Dios no es el Dios de la carne del hombre, sino de su espíritu (cfr. He. 12:9).
Dios no es el Dios de la carne del hombre, sino de su espíritu (cfr. He. 12:9).
Véase la nota Mt. 11:231d.
cfr. Nm. 26:11; 1 Cr. 6:33-37; Sal. 84 título; 88 título
Coré y los demás descendieron vivos al Seol. Ellos fueron allí directamente, sin tener que morir primero (cfr. Ap. 19:20). Esto fue algo nuevo que Jehová hizo (vs. 29-30).
Según 26:11, los hijos de Coré no murieron junto con Coré y su compañía. Aparentemente, ellos no se unieron a la rebelión, sino que se apartaron de ella. Que Dios librase a los descendientes de Coré muestra Su misericordia y gracia ilimitadas. Uno de los descendientes de Coré fue Samuel (1 Cr. 6:33-37), quien llegó a ser un gran profeta y un sacerdote nazareo. Otro fue Hemán, un nieto de Samuel, quien no sólo fue un salmista (Sal. 88 título), sino también un cantor en el templo según lo dispuesto por David (1 Cr. 6:31-33).
El juicio que Dios efectuó sobre estos 250 hombres representa el juicio de la cruz sobre todos los servicios a Dios que el hombre realiza conforme a sus propias opiniones, regido por su carne y en rivalidad con otros.
Estos rebeldes eran elocuentes y muy obstinados.
Lit., su.
Aunque Moisés fue humilde al postrarse sobre su rostro (v. 4), él no renunció a la posición que Dios le había asignado como Su autoridad delegada (vs. 5-11, 16-18). Moisés no peleó; más bien, trajo delante de Dios a los rebeldes y a aquellos contra quienes éstos se rebelaron. Moisés, como autoridad delegada de Dios, Su autoridad representativa, entregó este caso a Dios a fin de que fuese Él quien —como autoridad suprema— hablara, pusiera en evidencia y juzgara. Cuando se suscita alguna pugna por el poder, la única persona que puede juzgar y poner en evidencia la verdadera situación es Dios mismo.
Lo dicho aquí y por Moisés en los vs. 9-10 muestra que la raíz de esta rebelión era la ambición, la pugna por el poder y por una posición más encumbrada. La ambición socava el plan de Dios y causa perjuicio a Su pueblo. A lo largo de los siglos, la ambición ha causado muchos problemas entre los cristianos (cfr. Mt. 20:20-28; 3 Jn. 1:9-11).
La rebelión descrita en este capítulo fue una rebelión general y universal entre todo el pueblo de Dios (v. 19a).
Véase la nota Éx. 27:22.
La murmuración del pueblo contra Moisés y Aarón demuestra que su naturaleza rebelde no había sido subyugada. Véase la nota Nm. 17:121.
Véase la nota Lv. 16:11.