Cristo era poderoso en los creyentes mientras Él hablaba en el apóstol. Para los creyentes ésta era verdaderamente una prueba sólida y subjetiva de que Cristo hablaba en el apóstol.
Cristo era poderoso en los creyentes mientras Él hablaba en el apóstol. Para los creyentes ésta era verdaderamente una prueba sólida y subjetiva de que Cristo hablaba en el apóstol.
Lit., a partir de.
La debilidad del cuerpo; igual que en 10:10. Cristo no necesitaba ser débil con relación a Sí mismo en ningún aspecto, pero para realizar la redención por nosotros Él estaba dispuesto a ser débil en Su cuerpo para ser crucificado. Pero ahora, después de ser resucitado, Él vive por el poder de Dios.
Los apóstoles siguieron el ejemplo de Cristo y, al estar en la unión orgánica con Él, estaban dispuestos a ser débiles para poder vivir una vida crucificada con Él. De esta manera vivirían juntamente con Él por el poder de Dios para con los creyentes. Aparentemente, eran débiles para con los creyentes; mas en realidad, eran poderosos.
La fe objetiva (Hch 6:7; 1 Ti. 1:19 y la nota 3). Si alguien está en la fe objetiva, indudablemente tiene la fe subjetiva, o sea que cree en Cristo y en toda la economía neotestamentaria de Dios. El apóstol les pidió a los corintios que examinaran eso.
Examinarnos es determinar la condición en que nos encontramos; ponernos a prueba es verificar que hayamos cumplido los requisitos de un estatus específico.
Siempre y cuando un creyente se dé cuenta de que Jesucristo está en él, está calificado, aprobado, para ser un miembro genuino de Cristo.
Es decir, descalificados.
Con esto el apóstol dirigió la atención a sí mismo y a los demás apóstoles, indicando que ellos, en quienes Cristo vivía y hablaba, estaban plenamente calificados y no estaban reprobados, especialmente entre los corintios conflictivos. El apóstol anhelaba ardientemente que ellos reconocieran esto y que no tuvieran más dudas acerca de él.
Esto indica que las buenas obras de los creyentes eran prueba de la aptitud de los apóstoles y sus enseñanzas. Sin embargo, el apóstol no quería usar esto como base sobre la cual ejercer su autoridad apostólica para disciplinarlos; él se preocupaba de que ellos hicieran bien a fin de que fueran establecidos y edificados.
Porque indica que el v. 8 es una explicación de lo mencionado en el versículo anterior. El apóstol esperaba que los creyentes hicieran lo bueno, pero no con la intención de que los apóstoles mismos aparecieran aprobados. Edificar a los creyentes para que hagan lo bueno redunda en beneficio de la verdad; pero si los apóstoles hacen algo para aparecer aprobados y defenderse ante los creyentes (2 Co. 12:19), esto iría en contra de la verdad. El Señor no daría a los apóstoles la capacidad de hacer esto, así que no lo podían hacer.
La realidad del contenido de la fe. Véase la nota 1 Ti. 2:42c.
Aquí ser débiles es lo mismo que aparecer reprobados. Cuando los apóstoles aparecían reprobados, eran débiles en administrar disciplina a los creyentes. Cuando los creyentes hacían lo bueno, eran poderosos y hacían que los apóstoles fueran impotentes para disciplinarlos. Los apóstoles se regocijaban de esto y oraban por ello, es decir, por el perfeccionamiento de los creyentes.
O, restauración. Implica reparar, corregir, poner de nuevo en orden, enmendar, unir perfectamente (cfr. 1 Co. 1:10 y la nota 4), equipar completamente, proveer de todo lo necesario; así que significa perfeccionar, completar, educar. Los apóstoles oraban por los corintios, para que fuesen restaurados, puestos de nuevo en orden, y completamente equipados y edificados a fin de que crecieran en vida para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Puesto que los apóstoles se regocijaban (v. 9), podían exhortar a los creyentes a regocijarse también. No lo debían hacer en su vida natural, sino en el Señor (Fil. 3:1; 4:4; 1 Ts. 5:16).
Los apóstoles eran consolados por el Dios de toda consolación (2 Co. 1:3-6). Los corintios se habían desanimado mucho con la primera epístola que el apóstol les escribió. Ahora, en la segunda epístola, él los consuela con la consolación de Dios (2 Co. 7:8-13).
Tener el mismo pensamiento debe de haber sido el aspecto principal en el cual los corintios distraídos y confundidos necesitaban ser perfeccionados, corregidos, puestos en orden y restaurados, tal como el apóstol les había exhortado en su primera epístola (1 Co. 1:10).
En paz unos con otros, y probablemente también con Dios.
Los corintios carecían de amor (1 Co. 8:1; 13:1-3, 13; 14:1) y no tenían paz porque eran perturbados por las enseñanzas que los distraían y por los conceptos que los confundían. Por eso, el apóstol deseaba que el Dios de paz y de amor estuviera con ellos para que fueran corregidos y perfeccionados. Ellos necesitaban ser llenos de la paz y del amor de Dios para poder andar conforme al amor (Ro. 14:15; Ef. 5:2) y tener paz unos con otros (Ro. 14:19; He. 12:14).
Un ósculo de amor puro, sin ninguna contaminación.
La gracia del Señor es el Señor mismo dado a nosotros como vida para nuestro disfrute (Jn. 1:17 y la nota 1; 1 Co. 15:10 y la nota 1); el amor de Dios es Dios mismo (1 Jn. 4:8, 16) como la fuente de la gracia del Señor; y la comunión del Espíritu es el Espíritu mismo como la transmisión de la gracia del Señor con el amor de Dios para que participemos de ellos. Éstos no son tres asuntos separados, sino tres aspectos de una sola cosa, tal como el Señor, Dios y el Espíritu Santo no son tres Dioses separados sino tres “hipóstasis…del mismo y único Dios indiviso e indivisible” (Philip Schaff). La palabra griega hypóstasis (usada en He. 11:1, véase la nota 2 allí), que es la forma singular de esta palabra, se refiere a un soporte subyacente, es decir, a un apoyo que está por debajo, una sustancia que sostiene. El Padre, el Hijo y el Espíritu son las hipóstasis, las sustancias de sostén, que componen la única Deidad.
El amor de Dios es la fuente, puesto que Dios es el origen; la gracia del Señor es el curso del amor de Dios, ya que el Señor es la expresión de Dios; y la comunión del Espíritu es la impartición de la gracia del Señor con el amor de Dios, puesto que el Espíritu es la transmisión del Señor con Dios, para que nosotros experimentemos y disfrutemos al Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con Sus virtudes divinas. Aquí se menciona primero la gracia del Señor, ya que este libro trata de la gracia de Cristo (2 Co. 1:12; 4:15; 6:1; 8:1, 9; 9:8, 14; 12:9). Este atributo divino compuesto de tres virtudes —el amor, la gracia y la comunión— y el Dios Triuno compuesto de tres hipóstasis divinas —el Padre, el Hijo y el Espíritu— eran necesarios para los creyentes corintios quienes, a pesar de estar distraídos y confusos, habían sido consolados y restaurados. Por lo tanto, el apóstol usó todas estas cosas divinas y preciosas en una sola frase para concluir su afable y querida epístola.
Este versículo es prueba contundente de que la trinidad de la Deidad no es para lograr un entendimiento doctrinal propio de la teología sistemática, sino para que Dios mismo en Su Trinidad se imparta en Su pueblo escogido y redimido. En la Biblia, la Trinidad nunca es revelada como una mera doctrina. Siempre es revelada o mencionada con respecto a la relación de Dios con Sus criaturas, especialmente con el hombre, el cual fue creado por Él, y más específicamente con Su pueblo escogido y redimido. El primer título divino usado en la revelación divina, Elohim, un título hebreo se usa en relación a la obra creadora de Dios, denota un sujeto plural (Gn. 1:1), lo cual da a entender que Dios, quien creó los cielos y la tierra para el hombre, es triuno. Cuando Dios creó al hombre a Su propia imagen y conforme a Su semejanza, Él usó las palabras hagamos y Nuestra refiriéndose a Su Trinidad (Gn. 1:26) y dando a entender que Él sería uno con el hombre y que se expresaría a Sí mismo en Su Trinidad a través del hombre. Más adelante, en Gn. 3:22 y 11:7 y en Is. 6:8, Él se refirió a Sí mismo en plural una y otra vez con respecto a Su relación con el hombre y con Su pueblo escogido.
Dios, a fin de redimir al hombre caído y tener nuevamente la posición de ser uno con él, se encarnó (Jn. 1:1, 14) en el Hijo y mediante el Espíritu (Lc. 1:31-35) para ser un hombre, y vivió una vida humana sobre la tierra también en el Hijo (Lc. 2:49) y por medio del Espíritu (Lc. 4:1; Mt. 12:28). Al comienzo del ministerio del Hijo sobre la tierra, el Padre ungió al Hijo con el Espíritu (Mt. 3:16-17; Lc. 4:18) a fin de alcanzar a los hombres y hacerlos volver a Él. Poco antes de ser crucificado en la carne y ser resucitado para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), Él reveló Su misteriosa Trinidad a Sus discípulos en palabras claras (Jn. caps. 14—17), afirmando que el Hijo está en el Padre y que el Padre está en el Hijo (Jn. 14:9-11), que el Espíritu es la transfiguración del Hijo (Jn. 14:16-20), que los tres, quienes simultáneamente coexisten y son coinherentes, permanecen en los creyentes para que éstos le disfruten (Jn. 14:23; 17:21-23), y que todo lo que el Padre tiene pertenece también al Hijo, y todo lo que el Hijo posee es recibido por el Espíritu para declarárselo a los creyentes (Jn. 16:13-15). Dicha Trinidad está completamente relacionada con la impartición del Dios procesado en Sus creyentes (Jn. 14:17, 20; 15:4-5) para que ellos sean uno en el Dios Triuno y uno con Él (Jn. 17:21-23).
Después de Su resurrección, Cristo exhortó a Sus discípulos a ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28:19); es decir, exhortó a los discípulos a introducir a los que creyeran en el Dios Triuno, en una unión orgánica con el Dios procesado, quien había pasado por la encarnación, el vivir humano y la crucifixión, y que había entrado en la resurrección. Basándose en esta unión orgánica, el apóstol, al concluir esta epístola divina a los corintios, los bendijo con la bendita Trinidad Divina en la participación de la gracia del Hijo con el amor del Padre por medio de la comunión del Espíritu. En la Trinidad Divina, Dios el Padre realiza todas las cosas en todos los miembros de la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo, mediante los ministerios del Señor, Dios el Hijo, por los dones de Dios el Espíritu (1 Co. 12:4-6).
Toda la revelación divina del libro de Efesios, con respecto a la producción, la existencia, el crecimiento, la edificación y la lucha de la iglesia como Cuerpo de Cristo, está compuesta de la economía divina, que consiste en que el Dios Triuno se imparta en los miembros del Cuerpo de Cristo. El cap. 1 de Efesios revela que Dios el Padre escogió y predestinó a estos miembros en la eternidad (Ef. 1:4-5), que Dios el Hijo los redimió (Ef. 1:6-12), y que Dios el Espíritu, como las arras, los selló (Ef. 1:13-14), impartiéndose así en Sus creyentes para la formación de la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Ef. 1:18-23). El cap. 2 nos muestra que en la Trinidad Divina, todos los creyentes, judíos y gentiles, tienen acceso a Dios el Padre, por medio de Dios el Hijo, en Dios el Espíritu (Ef. 2:18). Esto indica que los tres simultáneamente coexisten y son coinherentes, aun después de pasar por los procesos de encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección. En el cap. 3 el apóstol oró pidiendo a Dios el Padre que concediera a los creyentes que, mediante Dios el Espíritu, fueran fortalecidos en su hombre interior; para que Cristo, Dios el Hijo, hiciera Su hogar en el corazón de ellos, es decir, para que ocupara todo su ser a fin de que fueran llenos hasta la medida de la plenitud de Dios (Ef. 3:14-19). Éste es el clímax de la experiencia y participación que los creyentes tienen de Dios en Su Trinidad. El cap. 4 muestra cómo el Dios procesado como el Espíritu, el Señor y el Padre, se mezcla con el Cuerpo de Cristo (Ef. 4:4-6) para que todos los miembros del Cuerpo experimenten a la Trinidad Divina. El cap. 5 exhorta a los creyentes a alabar al Señor, Dios el Hijo, con los cánticos de Dios el Espíritu, y a dar gracias a Dios el Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Dios el Hijo (Ef. 5:19-20). Esto es alabar y dar gracias al Dios procesado en Su Trinidad Divina a fin de disfrutarle como el Dios Triuno. El cap. 6 nos instruye a combatir la guerra espiritual al ser fortalecidos en el Señor, Dios el Hijo, vistiéndonos de toda la armadura de Dios el Padre, y blandiendo la espada de Dios el Espíritu (Ef. 6:10, 11, 17). En esto consiste la experiencia y el disfrute del Dios Triuno que los creyentes tienen, incluso en medio de la guerra espiritual.
El apóstol Pedro en sus escritos confirmó que Dios es triuno para que los creyentes le disfruten, remitiendo a los creyentes a la elección de Dios el Padre, la santificación de Dios el Espíritu y la redención de Jesucristo, Dios el Hijo, lograda por medio de Su sangre (1 P. 1:2). Y el apóstol Juan fortaleció la revelación de que la Trinidad Divina tiene como fin que los creyentes participen del Dios Triuno procesado. En el libro de Apocalipsis él bendijo a las iglesias de las diferentes localidades con la gracia y la paz de Dios el Padre, Aquel que es y que era y que ha de venir, y de Dios el Espíritu, los siete Espíritus que están delante de Su trono, y de Dios el Hijo, Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra (Ap. 1:4-5). La bendición que Juan dio a las iglesias también indica que el Dios Triuno procesado, en todo lo que Él es como Padre eterno, en todo lo que Él puede hacer como Espíritu siete veces intensificado, y en todo lo que Él ha logrado y obtenido como el Hijo ungido, se revela para que los creyentes le puedan disfrutar a fin de que sean Su testimonio corporativo como los candeleros de oro (Ap. 1:9, 11, 20).
Por consiguiente, es evidente que la revelación divina de la trinidad de la Deidad en la santa Palabra, desde Génesis hasta Apocalipsis, no se da para que se haga un estudio teológico, sino para que comprendamos cómo Dios en Su maravillosa y misteriosa Trinidad, se imparte a Sí mismo en Su pueblo escogido, a fin de que nosotros como Su pueblo escogido y redimido podamos, como se indica en la bendición que el apóstol da a los creyentes corintios, participar del Dios Triuno procesado, experimentarle, disfrutarle y poseerle ahora y por la eternidad. Amén.