En los vs. 1-3, 6-8 encontramos detalles relacionados con el noveno mandamiento, el cual concierne al falso testimonio (Éx. 20:16).
Devolver a nuestro enemigo el buey que se le había extraviado, así como liberar de su carga agobiante al asno de quien nos aborrece (v. 5), significa que Cristo trae al hombre caído las cosas concernientes a la vida (los animales de cría) que había perdido y le ayuda al liberarlo del peso de sus cargas (Jn. 10:10b; Mt. 11:28-29). Además, estas ordenanzas significan que, en cuanto dependa de nosotros, debemos —por la vida de Cristo— reconciliarnos con nuestros enemigos y con quienes nos aborrecen (Mt. 5:23-26, 43-48; 18:15-35; Ro. 12:17-21).
Guardar el Sábado (v. 12) a fin de que el ganado descanse y para que el hijo de la sierva y el peregrino tomen refrigerio, tipifica el hecho de tomar a Cristo como nuestro reposo en beneficio de otros. Guardar el año sabático a fin de que los menesterosos y los animales del campo puedan alimentarse, tipifica el hecho de tomar a Cristo como nuestro reposo en un grado mayor a fin de que otros tengan alimento.
Celebrar fiesta para Dios tres veces al año tipifica el pleno disfrute que tenemos del Dios Triuno en Cristo. Éste es el significado supremo de todas las ordenanzas de la ley. Véase la notas de los vs. 15-16.
Celebrar la Fiesta de los Panes sin Levadura (Dt. 16:1-8) tipifica ser depurados de todo lo pecaminoso al disfrutar a Cristo como nuestro suministro de vida, que está libre de pecado. Véase la nota Éx. 12:82a, la nota Éx. 12:151 y la nota Éx. 12:152a. Esta fiesta daba continuación a la Pascua.
Es decir, la Fiesta de las Semanas (Dt. 16:9-12), o la Fiesta de Pentecostés. Esta fiesta tipifica el disfrute de las primicias del Espíritu del Cristo resucitado (Ro. 8:23 y la nota 1). Según la tipología del Antiguo Testamento, las primicias representan al Cristo resucitado (1 Co. 15:20, 23 y la nota 1 Co. 15:202b) ofrecido a Dios el día de Su resurrección (Jn. 20:17), tipificado en Lv. 23:10-11 por las primicias ofrecidas a Dios el día después del Sábado, es decir, el día de la resurrección (Mt. 28:1). El día de Pentecostés era exactamente el quincuagésimo día a partir del día de la resurrección de Cristo. En el día de Pentecostés el Espíritu, la plena consumación del Cristo resucitado, fue derramado sobre la iglesia (Hch. 2:1-4). Esto indica que el Cristo resucitado llegó a ser el Espíritu que se derramó sobre Sus creyentes para su disfrute pleno (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17). Véase la nota Hch. 2:11a y la nota Lv. 23:161a.
Es decir, la Fiesta de los Tabernáculos (Lv. 23:34; Dt. 16:13-15). Como consumación de la cosecha, la Fiesta de los Tabernáculos tipifica, en primer lugar, el milenio venidero como bendición gozosa que, en términos dispensacionales, los redimidos de Dios —incluyendo a los vencedores y a los israelitas salvos— han de disfrutar junto con Él durante mil años en la tierra restaurada. Por último, la eterna Fiesta de los Tabernáculos consistirá en el disfrute que, en el cielo nuevo y la tierra nueva, todo el pueblo de Dios tendrá de la Nueva Jerusalén, el eterno tabernáculo (Ap. 21:2-3), como consumación de la cosecha de su experiencia de Dios. Véase Lv. 23:33-44 y las notas.
La sangre del sacrificio representa la redención efectuada por Cristo, y la levadura representa nuestra vida pecaminosa. Estas dos cosas jamás deben mezclarse. A fin de disfrutar de la redención efectuada por Cristo, tenemos que ser separados de nuestra vida pecaminosa (1 Co. 5:6-8).
Esto significa que al celebrar las fiestas de Dios debemos disfrutar hoy, junto con Él, de la grosura, la parte más dulce de Cristo, y no esperar al día de mañana.
Lo primero de las primicias tipifica la porción máxima de las experiencias más destacadas que tenemos de Cristo como primicias (1 Co. 15:20, 23). Estas primicias deben ser llevadas a la morada de Dios, las reuniones de la iglesia, a fin de ser ofrecidas directamente a Dios para Su satisfacción (cfr. Jn. 20:17 y la nota 1).
En tipología, esto significa que la leche de la palabra de Dios, el suministro de vida de Cristo, debe ser usada para nutrir a los nuevos creyentes en Cristo (1 P. 2:2; He. 5:12-13; 1 Co. 3:2) y no para “matarlos” (2 Co. 3:6, “la letra mata”). Véase 1 Ts. 2:7-8 y las notas.
Hacer un pacto con las tribus paganas significa transigir con nuestra vida natural, tolerarla.
Dios prometió echar a las tribus paganas (vs. 29-30), pero el pueblo de Dios tenía que cooperar con Él tomando la iniciativa de destruir tales tribus (vs. 31-33; cfr. Ro. 8:13; Gá. 5:24; Col. 3:5; Fil. 2:12-13). Cuanto más aumente Cristo en nuestro ser, más podremos cooperar con Dios para expulsar de nuestro ser la vida natural. Véase la nota Éx. 23:291.
Es decir, el Éufrates.
Es decir, el mar Mediterráneo. Aquí, los mares y el río representan las aguas de la muerte, y el desierto representa esterilidad. Que la tierra prometida, una tierra elevada llena de vida y de abundante fruto (Dt. 8:7-8), estuviera rodeada por agua y regiones desérticas indica que aparte de Cristo, quien es la realidad de la buena tierra (véase la nota Dt. 8:71), no hay sino muerte y esterilidad.
Dios no eliminará nuestra vida natural, representada por las tribus paganas (véase la nota Éx. 23:231a), de una vez por todas, pues esto nos dejaría vacantes internamente y expuestos al peligro de ser usurpados por demonios, representados aquí por las bestias del campo (cfr. Mt. 12:43-45). Dios elimina nuestra vida natural gradualmente, poco a poco, según el grado de nuestro crecimiento en la vida divina (v. 30). Cuanto más Cristo aumente en nosotros, más Él reemplazará nuestra vida natural.
El significado espiritual de estas bendiciones y de las mencionadas en el v. 26 es que Dios nos dará pan (la Palabra, Mt. 4:4) para nutrirnos, así como agua (el Espíritu, Jn. 7:37-39) para saciarnos, hará que crezcamos y seamos fructíferos y quitará nuestras enfermedades para que no suframos muerte prematura (cfr. 1 Co. 11:30; 1 Jn. 5:16), sino que crezcamos en la vida divina hasta la madurez, hasta una edad avanzada (Ef. 4:13; Col. 1:28), a fin de que ganemos al Cristo todo-inclusivo como posesión nuestra para nuestro disfrute (Fil. 3:8).
Las diversas tribus paganas que ocupaban la tierra representan los diferentes aspectos de nuestra vida natural. Los dioses (ídolos) de las tribus paganas (v. 24), junto con los demonios detrás de ellos (cfr. 1 Co. 10:20), representan las huestes espirituales de maldad (Ef. 6:12). Las fuerzas del mal, subyacentes a nuestra vida natural (cfr. Mt. 16:23 y la nota 1), usan, manipulan y dirigen los diversos aspectos de nuestra vida natural con el fin de impedirnos tomar posesión del Cristo todo-inclusivo y disfrutar de Sus riquezas.
La historia muestra que las tribus paganas que ocupaban la tierra fueron la fuente del pecado de Israel en contra de Dios (cfr. v. 33). Esto indica que nuestra vida natural es la fuente de nuestros pecados. A los ojos de Dios, quienes viven según su vida natural pecan continuamente, ya sea que hagan el bien o el mal. Debido a que la vida natural nos impide tomar posesión de Cristo y disfrutarle, tenemos que aborrecerla (Lc. 14:26) y, a medida que crezcamos en Cristo, debemos estar dispuestos a expulsarla de nuestro ser. Véase la nota Éx. 23:291 y la nota Éx. 23:313.
Que la voz del Ángel fuese el hablar de Jehová es prueba contundente de que el Ángel y Jehová son uno.
El nombre de Jehová equivale a Su persona, lo cual indica que el Ángel de Jehová es Jehová mismo.
U, obedece. Así también en el v. 22. Cristo, el Enviado de Dios, habla por Dios en nuestro interior (cfr. Jn. 10:3, 16, 27). Si hemos de tomar posesión de Él, tenemos que aprender a obedecer Su voz.
Que la promulgación de la ley concluya con un pasaje que trata sobre el Ángel y la buena tierra indica que el propósito por el cual se promulgó la ley era que quienes la recibieran entraran en la buena tierra. El Ángel de Jehová tipifica a Cristo como Aquel que fue enviado por Dios para guardar a Su pueblo en el camino e introducirlo en la buena tierra (Éx. 14:19 y la nota), y la buena tierra tipifica a Cristo en el aspecto de que Él es todo-inclusivo, la porción asignada del pueblo de Dios (véase la nota Dt. 8:71). Por tanto, Cristo, el Enviado, introduce al pueblo de Dios en Sí mismo, quien es la buena tierra. La meta del propósito de Dios es llevar a Su pueblo a disfrutar plenamente de Cristo, la tierra todo-inclusiva.