Como aquel que oraba en la cima del monte, Moisés tipifica a Cristo, pero como aquel cuyas manos se cansaban, él nos representa a nosotros. Esto significa que mientras Cristo ora en los cielos, nosotros también debemos orar en la tierra (1 Ti. 2:8). Debido a que la carne jamás cambia ni mejora, a fin de prevalecer contra ella tenemos que orar sin cesar (1 Ts. 5:17; Col. 4:2), uniéndonos a Cristo en Su intercesión. Sin embargo, con frecuencia nuestras manos intercesoras se cansan. Por tanto, necesitamos una piedra que nos sustente, y necesitamos la ayuda de Aarón y Hur. La piedra, una base sólida para nuestra vida de oración, se refiere a que comprendemos que en nosotros mismos somos débiles y que para sostener nuestra oración necesitamos que Cristo sea nuestro sustento (cfr. Jn. 15:5b). Aarón, el sumo sacerdote (Éx. 28:1; He. 5:1, 4), representa el sacerdocio, y Hur, de la tribu de Judá (Éx. 31:2), representa el reinado (Gn. 49:10). El sacerdocio guarda relación con el Lugar Santísimo, el cual en nuestra experiencia siempre está relacionado con nuestro espíritu (He. 10:19 y la nota). Por tanto, para sostener nuestras oraciones y, así, derrotar la carne, es necesario que el sacerdocio fortalezca nuestro espíritu. También es necesario que obedezcamos al Señor sujetándonos a Su autoridad, el reinado. Más aún, Hur guarda relación con la edificación del tabernáculo (Éx. 31:2-5), y Éxodo está orientado hacia esta meta. Esto indica que la edificación de la iglesia debe ser la meta de nuestras oraciones.