Para servir como levita, se debía tener entre treinta y cincuenta años de edad (vs. 3, 23, 30, 35, 43, 47). Asimismo, el Señor Jesús no tuvo la edad suficiente para el servicio de Dios sino hasta cumplir los treinta (Lc. 3:23). Para ser contado entre los que sirven a Dios, se debía tener un mes de vida o más: los de esa edad debían crecer y madurar (Nm. 3:39, 43). Para ser contado entre quienes combaten en pro del testimonio de Dios, se debía tener veinte años o más: los de esa edad eran personas maduras y fuertes; no había un límite máximo de edad (Nm. 1:3). Para ser contado en el servicio más cercano a Dios, se debía tener entre treinta y cincuenta años de edad: los de esa edad eran más maduros y fuertes, sin haber sufrido deterioro alguno.