La frase en Éfeso no se encuentra en los mss. más antiguos.
La frase en Éfeso no se encuentra en los mss. más antiguos.
Los santos son aquellos que son hechos santos, que son santificados, apartados para Dios de todo lo profano.
Pablo fue hecho apóstol de Cristo, no por el hombre sino por la voluntad de Dios, conforme a la economía de Dios. Esta posición le dio autoridad para presentar en esta epístola la revelación del propósito eterno de Dios con respecto a la iglesia. La iglesia es edificada sobre esta revelación (Ef. 2:20).
Este libro habla en particular acerca de la iglesia, y la revela en sus siete aspectos, como
1) el Cuerpo de Cristo, la plenitud, la expresión, de Aquel que todo lo llena en todo (v. 23; 4:13);
2) el nuevo hombre (Ef. 2:15), un hombre corporativo, que tiene no sólo la vida de Cristo sino también Su persona;
3) el reino de Dios (Ef. 2:19), con los santos que son sus ciudadanos con sus respectivos derechos y obligaciones;
4) la familia de Dios (Ef. 2:19), la cual está llena de vida y disfrute;
5) la morada de Dios, donde Él puede morar (Ef. 2:21-22), la cual, en el aspecto universal, es un templo santo en el Señor, y en el aspecto local, es la morada de Dios en nuestro espíritu;
6) la novia, la esposa, de Cristo (Ef. 5:24-25) para el reposo y la satisfacción de Cristo
7) el guerrero (Ef. 6:11-12), un guerrero corporativo, que se enfrenta al enemigo de Dios y lo derrota para realizar el propósito eterno de Dios.
Una característica particular de este libro es que habla desde el punto de vista del propósito eterno de Dios, desde la eternidad, y desde los lugares celestiales. En el Nuevo Testamento, este libro ha sido colocado inmediatamente después de la revelación del Cristo que es contrario a la religión (Gálatas) y es seguido por un libro que trata sobre la experiencia práctica de Cristo (Filipenses), y nos conduce al Cristo que es la Cabeza (Colosenses). Así pues, estos cuatro libros son el corazón de la revelación del Nuevo Testamento con respecto a la economía eterna de Dios.
Una mancha es como una partícula ajena en una piedra preciosa. Los escogidos de Dios deben estar saturados únicamente de Dios mismo, sin ninguna partícula ajena, tal como el elemento humano natural y caído, la carne, el yo o las cosas mundanas. Esto es no tener mancha, ni mezcla alguna, ni otro elemento que sea ajeno a la naturaleza santa de Dios. La iglesia, después de ser lavada completamente por el agua en la Palabra, quedará santificada de tal manera (Ef. 5:26-27).
La palabra santos no sólo denota ser santificados, apartados para Dios, sino también ser diferentes, distintos, de todo lo profano. Sólo Dios es diferente, distinto, de todas las cosas. Por lo tanto, Él es santo; la santidad es Su naturaleza. Él nos escogió para que fuésemos santos. Nos hace santos impartiéndose a Sí mismo, el Santo, en nuestro ser, a fin de que todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su naturaleza santa. Para que nosotros, los escogidos de Dios, seamos hechos santos tenemos que ser partícipes de la naturaleza divina de Dios (2 P. 1:4) y permitir que todo nuestro ser sea empapado de Dios mismo. Esto es diferente de solamente la perfección sin pecado o de la pureza inmaculada. Esto hace que nuestro ser sea santo en la naturaleza y el carácter de Dios, tal como lo es Dios mismo.
Esto sucedió en la eternidad pasada. Antes de crearnos, Dios nos escogió según Su presciencia infinita. Esto implica que el mundo, que es el universo, fue fundado para la existencia del hombre a fin de cumplir el propósito eterno de Dios.
El libro de Romanos comienza con los hombres caídos que están sobre la tierra; Efesios comienza con los escogidos de Dios que están en los lugares celestiales.
Después del v. 3, los vs. 4-14 presentan una lista de todas las bendiciones espirituales con las cuales Dios nos bendijo, desde que Él nos eligió en la eternidad hasta la producción del Cuerpo de Cristo para expresarlo a Él por la eternidad. Así que, la elección de Dios es la primera bendición que Él nos otorgó. La elección de Dios se refiere al hecho de que Él nos escogió. De entre un sinnúmero de personas Él nos escogió a nosotros, y esto lo hizo en Cristo. Cristo fue la esfera en la cual fuimos elegidos por Dios. Fuera de Cristo no somos la elección de Dios.
Cristo es la virtud, el instrumento y la esfera en que Dios nos ha bendecido. Fuera de Cristo, aparte de Cristo, Dios no tiene nada que ver con nosotros; pero en Cristo nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales.
La frase lugares celestiales aquí no sólo denota el lugar celestial, sino también la naturaleza, estado, característica y atmósfera celestiales de las bendiciones espirituales con las cuales Dios nos ha bendecido. Estas bendiciones provienen de los cielos, y tienen una naturaleza, estado, característica y atmósfera celestiales. Los que creen en Cristo disfrutan en la tierra de estas bendiciones celestiales, bendiciones a la vez espirituales y celestiales. Son diferentes de las bendiciones con las cuales Dios bendijo a Israel. Aquellas bendiciones eran físicas y terrenales. Las bendiciones que se nos conceden a nosotros provienen de Dios el Padre, están en Dios el Hijo, vienen por medio de Dios el Espíritu y están en los lugares celestiales. Son las bendiciones espirituales que el Dios Triuno nos concede en Cristo a nosotros, los creyentes. Son las bendiciones en los lugares celestiales, y tienen una naturaleza, estado, característica y atmósfera celestiales.
Todas las bendiciones con las cuales Dios nos bendijo, siendo espirituales, están relacionadas con el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios no sólo es el canal, sino también la realidad de las bendiciones de Dios. En este versículo Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu están relacionados con las bendiciones que nos son concedidas. Cuando Dios nos bendice, en realidad Él mismo se imparte a nuestro ser.
Lit., buen hablar o buena expresión, palabras agradables, palabras amables, lo cual implica abundancia y beneficio. Dios nos ha bendecido con Sus palabras buenas, finas y amables. Cada una de tales palabras nos es una bendición. Los vs. 4-14 son un relato de tales palabras, de tales bendiciones. Todas estas bendiciones son espirituales, están en los lugares celestiales y están en Cristo.
Lit., en.
Lit., nos alabó, o habló bien de nosotros. Cuando Dios nos bendice, nos alaba, habla bien de nosotros.
Dios es el Dios de nuestro Señor Jesucristo como Hijo del Hombre, y Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios. Para el Señor en Su humanidad, Dios es Su Dios; para el Señor en Su divinidad, Dios es Su Padre.
La palabra griega significa hablar bien de Él; es decir, alabarle con adoración. En esta sección el Dios Triuno es elogiado, alabado con adoración: el Padre en Su elección y predestinación para el propósito eterno de Dios (vs. 3-6), el Hijo en Su redención para el cumplimiento del propósito eterno de Dios (vs. 7-12) y el Espíritu al sellarnos y darse a nosotros en arras para la aplicación del propósito cumplido de Dios (vs. 13-14). Mediante todas las virtudes de la Trinidad Divina, nosotros los pecadores caídos llegamos a ser la iglesia, el Cuerpo de Cristo, la plenitud, la expresión, de Aquel que todo lo llena en todo.
También somos los redimidos del Señor. Como Sus redimidos, lo tenemos como nuestro Señor. La gracia y la paz vienen a nosotros de Dios nuestro Creador, de nuestro Padre, y del Señor nuestro Redentor. Puesto que somos Sus criaturas, Sus redimidos y Sus regenerados, estamos en posición de recibir la gracia y la paz de parte de Él.
Somos criaturas de Dios e hijos de Dios. Para nosotros como criaturas de Dios, Él es nuestro Dios; para nosotros como hijos de Dios, Él es nuestro Padre.
La paz es una condición que resulta de la gracia, del disfrute que tenemos de Dios nuestro Padre.
La gracia es Dios como nuestro disfrute (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10).
La frase delante de Él indica que somos santos y sin mancha a los ojos de Dios conforme a Su norma divina. Esto nos hace aptos para permanecer en Su presencia y disfrutarla.
La expresión en amor podría unirse con la primera frase del v. 5.
El amor que se menciona aquí se refiere al amor con el cual Dios ama a Sus escogidos y con que Sus escogidos lo aman a Él. Es en este amor donde los escogidos de Dios llegan a ser santos y sin mancha delante de Él. Primero, Dios nos amó; luego, este amor divino nos inspira, como respuesta, a amarlo a Él. En tal condición y ambiente de amor, somos saturados de Dios para ser santos y sin mancha, como Él.
O, marcándonos de antemano. Marcar de antemano es el proceso o procedimiento, mientras que la predestinación es el propósito, el cual es determinar cierto destino de antemano. Primero Dios nos escogió y luego nos marcó de antemano, es decir, antes de la fundación del mundo, para un determinado destino.
La acción de Dios de marcarnos de antemano tenía como fin destinarnos para filiación, para ser Sus hijos. Fuimos predestinados para ser hijos de Dios aun antes de ser creados. Así que, como criaturas de Dios necesitamos ser regenerados por Él de manera que participemos de Su vida para ser Sus hijos. La filiación implica no sólo tener la vida sino también la posición de hijo. Los que han sido señalados por Dios tienen la vida para ser Sus hijos y la posición de heredarlo a Él. Ser hechos santos —ser santificados al infundirse Dios en nosotros y luego al mezclar Su naturaleza con nosotros— es el proceso, el procedimiento, mientras que ser hijos de Dios es el objetivo, la meta, y es asunto de que seamos unidos al Hijo de Dios y conformados a cierto modelo, a saber, a la imagen misma del Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29; Col. 1:15), a fin de que todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo (Ro. 8:23), sea hecho hijo por Dios.
La frase por medio de Jesucristo significa por medio del Hijo de Dios, el Redentor. Por medio de Él fuimos redimidos para ser hijos de Dios, quienes tienen la vida y posición de hijos de Dios.
Esto revela que Dios tiene una voluntad, en la cual está Su beneplácito. Fue conforme a Su placer, conforme al deleite de Su corazón que Dios nos predestinó para que fuésemos Sus hijos. A diferencia del libro de Romanos, Efesios no habla desde el punto de vista de la condición pecaminosa del hombre, sino desde el punto de vista del beneplácito del corazón de Dios. Por lo tanto, Efesios es más profundo y más elevado.
La alabanza de la gloria de la gracia de Dios es el resultado de la filiación (v. 5). Dios nos predestinó para filiación con el fin de que fuésemos la alabanza de Su expresión en Su gracia, es decir, la alabanza de la gloria de Su gracia. Finalmente, todas las cosas positivas del universo alabarán a Dios por la filiación (Ro. 8:19), cumpliendo así lo que se menciona en este versículo.
La gloria es Dios expresado (Éx. 40:34). La gloria de Su gracia indica que la gracia de Dios, la cual es Dios mismo como nuestro disfrute, lo expresa a Él. Al recibir gracia y disfrutar a Dios, tenemos el sentir de la gloria.
Esto nos pone en una posición de gracia a fin de que seamos el objeto de la gracia y el favor de Dios, esto es, que disfrutemos de todo lo que Dios es para nosotros.
El Amado es el Hijo amado de Dios, en quien Él se complace (Mt. 3:17; 17:5). Así que Dios, al darnos Su gracia, nos hace objeto de Su complacencia. Esto es verdaderamente un placer para Dios. En Cristo hemos sido bendecidos por Dios con toda bendición. En el Amado Dios nos agració y fuimos hechos el objeto de Su favor y complacencia. Como tal disfrutamos a Dios, y Dios nos disfruta a nosotros en Su gracia en Su Amado, quien es Su deleite. En Su Amado nosotros también venimos a ser Su deleite.
Fuimos escogidos y predestinados. Pero después de ser creados, caímos. Por eso, necesitamos redención, la cual Dios efectuó por nosotros en Cristo por medio de Su sangre. Éste es otro elemento de las bendiciones que Dios nos ha concedido.
El perdón de nuestros delitos es la redención efectuada por la sangre de Cristo. Sin derramamiento de sangre, no hay perdón de pecados (He. 9:22). La redención se refiere a lo que Cristo realizó por nuestros delitos; el perdón es la aplicación a nuestros delitos de lo que Cristo realizó.
La sabiduría es lo que está en Dios para planear y determinar una voluntad con respecto a nosotros; la prudencia es la aplicación de Su sabiduría. Primero, Dios planeó y determinó en Su sabiduría, y luego aplicó con prudencia lo que había planeado y determinado para nosotros. La sabiduría estaba relacionada principalmente con el plan de Dios en la eternidad, y la prudencia, con la ejecución de Su plan en el tiempo. Lo que Dios planeó en la eternidad en Su sabiduría, lo lleva a cabo ahora, en el tiempo, en Su prudencia.
Darnos a conocer el misterio de Su voluntad es un aspecto de la sabiduría y prudencia de Dios.
En la eternidad Dios planeó una voluntad. Esa voluntad estaba escondida en Él; así que, era un misterio. En Su sabiduría y prudencia nos dio a conocer este misterio escondido, por medio de Su revelación en Cristo, es decir, por medio de la encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión de Cristo.
O, hemos obtenido herencia. El verbo griego significa elegir o asignar por suertes. Así que, esta cláusula literalmente significa que en Cristo fuimos designados como una herencia escogida. Fuimos designados como herencia para heredar a Dios mismo como nuestra herencia. Por un lado, hemos llegado a ser la herencia de Dios (v. 18) para Su deleite; por otro, heredamos a Dios como nuestra herencia (v. 14) para nuestro deleite.
Nosotros los redimidos de Dios, la iglesia, somos la posesión de Dios, la cual adquirió comprándonos con la sangre preciosa de Cristo (Hch. 20:28). En la economía de Dios, Él llega a ser nuestra herencia y nosotros llegamos a ser Su posesión. ¡Qué maravilloso! ¡No damos nada y lo obtenemos todo! Dios nos adquirió a un precio, pero nosotros heredamos a Dios sin pagar. Esto redunda en la alabanza de Su gloria.
Ésta es la tercera vez que se usa una frase así, esta vez como conclusión de la sección (vs. 3-14) acerca de las bendiciones que Dios nos ha dado. Los vs. 3-6 revelan lo que Dios el Padre planeó para nosotros, esto es, elegirnos y predestinarnos para ser Sus hijos para la alabanza de la gloria de Su gracia. Los vs. 7-12 revelan cómo Dios el Hijo realizó lo que Dios el Padre había planeado, esto es: redimirnos y hacernos herencia de Dios para alabanza de Su gloria. Los vs. 13-14 nos dicen cómo Dios el Espíritu nos aplica lo que Dios el Hijo realizó al sellarnos y ser garantía y anticipo de nuestra herencia eterna y divina para la alabanza de la gloria de Dios. En las bendiciones que Dios nos concede, la gloria del Dios Triuno merece una alabanza triple.
O, señalados de antemano. Véase la nota Ef. 1:51a.
Es decir, plan.
La voluntad de Dios es Su intención; el consejo de Dios es Su consideración acerca de cómo cumplir Su voluntad o intención.
Tal será el logro de la abundante gracia de Dios para los creyentes y en los creyentes, los hijos de Dios, quienes son el centro de Su obra en el universo, que todos los ángeles y las cosas positivas del universo alabarán a Dios y tendrán aprecio por la expresión (la gloria) de Dios. Esto acontecerá principalmente en el milenio y por último en el cielo nuevo y la tierra nueva.
O, antes. Nosotros los creyentes neotestamentarios somos los que primeramente esperábamos en Cristo, es decir, durante la era presente. Los judíos tendrán su esperanza en Cristo en la próxima era. Nosotros tenemos nuestra esperanza puesta en Cristo hoy, antes que Él regrese para establecer Su reino mesiánico.
Ser sellado con el Espíritu Santo es ser marcado con el Espíritu Santo como un sello vivo. Hemos sido designados como herencia de Dios (v. 11). Cuando fuimos salvos, Dios puso en nosotros Su Espíritu Santo como sello para marcarnos e indicar que pertenecemos a Dios. El Espíritu Santo, quien es Dios mismo que entra en nosotros, nos imprime la imagen de Dios, representada por el sello, haciéndonos semejantes a Dios.
La frase de la promesa indica que Dios planeó, según Su beneplácito, sellarnos con Su Espíritu.
O, el anticipo, la garantía. Es decir, una prenda en dinero; un pago parcial dado por adelantado, el cual garantiza el pago completo. Puesto que nosotros somos la herencia de Dios, el Espíritu Santo es un sello sobre nosotros. Debido a que Dios es nuestra herencia, el Espíritu Santo es las arras de esta herencia que nos es dada. Dios nos da Su Espíritu Santo no sólo como garantía de nuestra herencia, que nos asegura nuestra heredad, sino también como anticipo de lo que heredaremos de Dios, permitiéndonos gustar de antemano de la herencia total. En tiempos antiguos, la palabra griega que aquí se traduce arras se usaba en la compra de tierras. El vendedor daba al comprador una porción del suelo, una muestra tomada de la tierra. Por lo tanto, según el griego antiguo, las arras también son una muestra. El Espíritu Santo es la muestra de lo que heredaremos de Dios en plenitud.
Fue el placer del corazón de Dios darnos a conocer el misterio de Su voluntad.
El beneplácito de Dios es lo que Él se había propuesto en Sí mismo para la economía de la plenitud de los tiempos (v. 10), lo cual indica que Dios mismo es la iniciación, el origen y la esfera de Su propósito eterno, propósito que nada puede subvertir, en función del cual operan todas las cosas y con respecto al cual Dios no buscó el consejo de nadie.
O, plan. La palabra griega oikonomía significa ley doméstica, administración familiar y por derivación significa distribución, o economía administrativa (véase la nota 1 Ti. 1:43d). La economía que Dios, según Su deseo, planeó y se propuso en Sí mismo, es que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas en la plenitud de los tiempos. Esto se lleva a cabo por medio de la impartición del abundante suministro de vida del Dios Triuno, como factor vital, en todos los miembros de la iglesia, para que sean levantados de la situación de muerte y unidos al Cuerpo.
La expresión los tiempos se refiere a las eras. La plenitud de los tiempos será cuando aparezcan el cielo nuevo y la tierra nueva después que se hayan cumplido todas las dispensaciones de Dios en todas las eras. En total hay cuatro eras: la era de pecado (Adán), la era de la ley (Moisés), la era de la gracia (Cristo) y la era del reino (el milenio).
Lit., el Cristo. Se refiere al Cristo que se menciona en el v. 1 y en el v. 3, Aquel en quien están todas las bendiciones espirituales de Dios y en quien están los santos fieles, que participan de las bendiciones. Él es una persona definida; por eso, es llamado “el Cristo”. Así también en los vs. 12, 20.
Dios hizo a Cristo Cabeza sobre todas las cosas (v. 22). Mediante todas las dispensaciones de Dios en todas las eras, todas las cosas llegarán a estar sujetas a Cristo como Cabeza en el cielo nuevo y en la tierra nueva. Eso será la administración y economía eterna de Dios. Así que, reunir todas las cosas bajo una cabeza es el resultado de todos los asuntos mencionados en los vs. 3-9. El v. 22 revela además que esto es dado a la iglesia, con la finalidad de que el Cuerpo de Cristo participe de todo lo que pertenece a Cristo como Cabeza después de haber sido rescatado del montón de escombros resultado del desplome universal en muerte y tinieblas, que fue causado por la rebelión de los ángeles y del hombre. Los creyentes toman parte en esto al estar dispuestos a ser reunidos bajo una cabeza en la vida de iglesia, por el crecimiento de la vida divina en ellos y al vivir bajo la luz de Cristo (Jn. 1:4; Ap. 21:23-25). Cuando todo esté sometido a Cristo como Cabeza, habrá paz y armonía absolutas (Is. 2:4; 11:6; 55:12; Sal. 96:12-13); esto será un rescate completo del caos. Esto empezará con los tiempos de la restauración de todas las cosas (Hch. 3:21).
Muchos mss. antiguos dicen: la fe en el Señor Jesús la cual está entre vosotros y que tenéis para con todos los santos.
En la encarnación el Señor Jesucristo, Dios mismo (Fil. 2:6), se hizo hombre. Como tal Él está relacionado con la creación; por lo tanto, Dios el Creador es Su Dios. Su encarnación introdujo a Dios el Creador en el hombre, la criatura. Él es un hombre en quien Dios se encarnó.
El espíritu que se menciona aquí debe de ser nuestro espíritu regenerado donde mora el Espíritu de Dios. Tal espíritu nos es dado por Dios a fin de que tengamos sabiduría y revelación para conocerlo a Él y Su economía.
La sabiduría está en nuestro espíritu para que conozcamos el misterio de Dios, y la revelación viene del Espíritu de Dios para mostrarnos la visión quitando el velo. Primero, tenemos sabiduría, la capacidad de entender, la cual nos hace aptos para conocer las cosas espirituales; luego el Espíritu de Dios revela las cosas espirituales a nuestro entendimiento espiritual.
No sólo necesitamos sabiduría, revelación y ojos para ver, sino que también necesitamos luz para la iluminación de las cosas que nos son reveladas, de manera que tengamos una visión.
Ojos para ver las cosas espirituales. Tenemos sabiduría, la capacidad de saber, y la revelación, el develar de las cosas espirituales. No obstante, de todos modos necesitamos ojos, la facultad espiritual de la vista (Hch. 26:18; Ap. 3:18).
Para que los ojos de nuestro corazón sean alumbrados se requiere que nuestra conciencia, nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, es decir, los componentes de nuestro corazón, sean completamente purificados (cfr. nota Ef. 3:171). Primero, necesitamos un espíritu abierto que tenga una conciencia purificada al confesarnos y deshacernos de nuestros pecados y al ser rociados por la sangre redentora de Cristo (He. 9:14; 10:22). Luego, necesitamos una mente lúcida (2 Ti. 1:7 y la nota 2), una parte emotiva llena de amor (Jn. 14:21), y una voluntad sumisa (Jn. 7:17), a fin de tener un corazón puro. Cuando tengamos tal espíritu y corazón, los ojos de nuestro corazón tendrán la capacidad de ver.
La esperanza del llamamiento de Dios incluye:
1) a Cristo mismo y la salvación que nos traerá cuando regrese (Col. 1:27; 1 P. 1:5, 9);
2) el traslado que nos llevará de la esfera terrenal y física a la esfera celestial y espiritual, junto con la glorificación (Ro. 8:23-25, 30; Fil. 3:21);
3) el gozo de ser reyes juntamente con Cristo en el milenio (Ap. 5:10; 2 Ti. 4:18)
4) el disfrute consumado de Cristo en la Nueva Jerusalén, con las bendiciones universales y eternas en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1-7; 22:1-5).
El llamamiento de Dios es la suma total de todas las bendiciones enumeradas en los vs. 3-14: la elección y predestinación de Dios el Padre, la redención efectuada por Dios el Hijo, y el sellar y el darse en arras de Dios el Espíritu. Cuando fuimos llamados, participamos de la elección y predestinación del Padre, la redención del Hijo, y el sellar y el darse en arras del Espíritu.
Véase la nota Hch. 20:223d. Véase también el v. 18.
La frase hasta la redención de la posesión adquirida denota el propósito de la acción de sellar mencionada en el v. 13. El sello del Espíritu Santo es viviente, y opera en nosotros para empaparnos y transformarnos con el elemento divino de Dios hasta que alcanzemos la madurez en la vida de Dios y finalmente seamos redimidos por completo, incluso en nuestro cuerpo.
Redención aquí se refiere a la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23), es decir, la transfiguración de nuestro cuerpo de humillación en un cuerpo de gloria (Fil. 3:21). Hoy en día el Espíritu Santo es para nosotros una garantía, un anticipo y una muestra de nuestra herencia divina, hasta que nuestro cuerpo sea transfigurado en gloria, cuando heredaremos a Dios en plenitud. La extensión de las bendiciones que Dios nos ha concedido abarca todos los puntos cruciales desde la elección realizada por Dios en la eternidad pasada (v. 4) hasta la redención de nuestro cuerpo para la eternidad futura.
La gloria de Dios tiene riquezas, las cuales son los muchos y variados atributos divinos de Dios, tales como luz, vida, poder, amor, justicia y santidad, expresados en varios grados.
Primero, Dios nos hizo Su herencia (v. 11a), Su posesión adquirida (v. 14b), y nos hizo partícipes de todo lo que Él es, de todo lo que Él tiene y de todo lo que Él ha realizado, como nuestra herencia (v. 14a). Finalmente, todo esto llegará a ser la herencia de Dios en los santos por la eternidad. Ésta será Su expresión eterna, Su gloria con todas Sus riquezas, las cuales lo expresarán plena, universal y eternamente.
Según la oración del apóstol, el tercer aspecto que debemos conocer es la supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros. Para nosotros hoy esto es muy subjetivo y lo podemos experimentar. El poder de Dios para con nosotros es sumamente grande. Necesitamos conocerlo y experimentarlo.
La supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros es conforme a la operación del poder de Su fuerza, que Él hizo operar en Cristo. El poder de Dios para con nosotros es el mismo poder que Él hizo operar en Cristo. Cristo es la Cabeza, y nosotros somos el Cuerpo. El Cuerpo participa del poder que opera en la Cabeza.
Primero, el poder que Dios hizo operar en Cristo, resucitó a Cristo de los muertos. Este poder ha vencido la muerte, la tumba y el Hades, donde están retenidos los muertos. La muerte y el Hades no pudieron retener a Cristo (Hch. 2:24), debido al poder de resurrección de Dios.
La palabra celestiales no sólo se refiere al tercer cielo, la cumbre del universo, donde Dios mora, sino también al estado y atmósfera propia de los cielos, donde Cristo fue sentado por el poder de Dios.
Principado se refiere al cargo más elevado, autoridad a toda clase de poder oficial (Mt. 8:9); poder simplemente se refiere a la fuerza de la autoridad, y señorío a la preeminencia que el poder establece. Después de esto vemos que lo enumerado aquí incluye no sólo a las autoridades angélicas y celestiales, ya sean buenas o malas, sino también a las autoridades humanas y terrenales. El Cristo ascendido fue sentado por el gran poder de Dios, muy por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío del universo.
La expresión todo nombre que se nombra no sólo se refiere a los títulos de honor, sino también a todo nombre. Cristo fue sentado por encima de todo nombre que se nombra no sólo en este siglo, sino también en el venidero.
En tercer lugar, el poder que Dios hizo operar en Cristo sometió todas las cosas bajo Sus pies. El hecho de que Cristo esté por encima de todo es diferente de que todas las cosas estén sometidas bajo Sus pies. Aquello es la trascendencia de Cristo; esto es la sujeción de todas las cosas a Él.
En cuarto lugar, el poder que Dios hizo operar en Cristo dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La autoridad que Cristo ejerce como Cabeza sobre todas las cosas es un don que Dios le dio. Fue por medio de la grandeza del supereminente poder de Dios que Cristo recibió la posición de Cabeza sobre todas las cosas del universo.
Fue como hombre, en Su humanidad con Su divinidad, que Cristo fue resucitado de los muertos, fue sentado en los lugares celestiales, tuvo todas las cosas sometidas bajo Sus pies y fue dado por Cabeza sobre todas las cosas.
Por lo tanto, hay cuatro aspectos del poder que operó en Cristo: el poder de resurrección (v. 20a), el poder de ascensión (v. 20b), el poder que somete todas las cosas (v. 22a) y el poder que reúne todas las cosas bajo una cabeza (v. 22b). Este poder cuádruple es transmitido a la iglesia, el Cuerpo de la Cabeza.
La frase a la iglesia implica una clase de transmisión. Todo lo que Cristo, la Cabeza, ha logrado y obtenido es transmitido a la iglesia, Su Cuerpo. En esta transmisión la iglesia participa de todos los logros de Cristo: Su resurrección de entre los muertos, el haber sido sentado en lo alto por causa de Su trascendencia, la sujeción de todas las cosas bajo Sus pies y el ser Cabeza sobre todas las cosas.
Las frases para con (v. 19) y a la iglesia indican que el poder divino, el cual incluye todo aquello por lo cual el Dios Triuno ha pasado, ha sido instalado en nosotros de una vez y para siempre, y que es transmitido a nosotros continuamente, haciendo que disfrutemos a Cristo ricamente y que tengamos la vida de iglesia adecuada como Su Cuerpo, Su plenitud, el cual es el producto de la bendición de Dios, anteriormente mencionada.
Ésta es la primera vez en este libro que aparece la palabra iglesia, el tema principal del mismo. La palabra griega que se traduce iglesia es ekklesía, que significa la congregación llamada a salir. Esto indica que la iglesia es una congregación de aquellos que han sido llamados por Dios a salir del mundo. Como tal, la iglesia está compuesta de todos los que creen en Cristo.
El Cuerpo de Cristo no es una organización, sino un organismo constituido de todos los creyentes regenerados para la expresión y las actividades de la Cabeza. El Cuerpo de Cristo es el fruto del Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido, quien entró en la iglesia. Por medio de la transmisión celestial del Cristo ascendido, somos hechos uno con Él, y así Su Cuerpo es producido.
El Cuerpo de Cristo es Su plenitud. La plenitud de Cristo resulta del disfrute de las riquezas de Cristo (Ef. 3:8). Al disfrutar de las riquezas de Cristo, llegamos a ser Su plenitud y lo expresamos.
Cristo, quien es el Dios infinito sin ninguna limitación, es tan grande que lo llena todo en todo. Un Cristo tan grandioso necesita que la iglesia sea Su plenitud a fin de ser expresado por completo.
En este capítulo hay siete cosas cruciales que requieren el mismo factor básico para su realización: la elección de Dios por la cual somos hechos santos y sin mancha (v. 4); la predestinación de Dios por la cual somos hechos Sus hijos (v. 5); el sellar del Espíritu Santo para que seamos completamente redimidos (vs. 13-14); la esperanza del llamamiento de Dios; la gloria de la herencia de Dios en los santos (v. 18); el poder de Dios que nos hace ser partícipes de lo logrado por Cristo (vs. 19-22); y el Cuerpo de Cristo, la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo. Todo esto es llevado a cabo por el Dios Triuno al impartirse y forjarse en nuestro ser, en nuestra humanidad, lo cual da por resultado la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo y la alabanza de la gloria expresada de Dios. En realidad, este capítulo es una revelación de la maravillosa y excelente economía de Dios, desde que Él nos eligió en la eternidad hasta la producción del Cuerpo de Cristo para expresarle por la eternidad.
En segundo lugar, el poder que Dios hizo operar en Cristo sentó a Cristo a Su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo (v. 21).
La diestra de Dios, donde Cristo fue sentado por la supereminente grandeza del poder de Dios, es el lugar de mayor honra, el lugar de autoridad suprema.