Las dos avecillas vivas y limpias tipifican a Cristo, quien es limpio, sin contaminación alguna y está lleno de la vida que lo capacita para volar por encima de la tierra. Aquí las avecillas representan a Cristo, quien vino desde los cielos, pero pertenece a los cielos y trasciende el ámbito terrenal. La avecilla que era inmolada (v. 5) representa al Cristo crucificado, quien murió por nosotros para que nuestra inmundicia sea quitada (1 P. 2:24). La otra avecilla, a la cual soltaban en campo abierto (vs. 6-7), representa al Cristo resucitado, quien se levantó de entre los muertos para liberarnos de nuestra debilidad por el poder, la fortaleza y la energía de Su vida de resurrección, a saber: la vida de Dios, que es divina, increada y eterna (Ro. 8:2).