Lit., que no tienen alma.
Lit., que no tienen alma.
Los ejemplos que el apóstol pone en los vs. 7-11 indican que los creyentes corintios abusaron del hablar en lenguas por hacerlo de una manera insensata, produciendo sonidos que no tenían distinción de tono (v. 7) y emitiendo sonidos inciertos (v. 8). Además, lo usaron en exceso, al punto de practicarlo en cualquier lugar, de cualquier manera y en cualquier situación. Debido a ello, el apóstol los corrigió y los restringió en cuanto al uso y abuso de este don tan pequeño que era el menos provechoso, a fin de que buscaran los dones más importantes y que abundaran en la edificación de los santos y de la iglesia.
Lit., voz.
Lit., efecto. La misma palabra griega que se traduce poder
La palabra griega significa un extranjero, es decir, alguien que no es griego, que no habla griego. “Se supone que originalmente era una palabra que describía a aquellos cuyo acento era áspero o tosco… más tarde la palabra adquirió el sentido de estrafalario o rudo” (Vincent).
Aquí el apóstol dice: “Así también vosotros: puesto que estáis ávidos de espíritus”. Esto muestra que en aquellos días en su búsqueda espiritual, los creyentes corintios, quienes eran gentiles por nacimiento, confundieron, debido a su cultura, el único Espíritu Santo con los varios espíritus malignos; tampoco entendían claramente la unicidad del Espíritu Santo ni se aferraban a ella. Esto es comprobado por las palabras que se encuentran en 1 Co. 12:4: “pero el Espíritu es el mismo”. Lo dicho por el apóstol en el v. 12 no aprobaba la confusa búsqueda de ellos; al contrario, basándose en el hecho de que estaban confundidos, los exhortaba a que procuraran superar la situación y así sobresalir.
1 Co. 14:26; Ef. 1:17; 3:3, 5
El profetizar, es decir, el proclamar al Señor, edifica no sólo a los santos individualmente sino también a la iglesia.
Puesto que profetizar, es decir, proclamar al Señor, ministra a Cristo a las personas, ello edifica a los demás y les da ánimo y consolación.
Las palabras del apóstol en los vs. 2-6 nos dan un panorama claro y definido de que el hablar en lenguas es mucho menos importante que el profetizar. El apóstol dio muy poca importancia al don de hablar en lenguas y exaltó el don de profecía, porque su interés principal era la iglesia, y no los creyentes como individuos. El hablar en lenguas, aun cuando sea genuino y correcto, sólo edifica al que habla, pero el profetizar edifica a la iglesia. Profetizar con revelación o enseñar con conocimiento, usando palabras claras y entendibles, es más provechoso para la iglesia que hablar en lenguas usando palabras desconocidas (v. 19).
1 Co. 11:4; 12:10; 13:2; 14:3-6, 39
Puesto que profetizar significa hablar por el Señor y proclamar al Señor, es decir, ministrar a Cristo a las personas —lo cual es el elemento principal de las reuniones de la iglesia—, es necesario que las profecías estén llenas de la vida divina y que esta vida sea su contenido. El amor es la manera más excelente de experimentar la vida divina y de hacer que la vida divina sea el contenido del don de profecía para la edificación de la iglesia. Por consiguiente, debemos seguir el amor y anhelar este don mayor.
Véase la nota 1 Co. 12:311a (así también en el v. 39).
Este mandato se basa en la revelación que se encuentra en 1 Co. 12:31; 13:1-13. Seguir el amor es procurar crecer en vida con miras a desarrollar los dones en vida. Por lo tanto, debe ser complementado por un deseo ferviente de tener el don más provechoso, el don de profecía.
Usar y ejercitar nuestro espíritu en oración ciertamente es saludable para nuestra vida espiritual, pero tener una mente infructífera y ociosa es bastante perjudicial. Al orar al Señor, debemos ejercitar nuestro espíritu regenerado y nuestra mente renovada. Nuestra mente debe estar puesta en nuestro espíritu (Ro. 8:6) y nunca debe estar separada de él, incluso durante nuestro andar diario, y sobra decir, durante nuestra oración. Si queremos que nuestra oración toque a Dios, nos alimente y nos fortalezca a nosotros mismos y edifique a otros, ésta debe provenir de un espíritu que esté en contacto con Dios, debe pasar por una mente sobria y entendida, y debe constar de palabras claras y comprensibles.
1 Co. 11:17, 18, 20
Si toda la iglesia se reúne y todos hablan en lenguas, un observador podría considerar que todos los asistentes están locos. Por lo tanto, fomentar que todos los santos hablen en lenguas en la reunión de la iglesia no es correcto; es contrario a la palabra del apóstol Pablo.
O, locos de remate. Ésta es una firme exhortación en contra del uso excesivo de las lenguas.
La única preocupación del apóstol era edificar a la iglesia. Estaba plenamente consciente de la iglesia y centrado en ella, caso completamente contrario al de los corintios, quienes se centraban en sí mismos. El problema que tenían con respecto a los dones espirituales se debía a sus afanes egoístas, es decir, a que no tenían interés en edificar la iglesia. Al tratar los primeros seis problemas, los cuales pertenecían a la esfera de la vida humana, el apóstol recalcó que Cristo es la porción única que Dios nos dio; al tratar los últimos cinco problemas, pertenecientes a la esfera de la administración divina, hizo énfasis en la iglesia como la única meta de Dios para nosotros. Los corintios no sólo carecían de Cristo, sino que permanecían ignorantes con respecto a la iglesia. El ministerio completador del apóstol (Col. 1:25), está compuesto de Cristo como misterio de Dios (Col. 2:2), y de la iglesia como misterio de Cristo (Ef. 3:4). No obstante, pese a que estaban bajo el ministerio del apóstol, los corintios pasaron ambos por alto. Ellos estaban sumidos en sí mismos y eran ciegos e ignorantes.
La palabra griega denota llenarse, también denota sobresalir. Véase la nota 1 Co. 8:81. Conforme al contexto de este versículo, aquí la palabra no denota abundar, aumentar, sino sobresalir y ser extraordinario. Las palabras puesto que estáis ávidos de espíritus, las cuales se encuentran en la primera parte de este versículo, ya daban a entender que los creyentes corintios, en su búsqueda de los dones espirituales, confundían al Espíritu Santo con los espíritus malignos. El apóstol consideró muy degradante tal clase de afán confuso que llegó a tal punto que los creyentes corintios pudieran haber sido considerados bárbaros. Por lo tanto, el apóstol los exhortó a que no siguieran, para su propio disfrute y exhibición, cosas espirituales indiscernibles y entremezcladas, sino que procuraran sobresalir, es decir, que superaran tal búsqueda inferior, con el propósito de edificar a la iglesia.
Esto implica que el apóstol animó a aquellos que recibieron su carta a que no sólo oraran en una lengua desconocida, sino también en palabras claras y comprensibles.
Esto no significa orar exclusivamente con la mente sin usar el espíritu. En Ef. 6:18 el apóstol nos mandó que oráramos en todo tiempo en el espíritu. La oración es adoración, y debe hacerse en el espíritu (Jn. 4:24). Cuando oramos con el espíritu, no en una lengua desconocida, sino con palabras comprensibles, espontáneamente empleamos nuestra mente para interpretar y expresar el pensamiento del espíritu. Lo que el apóstol quería decir aquí es que en las reuniones de la iglesia, para provecho de todos los que estén presentes, debemos orar con nuestra mente usando palabras inteligibles (v. 19) para expresar el sentir, la carga, de nuestro espíritu. En una reunión de la iglesia nuestra oración no sólo debe ser oída por el Señor para obtener Su respuesta, sino que también la deben entender todos los que asisten a la reunión para que les sea de provecho. Con este propósito, al orar en público debemos aprender a usar nuestra mente del mismo modo en que usamos nuestro espíritu, con lo cual estaremos adiestrando nuestra mente a cooperar con nuestro espíritu, e incluso a ser uno con nuestro espíritu, a fin de que el espíritu llegue a ser el espíritu de nuestra mente (Ef. 4:23).
Lit., laico; es decir, una persona que es introducida en cierto asunto sin ninguna enseñanza ni instrucción acerca de tal asunto (así también en los vs. 23-24).
Esto revela que en las reuniones de la iglesia que se celebraban en los tiempos del apóstol, cuando uno oraba, todos los demás decían Amén, incluso daban “el Amén” con el debido énfasis.
La expresión así que al principio de este versículo indica que, según la cita de Is. 28 en el v. 21, las lenguas son una señal negativa a los incrédulos que indica su miserable condición de incredulidad. Esto implica que dondequiera que se hable una lengua extraña, allí hay incredulidad. La intención del apóstol aquí era restringir a los corintios en su práctica excesiva de hablar en lenguas. Pero la profecía es una señal positiva a los creyentes, lo cual indica que están en la condición correcta de creer. Esto es un estímulo para la práctica de profetizar.
Indica que no sólo nuestra profecía y enseñanza en las reuniones de la iglesia, sino también nuestras oraciones y nuestra acción de gracias al Señor, deben edificar a otros. Esto muestra hasta qué punto el apóstol se preocupaba por la edificación de la iglesia y de los santos. Sus palabras en este versículo no sólo constituyen una corrección, sino también un encargo.
Esto muestra cuán necesario es hablar con palabras comprensibles en la reunión de la iglesia para la edificación de la misma, y que no es necesario en absoluto hablar en lenguas.
Véase la nota 1 Co. 14:152.
Los creyentes corintios no sólo eran niños en cuanto a la vida (1 Co. 3:1), sino también en el entendimiento. Necesitaban crecer tanto en vida como en entendimiento. Todos los esfuerzos del apóstol al tratar sus problemas tenían este propósito: que maduraran en todo aspecto.
O, razonamiento, mentalidad. En el griego esta palabra es diferente de la traducida mente en los vs. 15, 19, la cual “hace énfasis en la diferencia con el éxtasis” (Vincent). Esto tiene que ver con el entendimiento y la mentalidad de los creyentes de Corinto acerca del hablar en lenguas. Ellos estaban extasiados con esta práctica y, por ende, seguían siendo infantiles en su entendimiento al respecto, sin usar su mente apropiadamente como corresponde a creyentes maduros. El apóstol les aconsejó que crecieran y que, con respecto a hablar en lenguas, llegaran a la madurez en su entendimiento, esto es, en el uso adecuado de su mente, como él lo había hecho (v. 19).
Dios desea que cada uno de los creyentes profetice, es decir, que hable por Él y que lo proclame (v. 1b; cfr. Nm. 11:29).
O, consolados.
Los creyentes infantiles de Corinto necesitaban madurar en su entendimiento para poder conocer las cosas mencionadas en los vs. 21-25.
Se refiere al Antiguo Testamento. Véase la nota 1 Co. 14:343d.
Esta palabra, que proviene de Is. 28:9-13, indica que el hablar en lenguas extrañas se dio como castigo a los hijos de Israel porque no creyeron la palabra comprensible de Dios. Por lo tanto, el hecho de que el apóstol citara este pasaje implica que los corintios no habían recibido adecuadamente la revelación comprensible que Dios les había dado por medio de los apóstoles.
1 Co. 12:10; 14:5, 13, 27
Esto implica que todos los asistentes no sólo tienen el deber de profetizar sino también la capacidad. Si todos profetizan en la reunión de la iglesia, la gente será convencida de su pecado. Profetizar de esta manera no tiene como fin primordial predecir, sino hablar por el Señor y proclamarlo.
Esto no resultaría de una profecía que fuese una predicción, sino de una profecía en la cual se habla por el Señor y se lo proclama. Esta última clase de profecía requiere cierta medida de crecimiento en vida. Estas palabras también sirven para animar a los creyentes a que profeticen.
Significa en las reuniones de las iglesias. Véase la nota 1 Co. 14:281. Así también en el v. 35.
Esto implica que profetizar, es decir, hablar por Dios y proclamarlo, teniendo a Dios como el contenido, ministra a Dios a los oyentes y los conduce a Él. Esto también indica que las reuniones de la iglesia deben estar llenas de Dios, y que todas las actividades de la iglesia deben impartir a Dios a las personas para que ellas sean infundidas con Dios.
La palabra tiene, la cual aparece cinco veces en este versículo, es una palabra griega extensamente usada la cual tiene muchos significados. Sus tres significados principales son los siguientes:
1) retener, poseer, guardar (cierta cosa);
2) tener (cierta cosa) para disfrutarla;
3) tener los medios o el poder para hacer cierta cosa.
Los primeros dos significados deben aplicarse a los primeros tres puntos enumerados en este versículo, y el tercer significado, a los dos últimos: lengua e interpretación. Esto indica que al asistir a la reunión de la iglesia debemos tener algo del Señor para compartirlo con los demás, ya sea un salmo para alabar al Señor; una enseñanza (de parte de un maestro) con la cual ministrar las riquezas de Cristo para edificar y nutrir a otros; una revelación (de parte de un profeta, v. 30) para comunicar visiones del propósito eterno de Dios con respecto a Cristo como misterio de Dios y a la iglesia como misterio de Cristo; una lengua dada por señal a los incrédulos (v. 22) a fin de que conozcan y acepten a Cristo; o una interpretación que pueda hacer que algo hablado en lenguas acerca de Cristo y Su Cuerpo sea comprensible. Antes de llegar a la reunión, debemos prepararnos para la reunión con dichas cosas, las cuales provienen del Señor y que pertenecen al Señor, ya sea por medio de nuestra experiencia de Él o de nuestro disfrute de Su palabra y de nuestra comunión con Él en oración. Una vez en la reunión, no necesitamos ni debemos esperar recibir inspiración, sino que debemos desempeñar nuestra función ejercitando nuestro espíritu y valiéndonos de nuestra mente lúcida para presentar al Señor lo que hemos preparado para Su gloria y satisfacción y también a los asistentes para su beneficio, o sea, para que sean iluminados, nutridos y edificados.
Esto es semejante a la Fiesta de los Tabernáculos que se celebraba en los tiempos antiguos: los hijos de Israel traían a la fiesta el producto de la buena tierra, el cual habían cosechado de su labor en la tierra, y lo ofrecían al Señor para que Él lo disfrutara y para que ellos mismos participaran en mutualidad en su comunión con el Señor y los unos con los otros. Nosotros debemos laborar en Cristo como nuestra buena tierra para poder cosechar algún producto de Sus riquezas a fin de traerlo a la reunión de la iglesia y ofrecerlo. De esta manera la reunión será una exhibición de Cristo en Sus riquezas y será un disfrute mutuo de Cristo, el cual todos los que asisten compartirán delante de Dios y juntamente con Dios, para la edificación de los santos y de la iglesia.
Conforme a lo que se recalca en esta epístola, los cinco puntos enumerados en este versículo deben enfocarse en Cristo como el centro de Dios, dado a nosotros como nuestra porción, y en la iglesia como la meta de Dios, la cual es nuestro objetivo. El salmo debe ser la alabanza a Dios por habernos dado a Cristo como nuestra sabiduría y poder para nuestra vida diaria y nuestra vida de iglesia. La enseñanza de parte de un maestro y la revelación de parte de un profeta deben tener a Cristo y la iglesia, el Cuerpo de Cristo, como el contenido de su enseñanza y ministerio. De igual manera, una lengua y su interpretación deben tener como su centro y contenido a Cristo y la iglesia. Cualquier énfasis en cosas que no sean Cristo y la iglesia traerá confusión a la iglesia y la desviará de la línea central de la economía neotestamentaria de Dios, haciendo de ella una iglesia como la de Corinto.
Todo lo que hagamos en la reunión de la iglesia debe tener como fin la edificación de los santos y de la iglesia. Exhibir a Cristo y disfrutarle en las reuniones para la edificación de Su Cuerpo, debe ser nuestro único propósito y meta.
Esto indica que la reunión de la iglesia es la iglesia misma.
O, juzguen. Lit., discriminen. Esto es juzgar o discernir si lo que se profetiza es de Dios o no, discriminando lo correcto de lo incorrecto, lo cual indica que es posible que alguna profecía no sea de Dios.
En 1 Co. 1:2 y 1 Co. 10:32 se usa la expresión la iglesia de Dios. Pero aquí leemos las iglesias de los santos. La iglesia de Dios hace referencia al elemento que constituye la iglesia: la iglesia se constituye del elemento de Dios. Las iglesias de los santos alude a los componentes de las iglesias: las iglesias se componen de los santos.
Conforme a 11:5, las mujeres pueden profetizar (por supuesto, en público) teniendo su cabeza cubierta, y Hch. 2:17-18; 21:9 confirman que las mujeres sí profetizaban. Pero 1 Ti. 2:12 dice que no se permite que las mujeres enseñen, es decir, que enseñen como autoridades (allí la enseñanza está relacionada con el ejercicio de la autoridad), como para definir la doctrina. Por tanto, conforme al principio neotestamentario, no permitir que las mujeres hablen en las reuniones de la iglesia, significa no permitir que enseñen con autoridad con respecto a definir doctrinas. En este sentido, deben callar en las reuniones de la iglesia. No se les permite hablar, porque deben estar sujetas a los hombres. Esto está relacionado con el asunto de la autoridad ordenada por Dios en Su gobierno. Según lo dispuesto gubernamentalmente por Dios, no se permite que las mujeres hablen ejerciendo autoridad sobre los hombres. Pueden orar y profetizar, que es (principalmente) hablar por el Señor y proclamar al Señor. Sin embargo, deben hacerlo bajo el resguardo de los hermanos, porque aquí se les encarga que estén sujetas.
Esto también indica que, en la práctica, una iglesia local debe seguir a las otras iglesias. Todas las iglesias locales deben someterse al orden universal del Espíritu, conforme a la palabra de los apóstoles, de quienes procede la palabra de Dios.
Esto también indica que ser profeta o ser una persona espiritual es de alta estima en la iglesia con miras al cumplimiento de la economía neotestamentaria de Dios. En la administración de Dios en la iglesia, un profeta viene después de un apóstol (1 Co. 12:28). Él es uno que habla por Dios y que proclama a Dios, y que ha recibido revelación de los misterios con respecto a Cristo y la iglesia (Ef. 3:5), revelación que es el fundamento para la edificación de la iglesia (Ef. 2:20). Una persona espiritual es alguien que vive conforme a su espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu de Dios, y que puede discernir todas las cosas espirituales (1 Co. 3:1 y las notas; 1 Co. 2:15 y la nota). Tales personas, dotadas de conocimiento espiritual, deben saber claramente que las enseñanzas del apóstol Pablo son el mandamiento del Señor, y lo que ellos hablan debe corresponder con las enseñanzas del apóstol. El espíritu de Pablo fue fuerte y su palabra fue franca al corregir a los corintios desordenados. Les mandó que supieran claramente que las enseñanzas de él eran mandamiento del Señor y que tenían la autoridad auténtica de Él.
Puesto que las enseñanzas del apóstol son conforme a lo dispuesto por Dios (v. 34), ellas son el mandamiento del Señor.
En realidad, todo este capítulo trata del profetizar y del hablar en lenguas. Puesto que la profecía es el don más provechoso para edificar a los santos y también a la iglesia con el rico ministerio de Cristo, era tenido en alta estima y fue promovido por el apóstol. Ya que hablar en lenguas no es de provecho alguno para la edificación, el apóstol fue fiel al ponerlo en evidencia como algo de menor valor. Tanto al valorar como al poner al descubierto, el apóstol actuaba en conformidad con su interés por que se cumpliera el propósito de Dios en cuanto a edificar la iglesia con las riquezas de Cristo. Al final de este capítulo, él continuó exhortándonos a que anheláramos profetizar con miras al edificio de Dios. No obstante, para guardar la inclusividad y unidad de la iglesia, también nos exhortó a que no prohibiéramos el hablar en lenguas.
La preocupación del apóstol con respecto a la iglesia era que Cristo como centro de Dios y a la iglesia como meta de Dios fueran llevados adelante hasta la culminación y que todo se hiciera decentemente y en buen orden delante de los hombres y de los ángeles (1 Co. 4:9; 11:10). Nuestra vida natural no sirve para cumplir un propósito tan alto. Para tener la adecuada vida de iglesia es necesario que experimentemos al Cristo crucificado (1 Co. 1:23; 2:2) para dar fin a nuestro yo y también para que experimentemos a Cristo en resurrección como nuestra santificación y redención diarias (1 Co. 1:30).
Esto significa que los profetas no están bajo el control de su espíritu, sino que su espíritu está bajo la dirección de ellos. Por eso, pueden decidir cuándo profetizar y cuándo dejar de profetizar, a fin de mantener un buen orden en la reunión de la iglesia. El espíritu de ellos no es su amo, sino que es el medio que usan para ejercer su función. Deben aprender a ejercitar su espíritu y emplearlo a su propia discreción.
El principio subyacente a los mandatos de los vs. 26-32, mayormente con respecto al hablar en lenguas y al profetizar, es que se debe mantener un decoroso orden de paz, conforme a lo que Dios mismo es.
Esto indica que todas las iglesias locales deben ser iguales en cuanto a la práctica.