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Capítulos de libros «La Epístola a Los Hebreos»
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  • Desde el punto de vista de Dios, la persecución que los creyentes hebreos sufrieron de parte del judaísmo fue una disciplina, un castigo.

  • O, castigaban.

  • Padre de los espíritus está en contraste con padres carnales. En la regeneración nacimos de Dios (Jn. 1:13) en nuestro espíritu (Jn. 3:6). Por consiguiente, Dios es el Padre de los espíritus (nuestros).

  • La santidad es la naturaleza de Dios. Participar de la santidad de Dios es participar de Su naturaleza santa. La permanencia de los creyentes hebreos en el judaísmo era algo profano e impío. Ellos necesitaban ser santificados para el nuevo pacto de Dios a fin de poder participar de la naturaleza santa de Dios. La persecución les sobrevino a fin de disciplinarlos de modo que fueran santificados o separados de lo común.

  • O, castiga. Así también en los vs. 7, 10.

  • O, el castigo. Así también en los vs. 7-8, 11.

  • Aquí el pecado debe de referirse a algo que es maligno ante Dios, lo cual estorba a los creyentes y les impide seguir el camino del nuevo pacto, por lo cual es necesario resistirlo, incluso hasta la sangre.

  • Lit., se deshagan.

  • A partir de He. 1:3 este libro nos dirige continuamente al Cristo sentado en el cielo. Pablo, en todas sus otras epístolas, nos presenta principalmente al Cristo que mora en nuestro espíritu (Ro. 8:10; 2 Ti. 4:22) como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) para ser nuestra vida y nuestro todo. Sin embargo, en este libro Pablo nos dirige particularmente al Cristo que se ha sentado en los cielos y que tiene tantos aspectos que puede cuidarnos en todo sentido. En las demás epístolas de Pablo, el Cristo que mora en nosotros está en contraste con la carne, el yo y el hombre natural. En este libro el Cristo celestial está en contraste con la religión terrenal y con todas las cosas terrenales. Para experimentar al Cristo que mora en nosotros, necesitamos volvernos a nuestro espíritu y contactarle. Para disfrutar al Cristo celestial, necesitamos apartar nuestra mirada de todo lo terrenal y contemplarlo sólo a Él, quien está sentado a la diestra del trono de Dios. Por medio de Su muerte y resurrección, Él logró todo lo que necesitaban Dios y el hombre. Ahora en Su ascensión está sentado en los cielos, en la persona del Hijo de Dios (He. 1:5) y del Hijo del Hombre (He. 2:6), en la persona de Dios (He. 1:8) y del hombre (He. 2:6), como el designado Heredero de todas las cosas (He. 1:2), el Ungido de Dios (He. 1:9), el Autor de nuestra salvación (He. 2:10), el Santificador (He. 2:11), el Socorro constante (He. 2:16), el Ayudador oportuno (He. 4:16), el Apóstol enviado por Dios (He. 3:1), el Sumo Sacerdote (He. 2:17; 4:14; 7:26), el Ministro del verdadero tabernáculo (He. 8:2) que tiene un ministerio más excelente (He. 8:6), el fiador y Mediador de un mejor pacto (He. 7:22; 8:6; 12:24), el Albacea del nuevo testamento (He. 9:16-17), el Precursor (He. 6:20), el Autor y Perfeccionador de la fe (v. 2) y el gran Pastor de las ovejas (He. 13:20). Si ponemos los ojos en Él, en Aquel que es todo-inclusivo y maravilloso, Él nos ministrará los cielos, la vida y la fortaleza, impartiéndonos e infundiéndonos todo lo que Él es, para que podamos correr la carrera celestial y vivir la vida celestial en la tierra. De esta manera nos llevará por todo el camino de la vida y nos guiará y nos llevará a la gloria (He. 2:10).

  • O, Consumador, Completador. Jesús también es el Consumador, el Completador, de la fe. Él concluirá lo que originó. Él completará lo que inauguró. Si ponemos los ojos en Él continuamente, Él culminará y completará la fe que necesitamos para correr la carrera celestial.

  • U, Originador, Inaugurador, Líder, Pionero, Precursor. La misma palabra griega es usada en 2:10. Los santos vencedores del Antiguo Testamento solamente son testigos de la fe, mientras que Jesús es el Autor de la fe. Él es el Originador, el Inaugurador, el origen y la causa de la fe. En nuestro hombre natural no tenemos la capacidad de creer. No tenemos fe por nosotros mismos. La fe por medio de la cual somos salvos es la fe preciosa que hemos recibido del Señor (2 P. 1:1). Cuando ponemos los ojos en Jesús, Él como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) se infunde en nosotros, nos infunde Su elemento que hace creer. Luego, espontáneamente, cierta clase de fe surge en nuestro ser, y así tenemos la fe para creer en Él. Esta fe no proviene de nosotros, sino de Aquel que se imparte en nosotros como el elemento que cree, a fin de que Él crea por nosotros. Por consiguiente, Él mismo es nuestra fe. Vivimos por Él como nuestra fe; es decir, vivimos por Su fe (Gá. 2:20), y no por la nuestra.

    Jesús, como el Autor y el origen de la fe, también es el Líder, el Pionero y el Precursor de la fe. Él abrió el camino de la fe y, como Precursor, tomó la delantera para ser el pionero. Por lo tanto, mediante Sus pisadas puede conducirnos por el camino de la fe. Cuando ponemos los ojos en Él como Aquel que es el Originador de la fe en Su vida y camino sobre la tierra, y los ponemos en Él como Aquel que es el Perfeccionador de la fe en Su gloria y trono en los cielos, entonces Él nos imparte y nos infunde la fe a la que dio origen y perfeccionó.

  • El Jesús maravilloso, quien está entronizado en los cielos y coronado de gloria y de honra (He. 2:9), es la mayor atracción que existe en el universo. Él es como un enorme imán, que atrae a todos los que le buscan. Al ser atraídos por Su belleza encantadora, dejamos de mirar todo lo que no sea Él. Si no tuviéramos un objeto tan atractivo, ¿cómo podríamos dejar de mirar tantas cosas que nos distraen en esta tierra?

  • La palabra griega traducida puestos los ojos, denota mirar fijamente apartando la mirada de cualquier otro objeto. Los creyentes hebreos tenían que volver la mirada apartándola de todas las cosas de su entorno, de su antigua religión, o sea, el judaísmo, de la persecución que padecían y de todas las cosas terrenales, para poner sus ojos en Jesús, quien ahora está sentado a la diestra del trono de Dios en los cielos.

  • La vida cristiana es una carrera. Después de ser salvos, todos los cristianos deben correr la carrera para ganar el premio (1 Co. 9:24), no para obtener la salvación en un sentido común (Ef. 2:8; 1 Co. 3:15), sino un galardón en un sentido especial (He. 10:35; 1 Co. 3:14). El apóstol Pablo corrió la carrera y ganó el premio (1 Co. 9:26-27; Fil. 3:13-14; 2 Ti. 4:7-8).

  • Aquí el pecado se refiere principalmente a lo que nos enreda y nos impide correr la carrera, tal como el pecado voluntario mencionado en He. 10:26 que podría impedir que los creyentes hebreos siguieran el camino del nuevo pacto en la economía de Dios. (Véase la nota He. 10:261). Tanto el peso que estorba como el pecado que enreda habrían estorbado a los creyentes hebreos y les habrían impedido correr la carrera celestial en el camino del nuevo pacto, que consiste en seguir a Jesús, quien fue rechazado por el judaísmo.

  • O, carga, estorbo. Los que corren una carrera se despojan de todo peso innecesario, de toda carga que estorbe, para que nada les impida ganar la carrera.

  • En el griego testigos conlleva el sentido de mártires.

  • La nube guía al pueblo a seguir al Señor (Nm. 9:15-22), y el Señor va en la nube para estar con el pueblo (Éx. 13:21-22).

  • La paz es el fruto de la justicia (Is. 32:17). La santidad es la naturaleza interna, mientras que la justicia es la conducta externa. La disciplina de Dios ayuda a los creyentes no sólo a participar de Su santidad, sino también a estar bien con Dios y con el hombre, para que en tal situación de justicia puedan disfrutar de la paz como un dulce fruto, un apacible fruto de justicia.

  • Lit., poned derechas.

  • Las cosas mencionadas en los vs. 22-24 son celestiales y espirituales, en contraste con las cosas terrenales y materiales mencionadas en los vs. 18-19. Estas cosas representan el lado de la gracia, donde los primogénitos y los espíritus de los hombres justos son salvos por gracia. Los que estaban bajo el antiguo pacto se acercaban a la ley, mientras que nosotros los cristianos, quienes estamos bajo el nuevo pacto, nos acercamos a la gracia. Por lo tanto, no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia (Ro. 6:14). Este pasaje (vs. 18-24), tal como Gá. 4:21-31, nos muestra que no estamos bajo la esclavitud de la ley, sino bajo la libertad de la gracia para ser los herederos, los que reciben la herencia. ¡Ésta es nuestra primogenitura! No debemos abandonar esto apartándonos de la gracia (v. 15), sino que debemos tener la gracia (v. 28). Las cosas que están del lado de la gracia son celestiales, pero no todas están en los cielos ahora. Muchos primogénitos de la iglesia todavía están en la tierra, mientras que los espíritus de los hombres justos, los cuales son los santos del Antiguo Testamento, están en el Paraíso, donde está Abraham (Lc. 16:22-23, 25-26), adonde el Señor Jesús y el ladrón que fue salvo fueron después de morir en la cruz (Lc. 23:43).

    Ninguna de las seis cosas mencionadas en el lado de la ley es placentera. Primero, hay un monte que ardía en fuego. ¿Quién podía acercarse a tal lugar? Luego tenemos la oscuridad, las tinieblas y el torbellino. Por último tenemos el sonido aterrador de una trompeta y la solemne y amonestadora voz que hablaba. Todo esto nos presenta un cuadro espantoso. Sin embargo, en el lado de la gracia todo es placentero. Las ocho cosas aquí mencionadas pueden ser consideradas como cuatro pares. El alto monte Sion y la bella Jerusalén celestial son el primer par, y denotan la habitación de Dios y el centro de Su administración universal. ¡Qué lugar tan hermoso! Los ángeles jubilosos que celebran, íntimamente relacionados con los herederos de la salvación a quienes ellos ministran (He. 1:14), y los primogénitos bienaventurados de la iglesia forman el segundo par de la escena. ¡Qué demostración tan maravillosa de una reunión angélica! Ellos celebran el hecho de que los herederos humanos, la iglesia de los primogénitos, participen de la salvación, en las bendiciones del nuevo pacto. Dios, el Juez de todo, y los espíritus de los hombres justos, o sea, los santos antiguotestamentarios (sus cuerpos, no resucitados, no fueron dignos de ser mencionados en esta porción), conforman el tercer par, lo cual muestra que Dios, siendo justo, justifica a los santos justos de antaño debido a la fe que tenían. El amado Señor Jesús, el Mediador del nuevo pacto, que es un mejor pacto, y Su preciosa sangre rociada, la cual habla mejor que la de Abel, componen el último par, lo cual indica que un mejor pacto fue establecido con la mejor sangre de Jesús, que Jesús murió y legó a Sus creyentes este nuevo pacto como un nuevo testamento, y que ahora Él es el Mediador y Albacea de este nuevo testamento, y como tal conduce a los creyentes a conocer en su experiencia todos los hechos benditos contenidos en él. ¡Qué escena tan agradable! ¡Qué contraste con la escena del lado de la ley, donde no se menciona a Dios ni al Salvador, ni siquiera se menciona a los ángeles! Con razón no se ve ninguna persona salva allí. En la escena de la gracia está el Dios que justifica, el Salvador, quien es el Mediador de Su nuevo testamento, y también Su sangre que habla, los ángeles ministradores con la asamblea (la iglesia) de los salvos, y los espíritus de los santos justificados. Por el lado de la ley, la escena termina con el sonido aterrador de una trompeta y con las palabras de advertencia. Por el lado de la gracia, la escena finaliza con un Mediador compasivo y un hablar que vindica a los creyentes. Después de ver tal contraste, ¿quién sería tan insensato para abandonar la gracia y volverse a la ley? Las ocho cosas que están del lado de la gracia no solamente son celestiales y espirituales, sino también eternas. Por lo tanto, aunque el cielo sea conmovido (v. 26), estas ocho cosas, las cuales son eternas, permanecerán (v. 27).

  • Véase la nota He. 11:101a.

  • O, reunión de festejo. La palabra griega significa reunión universal, asamblea o plena, y se usa para denotar un grupo de personas reunidas para celebrar un festival público, tal como los juegos olímpicos. ¡Toda la era del nuevo pacto es un festival, y las miríadas de ángeles, quienes son los espíritus ministradores que sirven a los herederos de la salvación (He. 1:14) bajo el nuevo pacto, forman una reunión universal que celebra el festival maravilloso de “una salvación tan grande” (He. 2:3), “el juego” más grande y más emocionante del universo! Lo que el Señor dijo en Lc. 15:7, 10 y 1 P. 1:12 tal vez indique esto.

  • La vida cristiana no es un asunto de doctrinas teóricas acerca de las cuales la mente deba razonar. Debe constar de sendas prácticas por las cuales nuestros pies anden. Todas las sanas doctrinas de la Biblia son sendas en las que podemos andar. Esto es especialmente válido con respecto al libro de Hebreos. Primero, este libro nos ministra las doctrinas más elevadas y más saludables con respecto a Cristo y Su nuevo pacto. Luego, sobre la base de las doctrinas apropiadas que nos muestra este libro, nos exhorta a correr la carrera y a enderezar las sendas para nuestros pies. La primera sección de este libro (1:1—10:18) trata de las doctrinas, y la segunda (10:19—13:25) trata de la carrera y de las sendas.

  • O, descoyunte, tuerza. Un significado alterno, se aparte, como dice en 1 Ti. 1:6; 5:15 y 2 Ti. 4:4, no corresponde a la antítesis que le sigue: “sino que sea sanado”, ni cabe dentro del contexto como lo hace el primer significado. El contexto implica que los tambaleantes creyentes hebreos debían abandonar todo lo que se pareciera al judaísmo (es decir, enderezar las sendas) para que ellos, los miembros débiles del Cuerpo, no cayeran en apostasía (es decir, que no se dislocaran), sino que entraran de lleno en el camino del nuevo pacto (es decir, que fueran sanados).

  • En cuanto a Dios, la santidad es Su naturaleza santa; en cuanto a nosotros, la santidad es nuestra santificación, nuestra separación para Dios. (Véase la nota Ro. 1:23). Esto implica que mientras seguimos la paz con todos los hombres, debemos prestar atención a la santificación ante Dios. Seguir la paz con todos los hombres, debe estar en equilibrio con la santificación ante Dios, la separación hacia Dios, sin la cual nadie verá al Señor ni tendrá comunión con Él.

  • La primogenitura de Esaú, quien era el hijo mayor de Isaac, consistía en la doble porción de la tierra, el sacerdocio y el reinado. Debido a que Esaú procedió de manera profana al ceder su primogenitura, la doble porción de la tierra fue dada a José (1 Cr. 5:1-2), el sacerdocio pasó a Leví (Dt. 33:8-10) y el reinado le fue asignado a Judá (Gn. 49:10; 1 Cr. 5:2).

    Nosotros los cristianos, quienes hemos nacido de Dios, somos las primicias de Sus criaturas (Jac. 1:18), primicias que Él ha cosechado en Su creación. En ese sentido, somos los hijos primogénitos de Dios. Por consiguiente, la iglesia, que somos nosotros, es llamada la iglesia de los primogénitos (v. 23). Por ser los hijos primogénitos de Dios tenemos la primogenitura. Esto incluye la heredad de la tierra (He. 2:5-6), el sacerdocio (Ap. 20:6) y el reinado (Ap. 20:4), los cuales serán las principales bendiciones en el reino venidero y los cuales, cuando el Señor regrese, perderán los cristianos profanos que ahora buscan y aman al mundo. Finalmente, esta primogenitura será una recompensa dada a los cristianos vencedores en el reino milenario. Cualquier disfrute mundano, hasta una comida, puede hacer que perdamos nuestra primogenitura. Si después de una advertencia tan seria los creyentes hebreos todavía hubieran preferido complacerse en tener “una sola comida” de su antigua religión, habrían perdido el pleno disfrute de Cristo y el reposo del reino junto con todas sus bendiciones.

    Esaú no fue el único en perder la primogenitura (Gn. 25:29-34); Rubén fue otro que perdió la bendición de la primogenitura (Gn. 49:3-4; 1 Cr. 5:1). Esaú la perdió por codiciar alimentos. Rubén la perdió por haberse contaminado en sus concupiscencias. Ambos casos deben servirnos de advertencia. La frase no sea que haya algún fornicario en este versículo pudo haber sido escrita considerando la historia de Rubén.

    De hecho, en Cristo tenemos el privilegio de disfrutar el anticipo de las bendiciones del reino venidero. El disfrute apropiado de este anticipo nos introducirá en el pleno disfrute de las bendiciones del reino. Si no disfrutamos a Cristo hoy en día como nuestra buena tierra, tal como se define en la nota He. 4:91, ¿cómo podremos entrar en Su reposo en el reino y heredar la tierra con Él? Si no ejercemos nuestro sacerdocio hoy en día para tener contacto con Él en una atmósfera de oración al ministrarle, ¿cómo podremos cumplir con nuestro servicio sacerdotal en el reino? Si no ejercitamos nuestro espíritu con la autoridad que Dios nos dio para gobernar nuestro yo, nuestra carne, todo nuestro ser y al enemigo con todo su poder de tinieblas hoy en día, ¿cómo podremos ser correyes juntamente con Cristo y regir a las naciones junto con Él en Su reino? (Ap. 2:26-27). ¡El disfrute que tenemos de Cristo y la práctica del sacerdocio y del reinado hoy son lo que nos prepara y nos hace aptos para que mañana participemos en el reino de Cristo!

  • Véase la nota He. 12:161, párr. 2.

  • Aunque los primogénitos de la iglesia todavía no están en los cielos, sí están inscritos allí.

  • Aquí la palabra griega traducida nuevo, significa fresco o joven en edad, mientras que la palabra traducida nuevo en He. 8:8, 13 y He. 9:15, significa nuevo o fresco en calidad.

  • En este libro la sangre de Cristo ocupa un lugar particularmente sobresaliente e importante. Es la sangre del pacto eterno (He. 13:20), con la cual fue establecido el nuevo y mejor pacto (He. 10:29). Por medio de esta sangre, Cristo entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo y obtuvo una redención eterna para nosotros (He. 9:12). Por medio de esta sangre, Cristo limpió los cielos y todas las cosas que en ellos hay (He. 9:22-24). Esta sangre nos santifica (He. 13:12; 10:29), purifica nuestra conciencia para que sirvamos al Dios vivo (He. 9:14), y habla por nosotros mejor que la sangre de Abel (v. 24). En esta sangre tenemos confianza para entrar en el Lugar Santísimo (He. 10:19). No debemos considerar esta sangre como algo común, como lo es la sangre de los animales; si lo hacemos, sufriremos el castigo de Dios (He. 10:29).

  • La gracia de Dios vino a nosotros por medio de Cristo (Jn. 1:14, 17). Así que, también es la gracia de Cristo (2 Co. 13:14; 12:9). En nuestra experiencia, esta gracia es Cristo mismo (Gá. 6:18, cfr. 2 Ti. 4:22). Cuando caemos de la gracia, somos reducidos a nada, separados de Cristo (Gá. 5:4). Con respecto a este asunto, Pablo les advirtió a las iglesias de Galacia, las cuales corrían el mismo peligro que los creyentes hebreos, que no se separaran de Cristo volviendo a la ley de la religión judía, no fuera que cayeran de la gracia de Dios, la cual es Cristo mismo. No debemos caer de la gracia, sino tener la gracia (v. 28), ser afirmados por ella (He. 13:9) y estar firmes en la misma (Ro. 5:2). Tanto Gálatas como Hebreos concluyen con la bendición de gracia (Gá. 6:18; He. 13:25).

  • Conforme a lo que implica el contexto, la raíz de amargura debe de referirse a cualquier judaizante que apartara a los creyentes hebreos de la gracia de Dios y los hiciera volver a los ritos del judaísmo, lo cual los corrompería ante los ojos de Dios y los haría rechazar la santidad de Dios.

  • No hubo oportunidad para el arrepentimiento, no significa que Esaú no tenía base para arrepentirse, sino que no tenía manera, ni base, para cambiar, con el arrepentimiento, el resultado de lo que había hecho.

  • Las cosas mencionadas en los vs. 18-19 son terrenales y materiales, y representan el lado de la ley donde todos, incluso Moisés, estaban aterrados y temblando (vs. 19-21).

  • El evangelio que el Nuevo Testamento nos ha predicado es el evangelio del reino (Mt. 3:1-2; 4:17, 23; 10:7; 24:14). Fuimos regenerados para entrar en el reino (Jn. 3:5) y fuimos trasladados al reino (Col. 1:13). Ahora estamos en el reino (Ap. 1:9), el cual hoy en día es la vida de iglesia apropiada (Ro. 14:17). Sin embargo, donde estamos hoy y lo que se encuentra en la vida de iglesia es el reino en su realidad, pero lo que vendrá en el futuro con el regreso de Cristo será el reino en su manifestación.

    El reino en su realidad, o la realidad del reino, es un ejercicio y una disciplina para nosotros (Mt. 5:3, 10, 20; 7:21) en la iglesia hoy en día, mientras que el reino en su manifestación, o la manifestación del reino, será una recompensa y un disfrute para nosotros (Mt. 16:27; 25:21, 23) en el reino milenario en la era venidera. Si tomamos el ejercicio del Espíritu y la disciplina de Dios en la realidad del reino hoy, recibiremos la recompensa del Señor y entraremos en el disfrute del reposo sabático venidero (He. 4:9) cuando se manifieste el reino en la era venidera. De otro modo, perderemos el reino venidero, no seremos recompensados con la manifestación del reino en la venida del Señor, ni tendremos derecho a entrar en la gloria del reino para participar en el reinado de Cristo en el reino milenario, y perderemos nuestra primogenitura y por ende no podremos heredar la tierra en la era venidera ni ser los sacerdotes reales que sirven a Dios y a Cristo en Su gloria manifestada, ni ser los correyes junto con Cristo, quienes gobiernan a las naciones con la autoridad divina (Ap. 20:4, 6). Perder el reino venidero y abandonar nuestra primogenitura no significa que pereceremos; significa que perderemos la recompensa pero no la salvación. (Véase la nota He. 10:351b). Sufriremos una pérdida, pero de todos modos seremos salvos, aunque así como pasados por fuego (1 Co. 3:14-15). Éste es el concepto fundamental en que se basan y del cual están impregnadas las cinco advertencias dadas en este libro. Todos los puntos negativos de estas advertencias están relacionados con perder la recompensa en el reino venidero, mientras que todos los puntos positivos están relacionados con la recompensa y el disfrute del reino. Las siete epístolas de Ap. 2 y Ap. 3 concluyen con este mismo concepto: la recompensa del reino o la pérdida de ésta. Solamente a la luz de este concepto podemos entender apropiadamente y aplicar correctamente lo dicho en Mt. 5:20; 7:21-23; 16:24-27; 19:23-30; 24:46-51; 25:11-13, 21, 23, 26-30; Lc. 12:42-48; 19:17, 19, 22-27; Ro. 14:10, 12; 1 Co. 3:8, 13-15; 4:5; 9:24-27; 2 Co. 5:10; 2 Ti. 4:7-8; He. 2:3; 4:1, 9, 11; 6:4-8; 10:26-31, 35-39; 12:16-17, 28-29; Ap. 2:7, 10-11, 17, 26-27; 3:4-5, 11-12, 20 y Ap. 22:12. Si no tenemos este concepto, la interpretación de estos versículos cae ya sea en la objetividad extrema de la escuela calvinista o en la subjetividad extrema de la escuela arminiana. Ninguna de estas escuelas reconoce la recompensa del reino, más aún, no ven la pérdida de la recompensa del reino. Por lo tanto, ambas creen que los puntos negativos de estos versículos se refieren a la perdición. La escuela calvinista, la cual cree en la salvación eterna (es decir, que una persona salva nunca perecerá), considera que todos estos versículos se aplican a la perdición de los falsos creyentes, mientras que la escuela arminiana, la cual cree que una persona salva perecerá si cae, considera que estos puntos se aplican a la perdición de los creyentes que han caído. Sin embargo, la revelación completa de la Biblia nos muestra que estos puntos negativos se refieren a la pérdida de la recompensa del reino. La salvación de Dios es eterna; una vez que la obtenemos, nunca la perdemos (Jn. 10:28-29). No obstante, es posible que perdamos la recompensa del reino, aunque de todos modos seremos salvos (1 Co. 3:8, 14-15). Las advertencias que vemos en el libro de Hebreos no se refieren a la pérdida de la salvación eterna, sino a la pérdida de la recompensa del reino. Aunque los creyentes hebreos habían recibido el reino, corrían el riesgo de perder la recompensa en la manifestación del reino si retrocedían de la gracia de Dios, es decir, si retrocedían del camino del nuevo pacto de Dios. Ésta era la principal preocupación del escritor al amonestar a los titubeantes creyentes hebreos.

  • O, tomemos. Tener gracia, especialmente para los creyentes hebreos, era permanecer en el nuevo pacto para disfrutar a Cristo.

  • La sangre de Cristo no solamente redime, santifica y purifica, sino que también habla. Es la sangre que habla, y habla mejor que la de Abel. La sangre de Abel habla a Dios acusando y pidiendo venganza (Gn. 4:10-15), mientras que la sangre de Cristo habla a Dios pidiendo perdón, justificación, reconciliación y redención. Además, esta sangre preciosa habla a Dios en nuestro favor, diciendo que por medio de la sangre (como lo revela este libro), el nuevo pacto, el cual es eterno, ha sido establecido, y que en este nuevo pacto Dios debe darse a Sí mismo y todas Sus bendiciones a los que creen en Cristo, quienes reciben este pacto por fe.

  • Dios es santo; la santidad es Su naturaleza. Él como fuego consumidor devorará todo lo que no corresponda a Su naturaleza santa. Si los creyentes hebreos se hubieran desviado retrocediendo al judaísmo, lo cual era algo profano (es decir, no santo) a los ojos de Dios, se habrían hecho impíos, y el Dios santo como fuego consumidor los habría consumido. Dios no solamente es justo sino también santo. Para satisfacer la justicia de Dios, necesitamos ser justificados mediante la redención de Cristo. Para satisfacer los requisitos de Su santidad, necesitamos ser santificados, hechos santos por el Cristo celestial, presente y vivo. La Epístola a los Romanos da más énfasis a la justificación (Ro. 3:24) por la justicia de Dios (Ro. 3:25-26), mientras que la Epístola a los Hebreos recalca la santificación (He. 2:11; 10:10, 14, 29; 13:12) por la santidad de Dios (v. 14). Para alcanzar la santificación, los creyentes hebreos debían separarse del judaísmo impío y apartarse para el Dios santo, quien se había expresado por completo en el Hijo bajo el nuevo pacto; de no ser así, ellos se habrían contaminado con su religión vieja y profana y habrían sido juzgados por el Dios santo, quien es fuego consumidor. ¡Eso habría sido espantoso! (He. 10:31). Con razón Pablo tomó muy en serio el temor del Señor (2 Co. 5:11).

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