Hemos muerto en Cristo por medio de Su muerte, pero ahora Él vive en nosotros por medio de Su resurrección. El hecho de que viva en nosotros es posible únicamente debido a que Él es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Este tema se desarrolla plenamente en todos los capítulos siguientes, donde se presenta y se recalca que el Espíritu es Aquel que hemos recibido como vida y en quien debemos vivir.
El “yo”, la persona natural, tiende a guardar la ley a fin de ser perfecto (Fil. 3:6), pero el deseo de Dios es que vivamos a Cristo para que Dios sea expresado en nosotros por medio de Él (Fil. 1:20-21). Así que, la economía de Dios consiste en que el “yo” sea crucificado en la muerte de Cristo y en que Cristo viva en nosotros en Su resurrección. Guardar la ley es exaltarla sobre todas las cosas de nuestra vida; vivir a Cristo es hacerlo el centro y el todo de nuestra vida. Durante cierto período de tiempo Dios usó la ley con el propósito de mantener bajo custodia a Su pueblo escogido, guardándolo para Cristo (Gá. 3:23) y de, finalmente, llevarlo a Cristo (Gá. 3:24) para que lo recibieran como vida y lo vivieran a fin de ser la expresión de Dios. Ahora que Cristo ha venido, se ha terminado la función de la ley, y Cristo debe reemplazar la ley en nuestras vidas para que se realice el propósito eterno de Dios.