Es decir, con doblez (véase la nota Jac. 1:81a), con el corazón dividido entre dos partidos: Dios y el mundo. Esto hace que las personas sean adúlteras (v. 4) y pecadoras, seres que necesitan que sus corazones sean purificados y sus manos lavadas para poder acercarse a Dios y para que luego Dios pueda acercarse a ellas.
