Este libro fue escrito en un tiempo cuando las iglesias establecidas por medio del ministerio del apóstol en el mundo gentil estaban degradándose y el apóstol mismo estaba confinado a una prisión lejana. Muchos, incluyendo algunos de sus colaboradores (2 Ti. 4:10), le habían dado la espalda y lo habían abandonado (v. 15; 4:16). Era una situación desalentadora y decepcionante, especialmente para su joven colaborador e hijo espiritual, Timoteo. Por esta razón, al principio de esta epístola que anima, fortalece y establece, Pablo le confirmó a Timoteo que él era un apóstol de Cristo no sólo por la voluntad de Dios, sino también según la promesa de vida, la cual está en Cristo. Esto implica que aunque las iglesias se degraden y muchos de los santos caigan en infidelidad, la vida eterna, la vida divina, la vida increada de Dios, la cual Él prometió en Sus Santas Escrituras y dio al apóstol y a todos los creyentes, permanece inmutable para siempre. Con esta vida inmutable y sobre ella fue puesto el sólido fundamento de Dios que permanece inconmovible a través de las olas de degradación (2 Ti. 2:19). Por medio de tal vida, aquellos que buscan al Señor con un corazón puro pueden soportar la prueba de la decadencia de la iglesia. Esta vida debía de haber animado y fortalecido al apóstol Pablo durante tiempos peligrosos, y de esta misma vida Timoteo y otros debían echar mano según Pablo les mandó en su primera epístola (1 Ti. 6:12, 19).