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Capítulos de libros «La Epístola de Jacobo (Santiago)»
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  • Hermano del Señor Jesús (Mt. 13:55) y de Judas (Jud. 1:1) en la carne. No fue uno de los doce apóstoles que el Señor escogió mientras estaba en la tierra, pero llegó a ser apóstol después de la resurrección del Señor (Gá. 1:19) y vino a ser el anciano principal de la iglesia en Jerusalén (Hch. 12:17; 15:2, 13; 21:18). Era considerado, junto con Pedro y Juan, una columna de la iglesia, y Pablo lo menciona como el primero entre las tres columnas (Gá. 2:9).

  • Jacobo consideraba al Señor Jesús como igual a Dios. Esto era contrario al judaísmo, el cual no reconocía la deidad del Señor (Jn. 5:18).

  • Se refiere a las tribus de Israel, lo cual indica que esta epístola fue escrita a los cristianos judíos, quienes tenían la fe de nuestro Señor Jesucristo, el Señor de gloria (Jac. 2:1), quienes fueron justificados por la fe (Jac. 2:24), regenerados por la palabra de verdad (v. 18) y en quienes moraba el Espíritu de Dios (Jac. 4:5), y quienes también eran miembros de la iglesia (Jac. 5:14), los cuales esperaban la venida del Señor (Jac. 5:7-8). Sin embargo, el escritor, al llamar a estos creyentes en Cristo “las doce tribus”, tal como fue llamado el pueblo escogido de Dios en Su economía antiguotestamentaria, indica que no tenía una visión clara con respecto a la diferencia entre los cristianos y los judíos, entre la economía neotestamentaria de Dios y la dispensación del Antiguo Testamento. Aparentemente, Jacobo no veía que en el Nuevo Testamento Dios libró de la nación judía a los judíos que creían en Cristo y los separó de ella, a la cual en ese entonces Dios consideró una generación perversa (Hch. 2:40). Dios, en Su economía neotestamentaria, no considera que estos creyentes sean judíos apartados para el judaísmo, sino cristianos apartados para la iglesia. Ellos, como miembros de la iglesia de Dios, deben ser distintos de los judíos y estar separados de ellos al mismo grado que de los gentiles (1 Co. 10:32). Pero Jacobo, una columna de la iglesia, en su epístola a los hermanos cristianos seguía llamándolos “las doce tribus”. (Ésta tal vez sea la razón por la cual dirigió la palabra en Jac. 5:1-6 en general a la clase rica de entre los judíos). Esto era contrario a la economía neotestamentaria de Dios. Véase la nota Jac. 2:21.

  • Véase la nota 1 P. 1:14d. Esta dispersión debe de haber incluido el esparcimiento de los creyentes judíos desde Jerusalén, causado por la persecución que sobrevino después de Pentecostés (Hch. 8:1, 4).

  • Jac. 1:16, 19; 2:1, 5, 14; 3:1, 10, 12; 4:11; 5:7, 9, 10, 12, 19

  • Véase la nota Jac. 1:121.

  • La fe cristiana, la cual Dios dio en Cristo (2 P. 1:1; Jac. 2:1).

  • Aunque Jacobo no tenía una visión clara en cuanto a la diferencia entre la gracia y la ley, su epístola se distingue y sobresale en su presentación de la conducta cristiana, pues da énfasis a la perfección cristiana práctica a fin de que los creyentes sean perfectos y cabales, sin que les falte cosa alguna. Éste se puede considerar el tema principal de esta epístola. Tal perfección en el comportamiento cristiano requiere de las pruebas de la disciplina gubernamental de Dios, y la perseverancia de los creyentes por la virtud del nacimiento divino, obtenido mediante la regeneración por la palabra implantada (vs. 18, 21).

  • Dios en Cristo concibió Su plan eterno y lo llevó a cabo por Su sabiduría (1 Co. 2:7; Ef. 3:9-11; Pr. 8:12, 22-31). Y en Su economía neotestamentaria Dios hizo que Cristo fuera primeramente nuestra sabiduría (1 Co. 1:24, 30). Se necesita la sabiduría de Dios para la perfección cristiana práctica. Por tanto, necesitamos pedirle a Dios sabiduría.

    A la luz del contenido de esta epístola, es evidente que Jacobo no tenía una visión clara con respecto a la economía neotestamentaria de Dios. Sin embargo, sí tenía sabiduría para presentar los asuntos relacionados con la vida cristiana práctica.

  • Jacobo era considerado un hombre de oración. Aquí exhorta a los destinatarios de su epístola a orar pidiendo sabiduría, lo cual da a entender que Dios le dio sabiduría mediante la oración. En esta epístola da énfasis a la oración (Jac. 5:14-18). La oración es una virtud de la perfección cristiana práctica.

  • O, con simplicidad, generosamente, sin reserva (Ro. 12:8; 2 Co. 8:2).

  • Un hombre tacaño no daría nada; si diera algo, lo daría con reproches, con palabras hirientes. Dios, quien da a todos con liberalidad, no actúa así.

  • O, vacilando…vacila.

  • Cuando Dios creó al hombre le dio solamente un alma, que tiene una mente y una voluntad. Cuando un creyente duda en oración, se hace a sí mismo una persona de doble ánimo, como un barco con dos timones, inestable en su rumbo. La fe en oración también es una virtud de la perfección cristiana práctica.

  • O, jáctese, regocíjese. Cuando un hermano de condición humilde se gloría y se regocija en su exaltación, esto le lleva espontáneamente a alabar al Señor (Jac. 5:13). Él no debe gloriarse de una forma secular, es decir, sin alabar al Señor.

  • O, enaltecimiento, condición enaltecida.

  • Es fácil que un hermano de condición humilde se gloríe, se regocije y alabe al Señor en su exaltación. No es fácil que un rico haga esto al ser humillado. Regocijarse y alabar en la exaltación tanto como en la humillación es una virtud de la perfección cristiana práctica.

  • En el v. 6 Jacobo habla del oleaje del mar como ejemplo de un corazón que duda, y en el v. 10 usa la flor de la hierba para representar al hombre rico que se marchita. Aquí presenta el sol que brilla en los cielos con su calor abrasador para mostrar el factor que hace que las riquezas del hombre se marchiten bajo el juicio gubernamental de Dios. En el v. 17 alude a la rotación de los planetas para mostrar la variabilidad, la cual está en contraste con la invariabilidad de Dios el Padre. Al tratar el problema de nuestra lengua en Jac. 3:3-12, usa veinte ejemplos. Además, en Jac. 4:14 menciona el vapor para representar la brevedad de nuestra vida, y en Jac. 5:7-8 evoca la longanimidad del labrador para enseñarnos a esperar la venida del Señor. Él era un hombre sabio y experimentado, que poseía no solamente la experiencia de la vida humana, sino también la sabiduría de la fuente divina obtenida mediante la oración (v. 5; 3:13, 17). Sin embargo, su simpatía y transigencia para con el judaísmo le impidió tener una visión completa de la sabiduría tocante a la economía neotestamentaria de Dios, una visión que Pablo tuvo y que reveló en sus epístolas. Véase la nota Jac. 3:121 y la nota Jac. 3:171a.

  • O, viento abrasador.

  • ¡Qué palabras tan serias dirigidas a los que van en pos de las riquezas! Pero al mismo tiempo, son palabras de consuelo para los ricos que son humillados por la pérdida de sus riquezas.

  • Los vs. 2-12 abarcan el asunto de las pruebas (véase la nota Jac. 1:131a). Las pruebas proceden de las circunstancias de los creyentes y ponen a prueba su fe (vs. 2-3) por medio del sufrimiento (vs. 9-11). Los creyentes deben perseverar bajo las pruebas con todo gozo (v. 2) debido a su amor por el Señor, para recibir la bendición de la corona de vida.

  • Es decir, la aprobación de la fe de los creyentes (v. 3).

  • La gloria, la expresión, de la vida. Los creyentes soportan las pruebas por medio de la vida divina, lo cual llegará a ser su gloria, su expresión, la corona de vida, como galardón para ellos en la manifestación del Señor a fin de que lo disfruten en el reino venidero (Jac. 2:5).

  • La corona de vida mencionada en este versículo, el Padre que engendra junto con Su acción de engendrarnos, de hacernos primicias de Sus criaturas (vs. 17-18, 27), la palabra implantada (v. 21), todo ello indica cuán necesaria es la vida divina para los creyentes.

  • Creer en el Señor es recibir la vida divina para ser salvos; amar al Señor es crecer en la vida divina para madurar, a fin de estar calificados para recibir un galardón —la corona de vida— y disfrutar la gloria de la vida divina en el reino.

  • O, probado. La palabra griega traducida pruebas y prueba en los vs. 2, 12 es el sustantivo de la palabra tentado usada aquí y en el v. 14. Las dos palabras son muy parecidas en el griego y ambas se refieren a ser probado. Ser probado por el sufrimiento externo causado por el entorno es una prueba (v. 2). Ser probado por la seducción interna de la concupiscencia es una tentación (v. 14). En los vs. 2-12 se habla de la prueba; en los vs. 13-21 se habla de la tentación. En cuanto a la prueba, debemos soportarla amando al Señor para obtener la bendición, que es la corona de vida. En cuanto a la tentación, debemos resistirla recibiendo la palabra implantada para obtener la salvación, es decir, la salvación de nuestras almas (v. 21).

  • La palabra griega significa tanto no probado como no susceptible de ser probado; por tanto, no susceptible a tentación, que no puede ni ha de ser tentado.

  • El diablo es el tentador, y no Dios (Mt. 4:3; 1 Ts. 3:5).

  • El tentador, el diablo, es el padre del pecado, el que lo engendra (1 Jn. 3:8, 10), y el que tiene el imperio de la muerte (He. 2:14) por medio del pecado (1 Co. 15:56). Él inyectó el pecado en Adán, y por medio del pecado la muerte pasó a todos los hombres (Ro. 5:12).

  • Dádiva se refiere al acto de dar; don se refiere a lo dado.

  • Aquí las luces se refieren a los luminares celestiales. El Padre es el Creador, el origen, de estos cuerpos brillantes. En Él no hay oscurecimiento causado por rotación (en contraste con los cuerpos celestiales, tales como la luna que crece y mengua al girar, y el sol que puede ser eclipsado por la luna), porque Él no varía ni cambia. Como tal, Él no puede ser tentado por el mal ni tampoco tienta a nadie.

  • O, variabilidad.

  • De Su propia voluntad, por Su intención, con miras a cumplir Su propósito, engendrándonos para que seamos primicias de Sus criaturas.

  • El pecado, la fuente de las tinieblas, engendra la muerte (v. 15). En cambio, el Padre de las luces nos engendró para que seamos primicias de Sus criaturas, y estemos llenos de la vida vigorosa que madura primero. Esto se refiere al nacimiento divino, nuestra regeneración (Jn. 3:5, 6), el cual se lleva a cabo conforme al propósito eterno de Dios.

  • La palabra de la realidad divina, la palabra de lo que el Dios Triuno es (Jn. 1:14, 17). Esta palabra es la simiente de la vida, mediante la cual hemos sido regenerados (1 P. 1:23).

  • Dios renovará toda Su creación para obtener un cielo nuevo y una tierra nueva, donde la Nueva Jerusalén será el centro (Ap. 21:1-2). Primero, Él nos regeneró para que fuéramos primicias de Su nueva creación, lo cual hizo impartiendo Su vida divina en nuestro ser para que llevemos una vida de perfección. Ésta debe de ser la semilla de la perfección cristiana práctica. Esta vida tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén, el centro viviente del nuevo y eterno universo de Dios.

  • O, Sabed esto.

  • El oír nos tienta a hablar, y el hablar es el fuego que enciende la ira (cfr. Jac. 3:6). Si refrenamos nuestro hablar (cfr. v. 26), apagamos nuestra ira. Lo que Jacobo dice aquí, con la intención de fortalecer su perspectiva de la perfección cristiana práctica, tiene el mismo tono que los proverbios del Antiguo Testamento (Pr. 10:19; 14:17).

  • La justicia de Dios no necesita la ayuda de la ira del hombre, la cual no sirve para cumplir la justicia de Dios.

  • Esto compara la palabra de Dios con una planta viva que es sembrada en nuestro ser y crece en nosotros con el fin de producir fruto para la salvación de nuestras almas. Necesitamos recibir tal palabra con mansedumbre, con toda sumisión, y sin resistencia alguna.

  • En este capítulo, la salvación de nuestras almas implica perseverar en las pruebas originadas por las circunstancias (vs. 2-12) y resistir la tentación de la concupiscencia (vs. 13-21). La perspectiva de Jacobo tocante a la salvación de nuestras almas era hasta cierto punto negativa, y no era tan positiva como la de Pablo, quien dijo que nuestra alma puede ser transformada de gloria en gloria por el Espíritu renovador hasta tener la imagen del Señor (Ro. 12:2; Ef. 4:23; 2 Co. 3:18). Véase la nota 1 P. 1:55 y la nota He. 10:393a.

  • La misma palabra usada en 1 P. 1:12.

  • Aquí Jacobo se refiere a la ley mosaica como “la perfecta ley, la de la libertad” (cfr. Jac. 2:12). Es probable que al usar esta expresión él se hubiera basado en Sal. 19:7-8, donde dice que la ley es perfecta y capaz de restaurar el alma, es decir, que ella da libertad a las personas y les alegra el corazón —lo cual hace referencia a la liberación y la libertad— y también en Sal. 119:11, donde dice que atesorar la ley en nuestro corazón nos hace libres del pecado. Jacobo ensalzaba al máximo la letra de la ley del Antiguo Testamento, mezclando la economía neotestamentaria de Dios con la economía del Antiguo Testamento, que ya había perdido vigencia (Hch. 21:18-20). Jacobo consideraba que la ley era el medio primordial para alcanzar la perfección cristiana. En contraste con ello, el apóstol Pablo dijo que la ley no tiene capacidad alguna de perfeccionarnos (He. 7:19; cfr. Gá. 3:3). Cfr. nota Jac. 2:122b.

    En la dispensación neotestamentaria de Dios, Cristo puso fin a la ley (Ro. 10:4; He. 10:9), y los creyentes han sido libertados por Cristo del yugo de esclavitud de la ley (Gá. 5:1), han muerto a la ley (Gá. 2:19) y ya no están bajo la ley sino bajo la gracia (Ro. 6:14; cfr. Jn. 1:17). Más aún, la ley de letras, que fue escrita en tablas de piedra y que era ajena a nuestro ser, ha sido reemplazada por la ley de vida inscrita en nuestros corazones (He. 8:10), cuya norma moral corresponde a la norma de la constitución del reino, promulgada por el Señor en el monte (Mt. caps. 5—7). Puesto que la letra de la ley no pudo darle vida al hombre (Gá. 3:21), sino que sólo pudo poner de manifiesto su debilidad y su fracaso y mantenerlo en esclavitud (Gá. 5:1 y la nota 4), esta era una ley de esclavitud. La ley de vida, en cambio, debe ser considerada como la ley de la libertad debido a que esta ley es la función ejercida por la vida divina, vida que nos fue impartida en nuestra regeneración y que, durante toda nuestra vida cristiana, nos suministra sus inescrutables riquezas a fin de librarnos de la ley del pecado y de la muerte y satisfacer todos los justos requisitos de la ley de letras (Ro. 8:2, 4). Esta ley es la ley de Cristo (1 Co. 9:21), incluso es Cristo mismo, quien vive en nosotros para regularnos al impartir la naturaleza divina en nuestro ser a fin de que llevemos una vida que exprese la imagen de Dios. Es esta ley la que debe ser considerada como la regla básica de la vida cristiana por la cual uno llega a la perfección cristiana práctica.

  • En el griego, las palabras religioso (un adjetivo) y religión (un sustantivo) se refieren al servicio ceremonial y a la adoración a Dios (que implican temor a Dios). Solamente aquí se usa el adjetivo. El sustantivo se usa en un sentido positivo aquí y en el v. 27, en un sentido negativo en Col. 2:18 (traducido culto), y en un sentido general en Hch. 26:5. Lo escrito por Jacobo tocante a la economía neotestamentaria de Dios no es tan sobresaliente como lo escrito por Pablo, Pedro y Juan. Pablo se centra en el hecho de que Cristo vive y es formado en nosotros (Gá. 2:20; 4:19), y de que Cristo es magnificado en nosotros y expresado en nuestro vivir (Fil. 1:20-21), para que nosotros los que formamos la iglesia, Su Cuerpo, lleguemos a ser Su plenitud, Su expresión (Ef. 1:22-23). Pedro da énfasis al hecho de que Dios nos regeneró por medio de la resurrección de Cristo (1 P. 1:3), haciéndonos así participantes de Su naturaleza divina, para que llevemos una vida de piedad (2 P. 1:3-7) y seamos edificados como casa espiritual para expresar Sus virtudes (1 P. 2:5, 9). Juan recalca la vida eterna, la cual nos fue dada para que tengamos comunión con el Dios Triuno (1 Jn. 1:2-3), y el nacimiento divino, el cual introduce en nosotros la vida divina como la semilla divina para que llevemos una vida semejante a la de Dios (1 Jn. 2:29; 3:9; 4:17) y seamos la iglesia, un candelero, la cual lleva el testimonio de Jesús (Ap. 1:9, 11-12) y tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén para expresar a Dios por la eternidad (Ap. 21:2-3, 10-11). De los asuntos que caracterizan el Nuevo Testamento, Jacobo solamente recalca el hecho de que Dios nos engendró (v. 18), el Espíritu que mora en nosotros (Jac. 4:5), y un aspecto menor de la iglesia (Jac. 5:14). No menciona que Cristo es nuestra vida ni que la iglesia es la expresión de Cristo, las dos características más sobresalientes y con carácter dispensacional del Nuevo Testamento. Esta epístola muestra que Jacobo debe de haber sido una persona muy religiosa. Posiblemente debido a esto y a su perfección cristiana práctica él era considerado, junto con Pedro y Juan, una columna de la iglesia en Jerusalén y aun el primero entre ellos (Gá. 2:9). Sin embargo, no tenía una revelación clara de la economía neotestamentaria de Dios en Cristo, pues todavía se encontraba bajo la influencia de la vieja religión judía, cuyos rudimentos eran adorar a Dios con ceremonias y llevar una vida en el temor a Dios. Esto se comprueba por lo dicho en Hch. 21:20-24 y en Jac. 2:2-11 en esta epístola. Jacobo no pudo entrar plenamente a toda la revelación de la economía neotestamentaria de Dios como lo hicieron Pablo, Pedro y Juan debido a que su visión espiritual estaba cubierta por el velo del judaísmo.

  • No refrenar la lengua consiste en ser pronto para hablar (cfr. v. 19) y hablar a la ligera, sin restricción. Esto siempre engaña el propio corazón del que habla, engañando a su conciencia, lo que le hace estar consciente de su corazón.

  • Estas palabras de Jacobo, dichas para fortalecer su perspectiva de la perfección cristiana práctica, denotan cierto elemento de los mandatos del Antiguo Testamento (Dt. 14:29; 12-13, 24:19-21).

  • No ser mundano, no ser manchado por la mundanalidad. Esto también forma parte de la perspectiva que Jacobo tenía tocante a temer a Dios conforme a la perfección cristiana práctica. Por un lado, visitar a los huérfanos y a las viudas es actuar conforme al amoroso corazón de Dios, una característica de la perfección, y por otro, guardarse sin mancha del mundo significa estar separado del mundo conforme a la naturaleza santa de Dios, otra característica de la perfección.

  • Véase la nota Jac. 4:43b.

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