Este salmo fue compuesto después que David cometiera el gravísimo pecado de asesinar a Urías y robarle su esposa, así como después que fuera reprendido por el profeta Natán (2 S. 11:1-27; 12:1-14).
Sal. 3 título
Este salmo fue compuesto después que David cometiera el gravísimo pecado de asesinar a Urías y robarle su esposa, así como después que fuera reprendido por el profeta Natán (2 S. 11:1-27; 12:1-14).
O, Ten misericordia de mí. Véase la nota Sal. 49:11.
Confesar, como lo hizo aquí David, que nacimos en pecado, indica que no tenemos confianza en nosotros mismos (cfr. Ro. 7:18; Fil. 3:3). Al comprender que somos pecaminosos y que Dios es santo, ponemos nuestra confianza únicamente en Él. Además, comprendemos que tenemos necesidad de que Cristo sea nuestro Mediador y nuestro sacrificio (véase la nota Sal. 51:71a).
Las partes internas son las partes que componen el alma humana, esto es: la mente, la parte emotiva y la voluntad. La parte escondida es el espíritu humano, que está escondido dentro del alma. Véase la nota 1 P. 3:41.
O, puro.
Al pecar nos hacemos viejos; pero después que somos perdonados por Dios, podemos ser renovados (Ro. 12:2; 2 Co. 4:16; Ef. 4:23; Tit. 3:5).
La presencia de Dios es, en realidad, el Espíritu de Su santidad. Si perdemos la presencia de Dios, lo perdemos todo.
El título Espíritu de santidad usado aquí y en Is. 63:10-11 no es igual al de Espíritu Santo, usado en el Nuevo Testamento. El Espíritu de santidad en el Antiguo Testamento sirvió para que Dios hiciera santo a Su pueblo al separarlos apartándolos para Sí. El Espíritu Santo, presente al inicio de la era del Nuevo Testamento, sirvió para la encarnación de Dios, en la cual Dios —en Su naturaleza divina— fue impartido a la humanidad y se mezcló con la naturaleza humana (sin producir una tercera naturaleza) a fin de producir un Dios-hombre intrínsecamente santo (Mt. 1:18; Lc. 1:35). Véase la nota Lc. 1:152c, la nota Lc. 1:352 y la nota Lc. 1:353b.
Los vs. 18-19 representan la participación —mediante el Cristo todo-inclusivo como las ofrendas— en el disfrute de Dios tanto en la iglesia local que es la casa, la morada, de Dios, como en la iglesia universal que es la ciudad, el reino, de Dios. Si somos personas que nos arrepentimos, confesamos nuestros pecados y le pedimos a Dios que nos purifique (1 Jn. 1:9), tendremos el disfrute de Dios en Cristo tanto en Su casa, la iglesia local, como en Su ciudad, la iglesia universal. Este disfrute, que es el “bien” aquí mencionado, incluye que Dios edifique la iglesia, la llene de Su gloria y le conceda Su rica presencia dándose Él a ella como su gozo, paz, vida, luz, seguridad y como toda bendición espiritual (cfr. Ef. 1:3).