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Capítulos de libros «La Primera Epístola de Juan»
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  • La palabra griega traducida hijitos era usada a menudo por personas de edad al dirigirse a los más jóvenes. “Es un término que denota afecto paternal. Se aplica a los cristianos sin tener en cuenta el crecimiento. Se usa en los vs. 12, 28; 3:7, 18; 4:4; 5:21; Jn. 13:33; Gá. 4:19 ” (Darby). El apóstol, ya entrado en años, consideraba como amados hijos suyos en el Señor a todos los destinatarios de su epístola. En los vs. 13-27 los clasificó en tres grupos: niños, jóvenes y padres. Los vs. 1-12 y vs. 28-29 están dirigidos a todos los destinatarios en general, y los vs. 13-27, a los tres grupos respectivamente, según su crecimiento en la vida divina.

  • Se refiere a lo mencionado en 1 Jn. 1:5-10 con respecto a los pecados cometidos por los hijos de Dios, los creyentes regenerados, quienes tienen la vida divina y participan de su comunión (1 Jn. 1:1-4).

  • Estas palabras y la frase si alguno peca indican que todavía es posible que los creyentes regenerados pequen. Aunque ellos poseen la vida divina, es posible que pequen si no viven por la vida divina y no permanecen en su comunión.

  • En el griego este verbo está en aoristo subjuntivo, lo cual denota un hecho aislado, y no una acción habitual.

  • Véase la nota 1 Jn. 1:24e. El Señor Jesús, nuestro Abogado, vive en comunión con el Padre.

  • Aquí este título divino indica que nuestro caso, del cual el Señor Jesús como nuestro Abogado se encarga, es un asunto familiar, un conflicto entre los hijos y el Padre. Por medio de la regeneración nacimos como hijos de Dios. Después de ser regenerados, si pecamos, contra nuestro Padre pecamos. Nuestro Abogado, quien es el sacrificio por nuestra propiciación, toma nuestro caso para restaurar nuestra comunión con el Padre a fin de que permanezcamos en el disfrute de la comunión divina.

  • La palabra griega se refiere a alguien que es llamado a acudir al lado de otro para ayudarle; por ende, un ayudante. Se refiere también a alguien que ofrece ayuda legal o que intercede a favor de otra persona; por consiguiente, un abogado, asesor legal o intercesor. La palabra conlleva la idea de consolar y consolación; por eso, se puede traducir consolador. Se usa en el Evangelio de Juan (1 Jn. 14:16, 26; 15:26; 16:7), refiriéndose al Espíritu de realidad como nuestro Consolador interior, Aquel que atiende nuestro caso o nuestros asuntos (véase la nota Jn. 14:161a). Se usa aquí para referirse al Señor Jesús como nuestro Abogado ante el Padre. Cuando pecamos, Él se encarga de nuestro caso intercediendo (Ro. 8:34) y suplicando por nosotros basándose en la propiciación que logró.

  • Entre todos los hombres, el único justo es nuestro Señor Jesús. Su acto de justicia (Ro. 5:18) en la cruz satisfizo los requisitos del Dios justo tanto a nuestro favor como a favor de todos los pecadores. Solamente Él reúne los requisitos para ser nuestro Abogado, para cuidarnos en nuestra condición de pecadores y para restaurarnos a una condición justa a fin de que haya una relación de paz entre nosotros y nuestro Padre, quien es justo.

  • Es decir, el sacrificio por la propiciación. Véase la nota Ro. 3:252a. El Señor Jesucristo se ofreció a Sí mismo a Dios como sacrificio por nuestros pecados (He. 9:28), no solamente para efectuar nuestra redención sino también para satisfacer las exigencias de Dios, estableciendo así una relación de paz entre nosotros y Dios. Por lo tanto, Él es el sacrificio para nuestra propiciación ante Dios.

  • El Señor Jesús es el sacrificio por la propiciación no sólo por nuestros pecados, sino también por los pecados de todo el mundo. Sin embargo, esta propiciación está supeditada a que el hombre reciba al Señor creyendo en Él. Los incrédulos no experimentan la eficacia de la propiciación, no porque ésta tenga alguna falta, sino debido a que ellos no creen.

  • Los vs. 1-2 concluyen lo dicho en 1 Jn. 1:5-10 con respecto a nuestra confesión y al perdón de pecados, los cuales interrumpen nuestra comunión con Dios. Ésa es la primera condición —el primer requisito— de nuestro disfrute de la comunión de la vida divina. Los vs. 3-11 tratan de la segunda condición —el segundo requisito— de nuestra comunión con Dios: que guardemos la palabra del Señor y amemos a los hermanos.

  • O, percibimos, no en doctrina, sino en experiencia, guardando Sus mandamientos.

  • Lit., hemos llegado a conocer; denota que hemos empezado a conocerle y que le seguimos conociendo hasta el presente. Esto se refiere al conocimiento que tenemos de Dios por experiencia en nuestro andar diario y está relacionado con nuestra comunión íntima con Él.

  • Véase la nota Jn. 13:341a. Así en todo el libro.

  • Véase la nota 1 Jn. 1:64b.

  • Denota la realidad de Dios revelada, tal como nos es transmitida en la palabra divina (véase la nota 1 Jn. 1:64b), la cual revela que guardar los mandamientos del Señor debe venir después de conocerle. Si decimos que conocemos al Señor, pero no guardamos Sus mandamientos, la verdad (la realidad) no está en nosotros, y nos hacemos mentirosos.

  • Palabra es sinónimo del término mandamientos que aparece en los vs. 3-4. Aquí la palabra abarca todos los mandamientos. Mandamientos recalca que es una orden judicial; palabra implica espíritu y vida como suministro para nosotros (Jn. 6:63).

  • La palabra griega denota un amor más elevado y más noble que el afecto humano (véase la nota 2 P. 1:71a y la nota 2 P. 1:72b). Cuando esta epístola habla de amor, solamente se usa esta palabra griega con sus formas verbales. Aquí el amor de Dios denota nuestro amor hacia Dios, el cual es generado por Su amor dentro de nosotros. El amor de Dios, la palabra del Señor y Dios mismo están relacionados entre sí. Si guardamos la palabra del Señor, el amor de Dios ha sido perfeccionado en nosotros. Es exclusivamente un asunto de la vida divina, la cual es Dios mismo. El amor de Dios es Su esencia interna, y la palabra del Señor nos abastece de esta esencia divina con la cual amamos a los hermanos. Por lo tanto, cuando guardamos la palabra divina, el amor divino es perfeccionado mediante la vida divina, por la cual vivimos.

  • Es decir, en el Señor Jesucristo (v. 1). Con esta expresión se recalca claramente que somos uno con el Señor. Puesto que somos uno con el Señor, quien es Dios, Su esencia de amor llega a ser nuestra. Nos es suministrada por la palabra de vida del Señor para que andemos en amor a fin de disfrutar la comunión de la vida divina y permanecer en la luz divina (v. 10).

  • Estar en Cristo es el comienzo de la vida cristiana. Cuando Dios nos puso en Cristo, lo hizo una vez y para siempre (1 Co. 1:30). Permanecer en Cristo es la continuación de la vida cristiana. Ésta es la responsabilidad que tenemos en nuestro andar cotidiano, un andar que es una réplica del andar que Cristo tuvo sobre la tierra. Véase la nota 1 Jn. 2:278.

  • Lit., Aquél; se refiere a Jesucristo.

  • El mandamiento dado por el Señor en Jn. 13:34, el cual es la palabra que los creyentes oyeron y tuvieron desde el principio.

  • En el sentido relativo. Véase la nota 1 Jn. 1:12, párr. 2.

  • El mandamiento acerca del amor fraternal es tanto antiguo como nuevo: antiguo, porque los creyentes lo han tenido desde el principio de su vida cristiana; nuevo, porque en su andar cristiano este mandamiento amanece con nueva luz y brilla con nuevo resplandor y poder fresco una y otra vez.

  • Este pronombre relativo griego neutro no se refiere a la palabra traducida mandamiento, la cual tiene género femenino. Debe de referirse al hecho de que el mandamiento antiguo acerca del amor fraternal es nuevo en el andar cristiano de los creyentes. El hecho de que el mandamiento antiguo sea nuevo es verdadero en el Señor, dado que Él no solamente lo dio a Sus creyentes, sino que también lo renueva continuamente en el andar cotidiano de ellos. También es verdadero en los creyentes, puesto que no solamente lo recibieron una sola vez y para siempre, sino que también los ilumina y refresca repetidas veces.

  • Esto significa que las tinieblas se van desvaneciendo ante el resplandor de la luz verdadera. La luz verdadera es la luz del mandamiento del Señor. Debido a que esta luz resplandece, el mandamiento tocante al amor fraternal brilla en las tinieblas, haciendo que el mandamiento antiguo sea siempre nuevo y fresco a lo largo de nuestra vida cristiana.

  • La luz es la expresión de la esencia de Dios y la fuente de la verdad (véase la nota 1 Jn. 1:53b). El amor divino está relacionado con la luz divina, es contrario al odio satánico, el cual está relacionado con las tinieblas satánicas. Aborrecer a un hermano en el Señor es señal de estar en tinieblas (v. 11). Del mismo modo, amar a un hermano es señal de permanecer en la luz (v. 10). El amor nos hace permanecer en la luz, y ésta nos hace amar a los hermanos.

  • Permanecer en la luz depende de permanecer en el Señor (v. 6), de lo cual nace el amor para con los hermanos.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:91.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:91.

  • La palabra griega significa alejarse.

  • En Jn. 12:35, 40, las tinieblas son el resultado de ser cegado; aquí es al revés.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:11.

  • El perdón de los pecados constituye el elemento básico del evangelio de Dios (Lc. 24:47; Hch. 5:31; 10:43; 13:38). Por medio de esto, los creyentes que reciben a Cristo son regenerados y llegan a ser hijos de Dios (Jn. 1:12-13).

  • Los creyentes maduros en la vida divina. El apóstol los clasifica en el primer grupo entre los destinatarios de su epístola.

  • El verbo griego está en presente perfecto, lo cual denota que el estado producido continúa vigente: habéis conocido; por lo tanto, conocéis todo el tiempo. Tal conocimiento vivo es el fruto de la experiencia de vida.

  • El Cristo eterno que existe desde siempre, quien es la Palabra de vida desde el principio (1 Jn. 1:1; Jn. 1:1). Conocer como vida a tal Cristo eterno es la característica de los padres maduros y experimentados, quienes no fueron ni podían ser engañados por las herejías que decían que Cristo no era eterno como el Padre. Conocer a Cristo como el Eterno que existe desde el principio nos hará madurar e impedirá que las herejías del modernismo nos engañen.

  • En el sentido absoluto. Véase la nota 1 Jn. 1:12, párr. 2.

  • Los creyentes que han crecido en la vida divina. El apóstol los clasifica como el segundo grupo entre los destinatarios de su epístola.

  • Vencer al maligno es la característica de los creyentes jóvenes crecidos y fuertes, quienes son nutridos, fortalecidos y sustentados por la palabra de Dios, la cual permanece y opera en ellos contra el diablo, el mundo y la concupiscencia del mundo (vs. 14-17).

  • Satanás, el diablo. Véase la nota 1 Jn. 5:194b.

  • La palabra griega es egrapsa, he escrito; en otros mss. es grafo, escribo. Aunque egrapsa, según los mss. más recientemente descubiertos, es más auténtico, grafo, tomado por la versión King James y por J. N. Darby en New Translation, es más lógico según el contexto. En este versículo el apóstol dirige su escrito a cada una de las tres clases de destinatarios, siempre en el tiempo presente. En los versículos siguientes, vs. 14-27, de nuevo se dirige a cada una de estas tres clases, pero siempre en el tiempo aoristo, egrapsa (v. 14, a los padres y a los jóvenes, y el v. 26, cfr. v. 18, a los niños).

  • Los creyentes que acaban de recibir la vida divina. El apóstol los clasifica como el tercer grupo entre los destinatarios de su epístola.

  • El Padre es el origen de la vida divina, de quien han renacido los creyentes (Jn. 1:12-13). Conocer al Padre es el resultado inicial de haber sido regenerados (Jn. 17:3, 6). Por lo tanto, tal conocimiento, ganado por experiencia en la primera etapa de la vida divina, es lo que los califica como niños, quienes son los más jóvenes según la clasificación de Juan.

  • Aunque aquí el griego está en el tiempo aoristo, no se puede deducir que el apóstol haya escrito alguna epístola previa a los mismos destinatarios. Significa que él repite lo que les escribió en el versículo precedente para fortalecer y desarrollar lo que ha dicho. Por consiguiente, significa he escrito.

  • Estas palabras, hasta la expresión permanece en vosotros, refuerzan las palabras habéis vencido, dirigida en el versículo anterior a los jóvenes.

  • Los vs. 15-17 constituyen el desarrollo de las palabras dirigidas a los jóvenes en el v. 13.

  • La palabra griega tiene diferentes acepciones, como sigue: en Mt. 25:34; Jn. 17:5; Hch. 17:24; Ef. 1:4 y Ap. 13:8, denota el universo material como un sistema creado por Dios. En Jn. 1:29; 3:16 y Ro. 5:12, denota la humanidad caída, a la cual Satanás corrompió y usurpó para que los seres humanos fueran hechos componentes de su sistema mundial maligno. En 1 P. 3:3 denota adorno u ornamento. Aquí, como en Jn. 15:19; 17:14 y Jac. 4:4, denota un orden, algo preestablecido, un conjunto de cosas dispuestas en forma ordenada, por ende, un sistema ordenado (establecido por Satanás, el adversario de Dios), y no denota la tierra. Dios creó al hombre para que viviese sobre la tierra con miras al cumplimiento de Su propósito. Pero Su enemigo, Satanás, a fin de usurpar al hombre creado por Dios, estableció en la tierra un sistema mundial opuesto a Dios al sistematizar a los hombres con la religión, la cultura, la educación, la industria, el comercio, el entretenimiento, etc., por medio de la naturaleza caída de los hombres, por sus concupiscencias, placeres, pasatiempos, y aun por el exceso con que atienden a cosas necesarias tales como: el alimento, la ropa, la vivienda y el transporte (véase la nota Jn. 12:312). La totalidad de este sistema satánico yace en poder del maligno (1 Jn. 5:19). No amar tal mundo es la base para vencer al maligno. Amarlo sólo un poco, da lugar a que el maligno nos derrote y ocupe nuestro ser.

  • O, amor al Padre; se refiere al amor del Padre dentro de nosotros, el cual llega a ser nuestro amor hacia Él. Amarle con tal amor es amarle con el mismo amor con el cual Él nos amó a nosotros y que ahora disfrutamos.

  • El mundo está en contra del Padre; el diablo está en contra del Hijo (1 Jn. 3:8); y la carne está en contra del Espíritu (Gá. 5:17).

  • Los deseos de la carne son el intenso apetito del cuerpo; los deseos de los ojos son el intenso apetito del alma estimulado por los ojos; y la vanagloria de la vida es el orgullo, la jactancia y la exhibición vanas de las cosas materiales, de la vida presente. Éstos son los componentes del mundo.

  • La palabra griega denota la vida física y se refiere a esta vida presente; es diferente de la palabra traducida vida en 1 Jn. 1:1-2, la cual se refiere a la vida divina.

  • Así como el mundo está contra Dios el Padre, así también las cosas que están en el mundo (v. 15), las cuales constituyen la concupiscencia del mundo, están contra la voluntad de Dios. La concupiscencia del mundo, junto con el que ama al mundo, se desvanece, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

  • Véase la nota 1 Jn. 1:65. Es decir, hace la voluntad de Dios de manera habitual y continua, no sólo ocasionalmente.

  • Se refiere a los niños del v. 13, quienes forman el tercer grupo de destinatarios. Los vs. 18-27, que recalcan el conocimiento de vida (vs. 20-21), refuerzan la frase “porque conocéis al Padre”, dirigida a ellos mismos en el v. 13.

  • Un anticristo es diferente de un Cristo falso (Mt. 24:5, 24). Un Cristo falso es uno que, con engaños, quiere hacerse pasar por Cristo, mientras que un anticristo es alguien que niega la deidad de Cristo al declarar que Jesús no es el Cristo, en otras palabras, niega al Padre y al Hijo al declarar que Jesús no es el Hijo de Dios (v. 22 y la nota 2; v. 23), al no confesar que Él vino en la carne por medio de la concepción del Espíritu Santo (1 Jn. 4:2-3).

  • En tiempos del apóstol, muchos herejes, como los gnósticos, los cerintianos y los docetas, enseñaban herejías con respecto a la persona de Cristo, es decir, con respecto a Su divinidad y Su humanidad.

  • Estos anticristos no eran nacidos de Dios y no tenían parte en la comunión de los apóstoles y de los creyentes (1 Jn. 1:3; Hch. 2:42); por consiguiente, ellos no pertenecían a la iglesia, es decir, al Cuerpo de Cristo.

  • Permanecer con los apóstoles y con los creyentes es permanecer en la comunión del Cuerpo de Cristo.

  • La unción es el mover y el obrar del Espíritu compuesto que mora en nosotros, el cual es plenamente tipificado por el aceite de la unción, el ungüento compuesto mencionado en Éx. 30:23-25 (véase el Estudio-vida de Éxodo, los mensajes 157-166 y la nota Fil. 1:193c). El Espíritu vivificante y todo-inclusivo que proviene de Aquel que es el Santo, entró en nosotros cuando fuimos regenerados, y permanece en nosotros para siempre (v. 27); por Él los niños conocen al Padre (v. 13) y conocen la verdad (v. 21).

  • Algunos mss. dicen: vosotros conocéis todas las cosas.

  • Denota la realidad de la Trinidad Divina, especialmente de la persona de Cristo (vs. 22-25), tal como lo enseña la unción divina (vs. 20, 27). Véase la nota 1 Jn. 1:66.

  • Este conocimiento se adquiere mediante la unción del Espíritu vivificante que mora en nosotros. Es un conocimiento en la vida divina bajo la luz divina, un conocimiento interno que tiene su origen en nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu compuesto; no es el conocimiento mental producido por un estímulo externo.

  • Ésta es la herejía de Cerinto, un heresiarca sirio del primer siglo, de ascendencia judía y educado en Alejandría. Su herejía era una mezcla de judaísmo, gnosticismo y cristianismo. Él hacía una distinción entre el hacedor (creador) del mundo y Dios, y representaba a ese hacedor como un poder subordinado. Él enseñaba el adopcionismo, diciendo que Jesús era simplemente Hijo adoptivo de Dios y que llegó a ser Hijo de Dios al ser exaltado a una posición que no era Suya por nacimiento; de este modo negaba que Jesús hubiese sido concebido por el Espíritu Santo. Cerinto en su herejía separaba al Jesús terrenal, considerado como hijo de José y María, del Cristo celestial, y enseñaba que después que Jesús fue bautizado, Cristo como una paloma descendió sobre Él, y entonces anunció al Padre desconocido e hizo milagros. Además, enseñaba que Cristo, al final de Su ministerio, se separó de Jesús y que Jesús sufrió la muerte sobre la cruz y resucitó de los muertos, mientras Cristo permanecía separado como un ser espiritual, y también enseñaba que, por último, Cristo se volverá a unir al hombre Jesús cuando venga el reino mesiánico de gloria.

  • Confesar que Jesús es el Cristo es confesar que Él es el Hijo de Dios (Mt. 16:16; Jn. 20:31). Por lo tanto, negar que Jesús es el Cristo es negar al Padre y al Hijo. Cualquiera que niegue la persona divina de Cristo es un anticristo.

    implícito que Jesús, Cristo, el Padre y el Hijo son uno solo, puesto que negar al uno equivale a negar al otro. Ellos son los elementos, los ingredientes, del Espíritu compuesto y todo-inclusivo que mora en nosotros, quien ahora unge a los creyentes todo el tiempo (vs. 20, 27). En esta unción, Jesús, Cristo, el Padre y el Hijo son impartidos a nuestro interior por medio de la unción.

  • Puesto que el Hijo y el Padre son uno (Jn. 10:30; Is. 9:6), negar al Hijo significa no tener al Padre, y confesar al Hijo es tener al Padre. Negar al Hijo aquí se refiere a negar la deidad de Cristo, negar que el hombre Jesús sea Dios. Ésta es una gran herejía.

  • La Palabra de vida, es decir, la Palabra de vida eterna que los creyentes oyeron desde el principio (1 Jn. 1:1-2). No negar sino confesar que el hombre Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (v. 22), es permitir que la Palabra de vida eterna permanezca en nosotros. Al hacer esto permanecemos en el Hijo y en el Padre, y no somos descarriados por las enseñanzas heréticas acerca de la persona de Cristo (v. 26). Esto muestra que el Hijo y el Padre son la vida eterna que nos regenera y que podemos disfrutar. En dicha vida eterna tenemos comunión con Dios y unos con otros (1 Jn. 1:2-3, 6-7), y vivimos en nuestro andar diario (v. 6; 1:7).

  • En el sentido relativo (véase la nota 1 Jn. 1:12, párr. 2).

  • Véase la nota 1 Jn. 2:278.

  • El pronombre singular Él, refiriéndose al Hijo y al Padre mencionados en el versículo precedente, indica que el Hijo y el Padre son uno. En cuanto a nuestra experiencia de la vida divina, el Hijo, el Padre, Jesús y Cristo son uno. No es cierto que solamente el Hijo, y no el Padre, sea la vida eterna para nosotros. Jesús, quien es el Cristo y tanto el Hijo como el Padre, es la vida divina y eterna para nosotros como nuestra porción.

  • En el Evangelio de Juan, como en 1 Jn. 3:15; 4:14; 6:40, 47; 10:10; 11:25 y 1 Jn. 17:2-3.

  • Según el contexto de los vs. 22-25, la vida eterna es simplemente Jesús, Cristo, el Hijo y el Padre; todos ellos componen la vida eterna. Por lo tanto, la vida eterna también es un elemento del Espíritu compuesto y todo-inclusivo que mora en nosotros y que actúa en nosotros.

  • Esto indica que esta sección de la Palabra fue escrita con el fin de vacunar a los creyentes con la verdad de la Trinidad Divina para contrarrestar las herejías en cuanto a la persona de Cristo.

  • O, engañan. Desviar a los creyentes es distraerlos de la verdad con respecto a la deidad y la humanidad de Cristo por medio de enseñanzas heréticas acerca de los misterios de lo que Cristo es.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:251.

  • Esto se refiere al hecho de que el Espíritu todo-inclusivo, compuesto y vivificante mora en nosotros (Ro. 8:9, 11).

  • Con respecto al hecho de que la Trinidad Divina mora en nosotros (Jn. 14:17, 23), no necesitamos que nadie nos enseñe; por la unción del Espíritu compuesto y todo-inclusivo, quien está compuesto de la Trinidad Divina, nosotros conocemos y disfrutamos al Padre, al Hijo y al Espíritu como nuestra vida y suministro de vida.

  • No se trata de una enseñanza externa dada por medio de palabras, sino de una enseñanza interna dada por medio de la unción, a través de estar interna y espiritualmente conscientes. Esta enseñanza por medio de la unción agrega a nuestro ser interior los elementos divinos de la Trinidad, los cuales son los elementos del Espíritu compuesto que unge. Es semejante a pintar un artículo varias veces: la pintura no solamente da el color, sino que también al agregar capa tras capa, los elementos de la pintura son agregados al artículo que se esté pintando. En esta forma el Dios Triuno es impartido, infundido y agregado a todas las partes internas de nuestro ser a fin de que nuestro hombre interior crezca en la vida divina con los elementos divinos.

  • Conforme al contexto, la frase todas las cosas se refiere a todo lo que tiene que ver con la persona de Cristo, lo cual está relacionado con la Trinidad Divina. La enseñanza que la unción nos da con respecto a estas cosas nos guarda para que permanezcamos en Él (la Trinidad Divina), es decir, en el Hijo y en el Padre (v. 24).

  • La unción en nosotros del Espíritu compuesto y constituido del Dios Triuno, quien es verdadero (1 Jn. 5:20), es una realidad, y no una falsedad. Podemos comprobar esto en nuestra experiencia presente y práctica en nuestra vida cristiana.

  • La palabra griega significa quedarse (en un determinado lugar, estado, relación o expectativa); por lo tanto, significa permanecer y morar. Permanecer en Él es permanecer en el Hijo y en el Padre (v. 24). Esto equivale a permanecer y morar en el Señor (Jn. 15:4-5). También es permanecer en la comunión de la vida divina y andar en la luz divina (1 Jn. 1:2-3, 6-7), es decir, permanecer en la luz divina (v. 10). Debemos practicar esto conforme a la enseñanza de la unción todo-inclusiva a fin de mantener nuestra comunión con Dios (1 Jn. 1:3, 6).

  • Véase la nota 1 Jn. 2:11. Lo escrito a partir del v. 13, dirigido a las tres diferentes clases de destinatarios, termina en el v. 27. El v. 28 se refiere de nuevo a todos los destinatarios. Por consiguiente, se dirige otra vez a “hijitos”, tal como en los vs. 1, 12.

  • Las palabras dirigidas a los tres grupos de destinatarios en los vs. 13-27 concluyen con la exhortación de permanecer en Él como enseña la unción. En esta sección, 1 Jn. 2:28-29; 3:1-24, el apóstol sigue describiendo la vida que permanece en el Señor. Esta sección comienza (v. 28), prosigue (1 Jn. 3:6) y termina (1 Jn. 3:24) con permanecer en Él.

  • Aquí el pronombre Él se refiere indudablemente a Cristo el Hijo, quien ha de venir. Esto, junto con la cláusula anterior permaneced en Él, la cual es una repetición de la frase del versículo anterior que trata de la Trinidad, indica que el Hijo es la corporificación del Dios Triuno y no puede ser separado del Padre ni del Espíritu.

  • Lit., en Su presencia (Su parusía).

  • Véase Mt. 7:23, la nota Mt. 24:511, y Mt. 22:13 y la nota 2.

  • Esto indica que algunos creyentes serán castigados al tener que alejarse avergonzados de Él, de Su gloriosa parusía. Dichos creyentes no permanecen en el Señor (es decir, no persisten en la comunión de la vida divina según la fe pura en la persona de Cristo), sino que son descarriados por las enseñanzas heréticas acerca de Cristo (v. 26).

  • La palabra griega denota la idea de percibir con un conocimiento subjetivo, con una visión interior más profunda. Esto tiene como fin conocer al Señor.

  • Aquí el pronombre Él se refiere al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— de una manera todo-inclusiva, porque se refiere al pronombre Él del versículo precedente, el cual se refiere al Hijo que viene; también se refiere al pronombre Él usado en este versículo, el cual denota al Padre, quien nos ha engendrado. Esto indica claramente que el Hijo y el Padre son uno (Jn. 10:30).

  • Se refiere al Dios justo en 1 Jn. 1:9 y a Jesucristo el Justo en el v. 1 de este capítulo. En estas palabras dirigidas a todos los destinatarios, a partir del v. 28, el apóstol cambia el énfasis, de la comunión de la vida divina (1 Jn. 1:3-10; 2:1-11) y la unción de la Trinidad Divina (vs. 12-27), a la justicia de Dios. La comunión de la vida divina y la unción de la Trinidad Divina deben dar por resultado la expresión del Dios justo.

  • O, sabed que… (imperativo).

  • La palabra griega denota un conocimiento exterior y objetivo (véase la nota Jn. 8:551, la nota Jn. 21:172a y la nota He. 8:111) cuyo fin es conocer al hombre.

  • Véase la nota 1 Jn. 1:65. No se refiere a hacer justicia ocasionalmente y a propósito, como algún acto en particular, sino a practicar la justicia habitual y espontáneamente como parte de nuestra vida cotidiana. Lo mismo se aplica en 1 Jn. 3:7. Se trata de un vivir espontáneo que surge de la vida divina que está dentro de nosotros, con la cual fuimos engendrados por el Dios justo. Por lo tanto, es una expresión viviente de Dios, quien es justo en todos Sus hechos y actos. No es solamente un comportamiento exterior, sino la manifestación de la vida interior; no es meramente algo que nos proponemos hacer, sino la vida misma que fluye desde el interior de la naturaleza divina de la que participamos. Ésta es la primera condición de la vida que permanece en el Señor. Todo esto se debe al nacimiento divino, indicado por las palabras nacido de Él, y el título hijos de Dios en el versículo siguiente (1 Jn. 3:1).

  • Lit., engendrado; y así en todo el libro. Los escritos de Juan sobre los misterios de la eterna vida divina recalcan mucho el nacimiento divino (1 Jn. 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18; Jn. 1:12-13), el cual es nuestra regeneración (Jn. 3:3, 5). ¡En el universo entero nada es más maravilloso que el hecho de que seres humanos puedan ser engendrados por Dios y que pecadores puedan ser hechos hijos de Dios! Por medio de este nacimiento divino tan asombroso hemos recibido la vida divina, la vida eterna (1 Jn. 1:2), como simiente divina sembrada en nuestro ser (1 Jn. 3:9). A partir de esta simiente, todas las riquezas de la vida divina crecen y se expresan desde nuestro interior. Por medio de esto podemos permanecer en el Dios Triuno y expresar la vida divina en nuestro vivir humano, es decir, llevar una vida que no practica el pecado (1 Jn. 3:9), sino que practica la justicia (1 Jn. 2:29), ama a los hermanos (1 Jn. 5:1), vence al mundo (1 Jn. 5:4), y que no puede ser tocada por el maligno (1 Jn. 5:18).

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