Véase la nota Ap. 15:31a.
Véase la nota Ap. 15:31a.
O, Él es exaltado en gran manera. Así también en el v. 21.
Una forma abreviada de Jehová.
En los vs. 1-12 los hijos de Israel alabaron a Dios por Su salvación y Su victoria (v. 1b). La salvación guarda relación con el pueblo de Dios, y la victoria, con el enemigo de Dios. Cuando Dios derrotó al enemigo, también salvó a Su pueblo (cfr. He. 2:14-15).
2 S. 22:47; Sal. 18:46; 99:5, 9; 145:1; Is. 25:1
Este versículo habla de la morada de Dios, aun cuando el templo como morada de Dios no fue edificado sino hasta siglos después. La morada de Dios fue primero el tabernáculo y después el templo; ambos tipifican la iglesia (cfr. la nota Éx. 25:92b). El tabernáculo fue construido antes que se cumpliera un año del éxodo de Egipto (Éx. 13:4; 40:17) y permaneció con el pueblo hasta que el templo fue edificado (1 R. csps. 5—7). Que se mencione la morada de Dios aquí indica que el bautismo nos conduce a la vida de iglesia (Hch. 2:38-47).
Redactados en forma poética, los vs. 14-15 constituyen una profecía anunciando que los hijos de Israel habrían de derrotar a los enemigos de Dios y tomar posesión de la buena tierra. Aquí los pueblos representan a los incrédulos, los paganos, a saber: los filisteos, que vivían entre Egipto y la buena tierra, representan a quienes pertenecen al mundo religioso (1 S. 6:1-18 y la nota 4); los edomitas, descendientes de Esaú (Gn. 36:1), representan a los que son naturales, aquellos que no han sido escogidos, redimidos, regenerados ni transformados (Ro. 9:10-13); los descendientes de Lot, los moabitas, representan a las personas carnales, pues tienen origen en el incesto (Gn. 19:30-38) y los cananeos guardan relación con las huestes de maldad en las regiones celestes (Ef. 6:12). Todos estos enemigos se habían propuesto impedir que el pueblo de Dios lograra la meta fijada por Dios: la edificación de Su morada para el cumplimiento de Su propósito. No obstante, a los ojos de Dios, esta meta ya ha sido cumplida. Por tanto, Moisés usó el pretérito perfecto al referirse a la morada de Dios (vs. 13, 17), y el apóstol Juan usó el tiempo pasado al describir la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2-27; 22:1-5).
La morada de Dios, la casa de Dios, introduce el reino de Dios, Su reinado. Hoy en día, la iglesia es primero la casa de Dios y, después, Su reino (1 Ti. 3:15; Ro. 14:17). La iglesia trae el reino de Dios a la tierra (Ef. 2:19; Mt. 16:18-19). Por tanto, los vs. 1-18 indican que la meta de la salvación efectuada por Dios es la edificación de Su morada para el establecimiento de Su reino.
O, cantó para ellos.
Tres días significa resurrección (Mt. 16:21; Hch. 10:40; 1 Co. 15:4). Esto indica que fue en resurrección que el pueblo de Dios se separó de Egipto. En un sentido negativo, el desierto representa un lugar donde se deambula (Nm. 14:33), pero aquí, en un sentido positivo, representa un lugar donde somos separados del mundo. Una travesía de tres días corresponde con el bautismo, el cual saca a las personas del mundo mediante la muerte de Cristo y las introduce en el desierto, un ámbito de separación, en la resurrección de Cristo (Ro. 6:3-5). Véase la nota Éx. 14:301a y la nota Gn. 7:171.
Esto significa que en la esfera de la resurrección no hay agua natural, ningún suministro natural.
Que significa amargura. Las aguas amargas de Mara representan las circunstancias amargas encontradas por el pueblo de Dios al andar en la esfera de la resurrección bajo la dirección de Dios y descubrir que allí no hay suministro natural para suplir las necesidades de ellos.
El madero que sanó las aguas amargas representa la cruz de Cristo, que es una cruz sanadora (1 P. 2:24). Así como Moisés recibió una visión de aquel madero y echó el madero a las aguas amargas, nosotros también necesitamos recibir una visión del Cristo crucificado y aplicar la cruz de Cristo a nuestras circunstancias amargas. Experimentar la muerte de Cristo en la esfera de la resurrección (Fil. 3:10) hará que nuestras circunstancias amargas se tornen dulces.
Dios se vale de nuestra experiencia de la cruz en medio de circunstancias amargas para ponernos a prueba y ponernos en evidencia.
O, Jehová tu Sanador. El hecho de que Jehová fuese su Sanador indica que los hijos de Israel estaban enfermos (Mt. 9:12 y las notas). Esto significa que no sólo las aguas de nuestras circunstancias pueden ser, a veces, amargas (véase la nota Éx. 15:231a), sino que también nosotros mismos somos amargos (es decir, estamos enfermos) y tenemos necesidad de ser sanados (cfr. v. 24). A medida que experimentamos la cruz de Cristo y llevamos una vida crucificada, la vida de resurrección de Cristo llega a ser el poder que nos sana, y el Señor llega a ser nuestro Sanador. Cfr. la nota Is. 53:42, la nota Mt. 8:171b y la nota 1 P. 2:247.
Que significa los poderosos, los o los árboles grandes.
La experiencia de Israel en Elim es un cuadro de nuestra experiencia de la vida de resurrección, la cual es fruto de haber experimentado la cruz en Mara. En Elim había doce manantiales que fluían y setenta palmeras que crecían. En la Biblia, un manantial representa la vida que fluye procedente de Dios en resurrección y es impartida en Su pueblo escogido (Jn. 4:10, 14; 7:37-39; Ap. 22:1), y las palmeras representan la vida que florece (Sal. 92:12), se regocija en satisfacción (Lv. 23:40; Neh. 8:15) y es victoriosa sobre la tribulación (Jn. 12:13; Ap. 7:9). El número doce representa la mezcla de la divinidad con la humanidad para el cumplimiento completo y perfecto de la administración de Dios por la eternidad (véase la nota Ap. 21:122b y la nota Ap. 21:131 y la nota Ap. 22:24). Setenta equivale a siete veces diez. El número siete significa compleción y perfección en el mover dispensacional de Dios (véase la nota Ap. 2:291a), y el número diez significa plenitud (véase la nota Ap. 2:102g); así pues, el número setenta significa compleción y perfección temporal con miras al mover dispensacional de Dios en plenitud. Por tanto, los doce manantiales de Elim representan a Dios mismo como agua viva que fluye para ser impartido en Sus escogidos a fin de mezclarse con ellos con miras al cumplimiento de Su administración eterna, y las setenta palmeras representan a Dios mismo como vida que crece en Su pueblo para llevar a cabo Su administración en términos dispensacionales a fin de expresar las riquezas y victoria de la vida divina.
Al usarse juntos, los números doce y setenta significan que el pueblo de Dios llevará a cabo el ministerio de Dios (Éx. 24:1, 4; Lc. 9:1; 10:1) por medio de la vida que fluye, representada por los doce manantiales, y por medio de la vida que crece, representada por las setenta palmeras.