La Gehena del Nuevo Testamento (véase la nota Mt. 5:228b).
La Gehena del Nuevo Testamento (véase la nota Mt. 5:228b).
Véase la nota 2 R. 21:111a. Aunque los reyes de Judá se mantenían en el terreno de unidad escogido por Dios y conservaban su fe en la Palabra de Dios, la condición en la que se encontraban no correspondía a la posición que asumieron. La mayoría de ellos, al igual que los reyes del reino de Israel, abandonaron a Dios como fuente de aguas vivas y fueron en pos de los ídolos, cavando para sí cisternas rotas que no retienen agua (Jer. 2:13). Los reyes de Judá quebrantaron reiteradamente la ley de Dios, que fue dada por Moisés para que ella los gobernase y, así, fuesen mantenidos en el disfrute de la buena tierra prometida por Dios. A la postre, Dios intervino expulsándolos de la buena tierra (2 Cr. 36:11-20). Dios no les permitiría disfrutar de la buena tierra que Él les dio debido a que ellos no guardaron Su ley para expresarle, sino que expresaron a Su enemigo, el diablo.
Según la economía eterna de Dios, el Padre nos asignó al Hijo, el Cristo todo-inclusivo tipificado por la buena tierra, como nuestra porción eterna, y nos trasladó al introducirnos en Él para que fuésemos partícipes de Él (Col. 1:12-13; 9, 1 Co. 1:30). Debemos permanecer en el terreno apropiado de la unidad del Cuerpo de Cristo (Ef. 4:3-6) y mantener la fe apropiada como lo hizo Pablo (2 Ti. 4:7). Además, debemos vivir y andar en Cristo (Col. 2:6), conduciéndonos según Dios para ser Su expresión (véase la nota 2 Cr. 16:121, párr. 2). Entonces disfrutaremos a Cristo y se ensancharán los límites de nuestro disfrute de Cristo, la buena tierra (1 Cr. 4:10). Si no nos conducimos como corresponde a quienes son la expresión de Dios, perderemos el disfrute de Cristo y el enemigo nos alejará de Él llevándonos al “cautiverio”, tal como sucedió con los hijos de Israel (2 Cr. 36:6, 20; cfr. Gá. 5:1-4; Col. 2:8).
O, los videntes.