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Capítulos de libros «La Primera Epístola de Juan»
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  • Los gnósticos y los cerintianos no creían que Jesús y el Cristo eran la misma persona (véase la nota 1 Jn. 2:221b y la nota 1 Jn. 4:31). Por consiguiente, ellos no eran hijos de Dios, no habían sido engendrados por Dios. En cambio, todo aquel que cree que el hombre Jesús es el Cristo, Dios encarnado (Jn. 1:1, 14; 20:31), ha nacido de Dios y ha venido a ser un hijo de Dios (Jn. 1:12-13). Tal hijo de Dios ama al Padre, quien le ha engendrado, y también ama a su hermano, quien ha sido engendrado por el mismo Padre. Esto explica, confirma y fortalece lo dicho en los versículos precedentes (1 Jn. 4:20-21).

  • Amar a Dios y cumplir Sus mandamientos son los requisitos para que amemos a los hijos de Dios. Esto se basa en el nacimiento divino y en la vida divina.

  • Lit., practicamos. Véase la nota 1 Jn. 1:65.

  • Guardar los mandamientos de Dios constituye nuestro amor para con Él y es evidencia de que le amamos.

  • Lit., pesados. Para la vida divina con su capacidad, los mandamientos de Dios no son gravosos.

  • Se refiere a todo aquel que ha nacido de Dios. Sin embargo, esta expresión debe de referirse especialmente a aquella parte de nuestro ser que ha sido regenerada con la vida divina, es decir, al espíritu de una persona regenerada (Jn. 3:6). El espíritu regenerado del creyente que ha sido regenerado no practica el pecado (1 Jn. 3:9) y vence al mundo. El nacimiento divino del creyente con la vida divina es el factor básico de una vida victoriosa.

  • Tanto en el Evangelio de Juan como en esta epístola, Juan hace énfasis en el nacimiento divino (Jn. 1:13; 3:3, 5; 1 Jn. 2:29 y la nota 7; 1 Jn. 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18), por medio del cual la vida divina es impartida en los que creen en Cristo (Jn. 3:15-16, 36; 1 Jn. 5:11-12). Este nacimiento divino, el cual trae la vida divina, es el factor básico de todos los misterios acerca de la vida divina, tales como la comunión de la vida divina (1 Jn. 1:3-7), la unción de la Trinidad Divina (1 Jn. 2:20-27), el permanecer en el Señor (1 Jn. 2:28-29; 3:1-24) y el vivir divino que practica la verdad divina (1 Jn. 1:6), la voluntad divina (1 Jn. 2:17), la justicia divina (1 Jn. 2:29; 3:7) y el amor divino (1 Jn. 3:11, 22-23; 5:1-3) para expresar a la Persona divina (1 Jn. 4:12). El nacimiento divino con la vida divina es también el factor básico en la sección que abarca los vs. 4-21. Este nacimiento da seguridad a los creyentes, a quienes Dios ha engendrado, dándoles confianza en la capacidad y virtud de la vida divina.

  • Puesto que los creyentes regenerados tienen la capacidad de la vida divina para vencer al mundo, el poderoso sistema satánico, los mandamientos del Señor no les son pesados ni gravosos (v. 3).

  • La fe que nos introduce en la unión orgánica con el Dios Triuno y por la cual creemos que Jesús es el Hijo de Dios (v. 5) a fin de que nazcamos de Dios y tengamos Su vida divina, la cual nos capacita para vencer al mundo que Satanás ha organizado y usurpado.

  • Un creyente es alguien que fue engendrado por Dios y que ha recibido la vida divina (Jn. 1:12-13; 3:16). La vida divina le da poder para vencer al mundo maligno, al cual Satanás da energía. Los gnósticos y los cerintianos, quienes no eran esta clase de creyentes, siguieron siendo miserables víctimas del sistema satánico maligno.

  • Jesucristo es Aquel que vino como Hijo de Dios para que nosotros naciéramos de Dios y recibiéramos la vida divina (Jn. 10:10; 20:31). Dios nos da vida eterna en Su Hijo (vs. 11-13). Se afirmó que Jesús, el hombre de Nazaret, era Hijo de Dios mediante el agua por la que pasó en Su bautismo (Mt. 3:16-17; Jn. 1:31), mediante la sangre que derramó en la cruz (Jn. 19:31-35; Mt. 27:50-54), y también mediante el Espíritu que Él dio sin medida (Jn. 1:32-34; 3:34). Mediante estas tres cosas Dios testificó que Jesús es el Hijo que Él nos dio (vs. 7-10), y que en Él podemos recibir Su vida eterna creyendo en Su nombre (vs. 11-13; Jn. 3:16, 36; 20:31). El agua del bautismo pone fin a las personas de la vieja creación al sepultarlas; la sangre derramada en la cruz redime a los que Dios ha escogido de entre la vieja creación; y el Espíritu, quien es la verdad, la realidad en vida (Ro. 8:2), hace germinar a los que Dios ha redimido de la vieja creación, regenerándolos con la vida divina. Por tanto, ellos han nacido de Dios y han sido hechos hijos Suyos (Jn. 3:5, 15; 1:12-13), y viven una vida que practica la verdad (1 Jn. 1:6), la voluntad de Dios (1 Jn. 2:17), la justicia de Dios (1 Jn. 2:29) y el amor de Dios (1 Jn. 3:10-11) para que Él sea expresado.

  • Algunos mss. añaden: y Espíritu.

  • Lit., en.

  • El Espíritu, quien es la verdad, la realidad (Jn. 14:16-17; 15:26), testifica que Jesús es el Hijo de Dios y que en Él está la vida eterna. Al testificar así, Él imparte al Hijo de Dios en nosotros para que sea nuestra vida (Col. 3:4).

  • Denota la realidad de todo lo que Cristo es como Hijo de Dios (Jn. 16:12-15). Véase la nota 1 Jn. 1:65.

  • Es decir, apuntan a una sola cosa o propósito en su testimonio.

  • El testimonio dado mediante el agua, la sangre y el Espíritu, de que Jesús es el Hijo de Dios constituye el testimonio de Dios, el cual es mayor que el de los hombres.

  • Dios dio testimonio acerca de Su Hijo a fin de que creamos en Su Hijo y recibamos Su vida divina. Si creemos en Su Hijo, recibimos y retenemos Su testimonio en nosotros; de otro modo, no creemos lo que Él ha testificado, y le hacemos mentiroso.

  • El testimonio de Dios no es sólo que Jesús es Su Hijo, sino también que Él nos da vida eterna, la cual está en Su Hijo. Su Hijo es el medio por el cual Él nos da Su vida eterna, lo cual es la meta que Él tiene para nosotros.

  • Puesto que la vida está en el Hijo (Jn. 1:4) y el Hijo es la vida (Jn. 11:25; 14:6; Col. 3:4), el Hijo y la vida son uno y son inseparables. Por lo tanto, el que tiene al Hijo, tiene la vida, y el que no tiene al Hijo, no tiene la vida.

  • Las palabras escritas en las Escrituras son la garantía dada a los creyentes, quienes creen en el nombre del Hijo de Dios, de que ellos tienen la vida eterna. Creer para recibir la vida eterna es el hecho; las palabras de las Santas Escrituras son la garantía de este hecho, es decir: son el título de propiedad de nuestra salvación eterna. Mediante estas palabras se nos da la certeza, las arras, de que siempre y cuando creamos en el nombre del Hijo de Dios, tenemos vida eterna.

  • Los vs. 4-13 nos muestran cómo hemos recibido la vida eterna, la cual se menciona en 1 Jn. 1:1-2. Más adelante, los vs. 14-17 nos dicen cómo debemos orar en la comunión de la vida eterna, mencionada en 1 Jn. 1:3-7.

  • Se refiere a la confianza que tenemos al orar en comunión con Dios. Véase la nota 1 Jn. 3:211b.

  • Basándonos en que hemos recibido vida eterna mediante el nacimiento divino al creer en el Hijo de Dios, podemos orar en la comunión de la vida eterna al tener contacto con Dios según la confianza de una conciencia sin ofensa (Hch. 24:16), conforme a Su voluntad, estando seguros de que Él nos escuchará.

  • Sabemos esto basados en el hecho de que después de recibir la vida divina permanecemos en el Señor y somos uno con Él al rogar a Dios en Su nombre (Jn. 15:7, 16; 16:23-24).

  • No en nosotros mismos conforme a nuestros pensamientos, sino en el Señor, conforme a la voluntad de Dios.

  • Lit., para.

  • Ésta debe de ser una oración hecha mientras permanecemos en comunión con Dios.

  • Esto indica que el solicitante le dará vida a aquel por el cual pide. Esto no significa que el solicitante tenga vida en sí mismo y pueda dar vida a otros por sí mismo. Significa que un solicitante que permanece en el Señor, que es uno con el Señor y que al pedir es un espíritu con el Señor (1 Co. 6:17), viene a ser el medio por el cual el Espíritu vivificante de Dios puede darles vida a aquellos por los cuales el solicitante pide. Éste es un asunto de impartir vida en la comunión de la vida divina. Para ser personas que pueden dar vida a otros, tenemos que permanecer en la vida divina y en ella andar, vivir y ser. En Jac. 5:14-16 se pide sanidad; aquí se pide impartición de vida.

  • Indudablemente se refiere a la vida espiriual que, por la oración del solicitante, es impartida a aquel por quien intercede. Sin embargo, según el contexto, la vida espiritual también rescatará el cuerpo físico de la persona por quien el solicitante pide, librándole del peligro de sufrir la muerte a causa de sus pecados (cfr. Jac. 5:15).

  • Con respecto a pecado de muerte, los maestros de la Biblia tienen distintas interpretaciones. Algunos dicen que se refiere al pecado de los anticristos, quienes niegan que Jesús es el Cristo (1 Jn. 2:22), lo cual los mantiene para siempre en muerte. Pero según el contexto de este versículo, pecado de muerte está relacionado con un hermano que ha pecado, no con un anticristo ni con otro incrédulo. Puesto que esta sección, los vs. 14-17, está relacionada con la oración en la comunión de la vida eterna (abarcada en 1 Jn. 1:3-10; 2:1-11), el asunto tratado tiene que estar relacionado con la comunión de la vida divina. En la comunión de la vida divina Dios ejerce Su juicio gubernamental sobre cada uno de Sus hijos según la condición espiritual de ellos. En el trato gubernamental de Dios, algunos de Sus hijos tal vez estén destinados a morir físicamente en esta era a causa de cierto pecado, mientras que otros quizá estén destinados a morir a causa de otros pecados. Esta situación es como la de Ananías y su esposa Safira, quienes sufrieron la muerte física por haberle mentido al Espíritu Santo (Hch. 5:1-11), y como el caso de los creyentes corintios, quienes recibieron el mismo juicio por no haber discernido el Cuerpo (1 Co. 11:29-30). Esto fue tipificado por la forma en que Dios trató a los hijos de Israel en el desierto (1 Co. 10:5-11). Todos los israelitas, excepto Caleb y Josué, fueron sentenciados por Dios a la muerte física por causa de ciertos pecados. La disciplina gubernamental de Dios es severa. Ni Miriam, ni Aarón, ni siquiera Moisés escaparon de ella, la cual se les aplicó por causa de algunas de sus fallas (Nm. 12:1-15; 20:1, 12, 22-29; Dt. 1:37; 3:26-27; 32:48-52). El castigo que Dios da a Sus hijos en Su administración gubernamental no está relacionado con la perdición eterna; es un castigo dispensacional bajo el gobierno divino, un castigo relacionado con nuestra comunión con Dios y unos con otros. Si un pecado es de muerte o no, depende del juicio de Dios conforme a la posición y condición que tenga el creyente que pecó en la casa de Dios. En cualquier caso, para los hijos de Dios, pecar es un asunto serio. ¡Puede ser castigado por Dios con la muerte física en esta era! El apóstol no dijo que debamos hacer petición con respecto a un pecado de muerte.

  • Todo delito, todo lo que no es justo ni recto, es pecado (cfr. 1 Jn. 3:4 y la nota 2).

  • Para que podamos evitar el pecado, el cual no sólo interrumpe la comunión de la vida divina (1 Jn. 1:6-10), sino que también puede producir la muerte física (vs. 16-17), aquí el apóstol, por la seguridad que tenía de la capacidad de la vida divina recalca nuevamente nuestro nacimiento divino, el cual constituye la base de la vida victoriosa. El simple hecho de haber experimentado el nacimiento divino impide que nosotros, los que fuimos regenerados, practiquemos el pecado (1 Jn. 3:9 y la nota 2), es decir, que vivamos en pecado (Ro. 6:2). Véase la nota 1 Jn. 2:297.

  • Algunos maestros dicen, con base en Jn. 17:15, que esto se refiere a Cristo, quien nació de Dios y guarda a los regenerados. Sin embargo, la expresión nacido de Dios en esta cláusula, una repetición de la expresión contenida en la cláusula precedente, es el factor que, conforme a la lógica, determina que las palabras el que aún se refieran al creyente regenerado. Un creyente regenerado (especialmente su espíritu regenerado, el cual nació del Espíritu de Dios, Jn. 3:6) se guarda de vivir en el pecado, y el maligno no le toca (especialmente no toca su espíritu regenerado). Su nacimiento divino con la vida divina en su espíritu es el factor básico que lo salvaguarda (véase la nota 1 Jn. 5:41).

  • Es decir, se guarda a sí mismo velando cuidadosamente.

  • Es decir, no lo apresa, no echa mano de él para dañarlo y cumplir propósitos malignos.

  • Lit., provenientes de. Hemos sido engendrados por Dios, por lo tanto procedemos de Él y, por ende, poseemos Su vida y participamos de Su naturaleza. Esto nos aparta para Dios separándonos del mundo satánico, el cual yace en poder del maligno.

  • “El mundo entero” comprende al sistema mundial satánico (1 Jn. 2:15 y la nota 2) y a las personas del mundo, la humanidad caída.

  • Es decir, permanece pasivamente en la esfera de influencia del maligno, bajo la usurpación y manipulación del maligno. Mientras que los creyentes viven y actúan por la vida de Dios, el mundo entero (y especialmente las personas del mundo) yace pasivamente bajo la mano usurpadora y manipuladora de Satanás, el maligno.

  • La palabra griega no se refiere a un personaje esencialmente indigno y perverso, ni tampoco indica indignidad ni corrupción, que es la degeneración por caer de una virtud original. Se refiere a alguien que es maligno de una manera perniciosa y dañina, alguien que afecta a otros, influyendo en ellos para hacerlos malignos y despiadados. Satanás, el diablo, es esta persona maligna, en cuyo poder yace el mundo entero.

  • Es decir, Él vino mediante la encarnación para traernos a Dios como gracia y realidad (Jn. 1:14) a fin de que recibamos la vida divina, tal como se revela en el Evangelio de Juan, de modo que podamos participar de Dios como amor y luz, tal como se revela en esta epístola.

  • La facultad de nuestra mente después de ser iluminada y fortalecida por el Espíritu de realidad (Jn. 16:12-15) para aprehender la realidad divina presente en nuestro espíritu regenerado.

  • Ésta es la capacidad de la vida divina para conocer al verdadero Dios (Jn. 17:3) en nuestro espíritu regenerado (Ef. 1:17) mediante nuestra mente renovada, que ha sido iluminada por el Espíritu de realidad.

  • El Dios genuino y verdadero.

  • La palabra griega (un adjetivo relacionado con la palabra realidad usada en Jn. 1:14; 14:6, 17) significa genuino, lo contrario de falso y de falsificado.

  • No sólo conocemos al verdadero Dios, sino que también estamos en Él. No sólo tenemos el conocimiento de Él, sino que estamos en una unión orgánica con Él. Somos uno con Él orgánicamente.

  • Estar en el Dios verdadero es estar en Su Hijo Jesucristo. Puesto que Jesucristo como Hijo de Dios es la misma corporificación de Dios (Col. 2:9), estar en Él es estar en el verdadero Dios. Esto indica que Jesucristo, el Hijo de Dios, es el verdadero Dios.

  • Se refiere al Dios que vino por medio de la encarnación y que nos dio la capacidad de conocerle a Él como el Dios genuino y de ser uno con Él orgánicamente en Su Hijo Jesucristo. Todo esto es el Dios genuino y verdadero y la vida eterna para nosotros. Este Dios genuino y verdadero en Su totalidad es la vida eterna para nosotros, lo cual nos permite participar de Él como Aquel que lo es todo para nuestro ser regenerado.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:11.

  • Es decir, guarneceos contra los ataques de afuera, tales como los ataques de las herejías.

  • Se refiere a las herejías introducidas por los gnósticos y los cerintianos para sustituir al Dios verdadero, quien es revelado en esta epístola y en el Evangelio de Juan y a quien se alude en el versículo precedente. Aquí los ídolos también se refieren a todo lo que reemplace al verdadero Dios. Como hijos verdaderos del Dios verdadero, debemos estar alertas y guardarnos de esos substitutos heréticos y de todo lo que reemplace al Dios genuino y verdadero, con quien somos orgánicamente uno y quien es la vida eterna para nosotros. Ésta es la palabra de advertencia que el anciano apóstol dirige a todos sus hijitos como conclusión de su epístola.

    El centro de la revelación de esta epístola es la comunión divina de la vida divina, que es la comunión entre los hijos de Dios y su Padre Dios, quien no sólo es el origen de la vida divina, sino también luz y amor como fuente del disfrute de la vida divina (1 Jn. 1:1-7; 4:8, 16). Para disfrutar de la vida divina es necesario que permanezcamos en la comunión de dicha vida, conforme a la unción divina (1 Jn. 2:12-28; 3:24) y con base en el nacimiento divino con la simiente divina, con miras al desarrollo del nacimiento divino (1 Jn. 2:29; 3:1-10). Este nacimiento fue efectuado por tres medios: el agua que extermina, la sangre que redime, y el Espíritu que hace germinar (vs. 1-13). Por estos tres medios nacimos de Dios como hijos Suyos, y ahora poseemos Su vida divina y participamos de Su naturaleza divina (1 Jn. 2:29; 3:1). Él ahora mora en nosotros por medio de Su Espíritu (1 Jn. 3:24; 4:4, 13) para ser nuestra vida y nuestro suministro de vida a fin de que crezcamos con Su elemento divino y lleguemos a ser semejantes a Él cuando Él se manifieste (1 Jn. 3:1-2). Permanecer en la comunión divina de la vida divina, es decir, permanecer en el Señor (1 Jn. 2:6; 3:6), equivale a disfrutar de todas Sus riquezas divinas. Al permanecer en Él de este modo, andamos en la luz divina (1 Jn. 1:5-7) y practicamos la verdad, la justicia, el amor, la voluntad de Dios y Sus mandamientos (1 Jn. 1:6; 5, 2:17, 2:29; 3:10-11; 5:2) por medio de la vida divina recibida en el nacimiento divino (1 Jn. 2:29; 4:7). Para permanecer en la comunión divina, es necesario vencer tres cosas negativas. La primera es el pecado, el cual es iniquidad e injusticia (1 Jn. 1:7-10; 2:1-6; 3:4-10; 5:16-18); la segunda es el mundo, el cual está compuesto de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la vanagloria de esta vida (1 Jn. 2:15-17; 4:3-5; 5:4-5, 19); y la última es los ídolos, las herejías que substituyen al Dios genuino y las vanidades que reemplazan al Dios verdadero (v. 21). Estas tres categorías de cosas excesivamente malignas son armas usadas por el maligno, el diablo, para entorpecer, dañar y, de ser posible, anular nuestra permanencia en la comunión divina. Nuestro nacimiento divino con la vida divina nos salvaguarda contra sus maldades (v. 18), y, con base en el hecho de que el Hijo de Dios, por Su muerte en la cruz, destruyó las obras del diablo (1 Jn. 3:8), nosotros le vencemos por la palabra de Dios que permanece en nosotros (1 Jn. 2:14). En virtud de nuestro nacimiento divino también vencemos el mundo maligno del diablo mediante nuestra fe en el Hijo de Dios (vs. 4-5). Más aún, nuestro nacimiento divino junto con la simiente divina que fue sembrada en nuestro ser interior nos capacita para que no vivamos habitualmente en el pecado (1 Jn. 3:9; 5:18) debido a que Cristo, por Su muerte en la carne, quitó los pecados (1 Jn. 3:5). En caso de que pequemos en alguna ocasión, tenemos a nuestro Abogado, quien es nuestro sacrificio propiciatorio y quien se encarga de nuestro caso ante nuestro Padre Dios (1 Jn. 2:1-2), y tenemos Su sangre eternamente eficaz que nos limpia (1 Jn. 1:7). Esta revelación es la sustancia, el elemento básico, del ministerio remendador del apóstol.

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