que tiene la victoria sobre todas las cosas, será el reposo en plenitud para todos los redimidos de Dios por la eternidad.
    Sin embargo, el reposo sabático mencionado aquí y tipificado por el reposo de la buena tierra de Canaán abarca sólo las primeras dos etapas de Cristo como nuestro reposo; no incluye la tercera etapa. El reposo en las primeras dos etapas es un premio para los que le buscan diligentemente, quienes no sólo han sido redimidos, sino que también le han disfrutado en una manera plena, llegando a ser así los vencedores; en cambio, el reposo en la tercera etapa no es un premio, sino la porción completa asignada a todos los redimidos. Por lo tanto, en las primeras dos etapas, y especialmente en la segunda, Cristo como nuestro reposo es el reposo sabático mencionado aquí, el reposo que queda para que nosotros diligentemente lo busquemos y entremos en él. En la segunda etapa Cristo tomará posesión de toda la tierra como Su herencia (Sal. 2:8; He. 2:5-6), haciéndola Su reino por mil años (Ap. 11:15). Todos los vencedores que le hayan seguido y disfrutado como su reposo en la primera etapa, tendrán parte en Su reino en el milenio (Ap. 20:4, 6; 2 Ti. 2:12). Además, ellos heredarán la tierra (Mt. 5:5; Sal. 37:11), donde algunos tendrán autoridad sobre diez ciudades y otros sobre cinco (Lc. 19:17, 19), y participarán del gozo de su Señor (Mt. 25:21, 23). Éste será el reposo del reino, tipificado por el reposo que consiste en entrar en la buena tierra de Canaán. El reposo de la buena tierra era la meta de todos los hijos de Israel, quienes habían sido redimidos y liberados de Egipto; de igual manera, el reposo del reino venidero es la meta de los creyentes neotestamentarios, quienes han sido redimidos y salvos del mundo. Ahora todos vamos en camino a esa meta.

    La plena salvación de Dios, la cual Él quería que los hijos de Israel recibieran, incluía la redención mediante el cordero de la Pascua, el éxodo de Egipto, el alimentarse del maná celestial, el saciar la sed con el agua viva que salió de la roca herida, y la participación de la buena tierra de Canaán. Todos los hijos de Israel participaron del cordero pascual, del maná celestial y del agua viva, pero de todos los que tomaron parte en el éxodo de Egipto, sólo Josué y Caleb entraron en la buena tierra y participaron de ella; todos los demás cayeron postrados en el desierto (Nm. 14:30; 1 Co. 10:1-11). Aunque todos fueron redimidos, sólo los dos vencedores, Josué y Caleb, recibieron el premio de la buena tierra.

    El cordero pascual, el maná celestial, el agua viva y la buena tierra de Canaán tipifican diferentes aspectos de Cristo. Según lo que se describe con las experiencias de los hijos de Israel, no todos los creyentes que hayan sido redimidos por medio de Cristo participarán de Cristo como premio, como su reposo y satisfacción, en la era de la iglesia y en el reino venidero; sólo aquellos que, después de ser redimidos, busquen a Cristo diligentemente, participarán de Él en tal manera. Ésta es la razón por la cual el apóstol Pablo, aunque había sido completamente redimido, proseguía a la meta para poder ganar a Cristo como premio (Fil. 3:10-14). En Fil. 3 Pablo nos dijo que él había estado en el judaísmo, pero que lo había dejado por causa de Cristo (Fil. 3:4-9). En este libro el escritor mantuvo el mismo concepto, animando a los creyentes hebreos a abandonar el judaísmo y a extenderse hacia Cristo, de tal manera que no perdieran el premio.

  • Puesto que el reposo mencionado en esta porción de la palabra es el Cristo todo-inclusivo, caer de este reposo significa caer de Cristo, es decir, ser reducidos a nada, separados de Cristo (Gá. 5:4). En Gálatas el peligro era que los creyentes de Galacia se volvieran de la libertad de la gracia a la esclavitud de la ley (Gá. 5:1-4). Pablo les aconsejó que permanecieran firmes en la libertad de la gracia, esto es, que no fueran reducidos a nada, separados de Cristo. En este libro, el peligro era que los creyentes hebreos no abandonaran su antigua religión, la cual concordaba con la ley, y no se extendieran al disfrute de Cristo como su reposo. Si ellos continuaban titubeando en la antigua religión, es decir, en el judaísmo, quedarían privados de Cristo, su reposo. El escritor de este libro los animó sinceramente, como compañeros de Cristo, a que avanzaran con Cristo y entraran en el reposo, para que ellos, quienes participaban de Él, pudieran disfrutar a Cristo como su reposo.

  • Véase la nota He. 4:61a.

  • La palabra griega denota la palabra constante de Dios. Aquí se refiere a lo dicho en He. 3:7-19; 4:1-11, citado del Antiguo Testamento (como lo indica la palabra porque al principio de este versículo). Esta palabra es viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos.

  • Según la Biblia, el hombre es un ser tripartito: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23). En este versículo se mencionan las coyunturas y los tuétanos —que son partes del cuerpo— junto con el alma y el espíritu.

    Los versículos anteriores describen a los hijos de Israel como los que no alcanzaron a entrar en el reposo de la buena tierra. En cuanto a ellos había tres lugares:
    1) Egipto, de donde fueron liberados;
    2) el desierto, en el cual vagaron
    3) Canaán, adonde entraron.
    La historia de ellos en estos tres lugares representa las tres etapas de su participación de la plena salvación de Dios. Esto es un tipo de nosotros, los creyentes neotestamentarios, en nuestra participación de la plena salvación de Dios. En la primera etapa recibimos a Cristo y somos redimidos y liberados del mundo. En la segunda etapa empezamos a vagar en nuestra búsqueda del Señor; y nuestro vagar siempre ocurre en el alma. En la tercera etapa participamos de Cristo y le disfrutamos de una manera plena; esto lo experimentamos en nuestro espíritu. Cuando vamos en pos de placeres materiales y pecaminosos, estamos en el mundo, tipificado por Egipto. Cuando vagamos en nuestra alma, estamos en el desierto. Cuando disfrutamos a Cristo en nuestro espíritu, estamos en Canaán. Cuando los israelitas vagaban por el desierto, no dejaban de murmurar, argumentar y hacer recriminaciones. Esto ocurrió indudablemente en su alma, y no en su espíritu. Pero Caleb y Josué creyeron en la palabra de Dios, obedecieron al Señor y prosiguieron hacia la meta. Esto lo hicieron sin duda en su espíritu, y no en su alma. En aquel entonces los destinatarios de este libro, los creyentes hebreos, se preguntaban qué debían hacer con su antigua religión hebrea. El interrogante que tenían en su mente constituía un vagar en su alma, y no una experiencia de Cristo en su espíritu. Así que, el escritor de este libro les dijo que la palabra de Dios, es decir, lo citado del Antiguo Testamento, podía penetrar en su incertidumbre como una cortante espada de dos filos, y hacer una división entre el alma y el espíritu de ellos. Así como el tuétano está escondido en lo profundo de las coyunturas, así el espíritu está en lo profundo del alma. Para que el tuétano sea dividido de las coyunturas se requiere principalmente que las coyunturas sean quebradas. Según el mismo principio, para que el espíritu sea dividido del alma se requiere que el alma sea quebrantada. El alma de los creyentes hebreos, con su mente llena de preguntas, con sus dudas respecto del camino de la salvación de Dios, y con su preocupación por sus propios intereses, tenía que ser quebrantada por la palabra de Dios que es viva y eficaz y que penetra hasta hacer una separación entre el espíritu y el alma de ellos.

    Nuestra alma es nuestro yo (Mt. 16:25; cfr. Lc. 9:25). Al seguir al Señor debemos negar nuestra alma, nuestro yo (Mt. 16:24; Lc. 9:23). Nuestro espíritu es la parte más profunda de nuestro ser, el órgano espiritual con el cual tocamos a Dios (Jn. 4:24; Ro. 1:9). En nuestro espíritu somos regenerados (Jn. 3:6). En nuestro espíritu mora y obra el Espíritu Santo (Ro. 8:16). En nuestro espíritu disfrutamos a Cristo y Su gracia (2 Ti. 4:22; Gá. 6:18). Por lo tanto, el escritor de este libro les aconsejó a los creyentes hebreos que no titubearan en su alma errante, a la cual ellos se tenían que negar, sino que prosiguieran a su espíritu para participar del Cristo celestial y disfrutarle para que así pudieran participar del reposo del reino durante Su reinado en el milenio. Si ellos titubeaban en su alma errante, no llegarían a la meta de Dios y sufrirían la pérdida del pleno disfrute de Cristo y del reposo del reino.

  • Nuestro espíritu es el órgano con el cual tenemos contacto con Dios (Jn. 4:24), mientras que nuestro corazón es el órgano con el cual amamos a Dios (Mr. 12:30). Nuestro espíritu toca, recibe, contiene y experimenta a Dios. Sin embargo, esto requiere que nuestro corazón ame primero a Dios. Nuestra alma está compuesta de tres partes: la mente, la voluntad y la parte emotiva; y nuestro espíritu también está compuesto de tres partes: la conciencia, la comunión y la intuición. Nuestro corazón no está separado de nuestra alma y espíritu, pues se compone de todas las partes de nuestra alma más la conciencia, una parte de nuestro espíritu. Por lo tanto, en nuestro corazón están la mente con los pensamientos y la voluntad con las intenciones. Los pensamientos afectan las intenciones, y las intenciones llevan a cabo los pensamientos. La palabra viva de Dios discierne los pensamientos de nuestra mente y las intenciones de nuestra voluntad. Lo que el escritor citó de la palabra de Dios en los versículos anteriores puso al descubierto cuáles eran y dónde estaban los pensamientos y las intenciones de los creyentes hebreos, mientras ellos titubeaban en el proceso de su salvación.

  • Es decir, excelente, maravilloso, glorioso y lo más honorable. Cristo es grandioso en Su persona (He. 1:5, 8; 2:6), en Su obra (He. 1:3; 9, 10, 14-15, 2:17; 3:5-6; 4:8-9; Hch. 2:24, 27) y en lo que ha logrado (He. 6:20; 9:24; 2:9).

  • Primero el Señor Jesús fue enviado por Dios a nosotros por medio de la encarnación (He. 2:14) para ser nuestro Apóstol (He. 3:1), nuestro Autor, nuestro Líder (He. 2:10), Aquel que es superior a Moisés (He. 3:3), y nuestro verdadero Josué (He. 4:8), para introducirnos a nosotros, Sus socios (He. 1:9; 3:14), en la gloria y en el reposo (He. 2:10; 4:11). Después Él regresó de nosotros a Dios por medio de la resurrección y la ascensión (He. 5:5-6) a fin de ser nuestro Sumo Sacerdote, quien está delante de Dios llevándonos sobre Sí y encargándose de todas nuestras necesidades (He. 2:17-18; 4:15).

  • Habiendo despojado a los principados y autoridades (Col. 2:15), habiéndose levantado del Hades (Hch. 2:24, 27), y habiendo traspasado los cielos, nuestro Sumo Sacerdote ahora está sentado en el trono a la diestra de Dios.

  • Se refiere a la fe.

  • Sin lugar a dudas, el trono mencionado aquí es el trono de Dios, el cual está en el cielo (Ap. 4:2). El trono de Dios es el trono de autoridad para todo el universo (Dn. 7:9; Ap. 5:1). Sin embargo, para nosotros los creyentes llega a ser el trono de gracia, representado por la cubierta expiatoria que estaba en el Lugar Santísimo (Éx. 25:17, 21). Este trono es el trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:1). ¿Cómo podemos nosotros acercarnos al trono de Dios y del Cordero, de Cristo, que está en los cielos, si todavía estamos en la tierra? La clave está en nuestro espíritu, al cual se refiere el v. 12. El mismo Cristo que está sentado en el trono en los cielos (Ro. 8:34) ahora también está en nosotros (Ro. 8:10), es decir, en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), donde está la habitación de Dios (Ef. 2:22). En Bet-el, la casa de Dios, la habitación de Dios, la cual es la puerta del cielo, Cristo es la escalera que une la tierra con el cielo, y trae el cielo a la tierra (Gn. 28:12-17; Jn. 1:51). Puesto que hoy en día nuestro espíritu es el lugar donde Dios habita, ahora este espíritu es la puerta al cielo, donde Cristo es la escalera que nos une a nosotros, los moradores de la tierra, con el cielo, y nos trae el cielo. Por lo tanto, cada vez que nos volvemos a nuestro espíritu, pasamos por la puerta del cielo y tocamos el trono de gracia que está en el cielo, por medio de Cristo como la escalera celestial.

  • La misericordia y la gracia de Dios son la expresión de Su amor. Cuando estamos en una condición miserable, primero la misericordia de Dios llega hasta nosotros y nos lleva a una situación en la cual Él puede favorecernos con Su gracia. Lucas He. 15:20-24 nos dice que cuando el padre vio regresar al hijo pródigo, tuvo compasión de él. Eso fue la misericordia, la cual expresó el amor del padre. Luego el padre lo vistió con la mejor túnica y lo alimentó con el becerro engordado. Eso fue la gracia, la cual también manifestó el amor del padre. La misericordia de Dios va más allá y llena el espacio que existe entre nosotros y la gracia de Dios.

    La misericordia y la gracia de Dios siempre están disponibles para nosotros. Sin embargo, necesitamos recibirlas y hallarlas ejercitando nuestro espíritu para acercarnos al trono de la gracia y tener contacto con nuestro Sumo Sacerdote, quien es conmovido por el sentir de nuestra debilidad. Con esto el escritor de este libro animó a los agotados creyentes hebreos a recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro, a fin de que pudieran ser levantados (He. 12:12).

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