El fuego extraño ofrecido por Nadab y Abiú era fuego común, no fuego santo. No era el fuego del altar (Lv. 16:12), procedente de Dios, de los cielos (Lv. 9:24), sino fuego procedente del hombre, de la tierra, que no tenía la expiación como fundamento. El fuego extraño representa el entusiasmo natural, el afecto natural, la fuerza natural y la capacidad natural del hombre, ofrecidos por éste a Dios. Nadab y Abiú hicieron algo para Dios, pero de una manera natural. Por tanto, Dios juzgó esta ofrenda consumiendo a ambos sacerdotes (v. 2). Esto es una severa advertencia que nos muestra que al tocar los asuntos divinos necesitamos aplicar la cruz a nuestra vida natural; de otro modo, si tocamos descuidadamente las cosas santas de Dios, esto nos acarreará muerte espiritual, e incluso podría ocasionarnos muerte física (Hch. 5:1-11; 1 Co. 11:27-32; 1 Jn. 5:16), que vendría como juicio de parte del Dios santo. Véase la nota 2 S. 6:72 y la nota He. 12:291a.
 
     
             
     
     
     
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