Según la Biblia, la muerte contamina más que el pecado y es más abominable. Mediante la ofrenda por las transgresiones todo pecado podía ser inmediatamente perdonado (cap. 5), pero una persona que tocaba el cadáver de un animal quedaba inmunda hasta el anochecer (vs. 24-25, 27-28, 31-32, 39-40). El Señor perdona nuestros pecados en cuanto se los confesamos (1 Jn. 1:9), pero deberá transcurrir un tiempo antes de que podamos ser lavados de la contaminación traída por la muerte espiritual. La persona que tocaba el cadáver de un hombre quedaba inmunda por siete días (Nm. 19:11, 13), lo cual indica que, a los ojos de Dios, los seres humanos caídos son el elemento más contaminante (cfr. Mt. 15:17-20).