En el cap. 3, Dios le dio a Moisés la señal de la zarza (Éx. 3:2-3). En este capítulo, Dios le dio a Moisés tres señales adicionales como evidencia de que éste había sido verdaderamente llamado y enviado por Él. El significado de la primera señal, la señal del cayado que se convirtió en una serpiente (vs. 2-4), es que todo aquello en lo cual confiemos que no sea Dios mismo —nuestra educación, nuestro trabajo, etc.— es un escondite para Satanás, la serpiente usurpadora. Sin embargo, cuando en obediencia a la palabra de Dios desechamos estas cosas para después recogerlas “por la cola”, o sea, las tomamos de manera contraria a como acostumbra la gente del mundo, usándolas para cumplir el propósito de Dios y no para nuestro propio beneficio, ello se convierte en un cayado de autoridad (vs. 4, 17; Lc. 10:19). En la segunda señal, la señal de la mano que se vuelve leprosa (vs. 6-7), el seno representa aquello que está en nuestro interior, y la lepra representa el pecado. Esta señal muestra que nuestra carne es la corporificación de la lepra; en ella no hay nada bueno, solamente pecado, corrupción e impureza (Ro. 7:17-18; cfr. Is. 6:5). No obstante, cuando obedecemos al Señor al guardar Su palabra, Su poder purificador puede limpiarnos (cfr. 2 R. 5:1-14). El significado de la tercera señal, la señal del agua que se convierte en sangre (v. 9), es que a los ojos de Dios todo suministro terrenal y disfrute mundano (el agua del Nilo) no es otra cosa que muerte (sangre). Cuando ello es derramado sobre algo que produce vida (la tierra), de inmediato la muerte es puesta al descubierto.
Satanás está en contra de Cristo (1 Jn. 3:8); la carne está en contra del Espíritu (Gá. 5:17) y el mundo está en contra del Padre (1 Jn. 2:15). Por tanto, estas tres cosas negativas se oponen al Dios Triuno y Su economía. En aquel que ha sido llamado por Dios, ya no tienen cabida Satanás, la carne ni el mundo (cfr. Jn. 14:30; Gá. 5:24; 6:14).