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Capítulos de libros «Éxodo»
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  • El libro de Éxodo fue escrito para mostrar la salvación completa que Dios efectúa con miras a la edificación de Su morada. Los caps. 1—18 presentan la redención y salvación efectuadas por Dios (1:1—14:31), Su provisión (15:1—17:7), la victoria sobre la carne (Éx. 17:8-16) y un cuadro del reino (Éx. 18:1-27), el cual fue insertado por Moisés para mostrarnos el fruto, el resultado, de todo lo anterior. Después de las experiencias relatadas en estos capítulos, los hijos de Israel fueron llevados directamente a la presencia de Dios en el monte de Dios (Éx. 3:1; 18:5) para tener comunión con Él. Allí, Dios se apareció a Su pueblo y le habló (vs. 3-6, 11) a fin de que le conocieran (caps. 20—24) y recibieran la visión del modelo de Su morada (caps. 25—30) para que la edificaran conforme a dicha visión (caps. 35—40). Véase la nota Éx. 3:81b, párr. 2.

  • Las alas de águila representan la gracia y el poder de Dios que, en Cristo, son aplicados a nosotros (1 Co. 15:10; 2 Co. 12:9; Ef. 1:19). Al tener comunión con Dios, primero conocemos la gracia de Dios, la cual lo realiza todo por nosotros y nos lleva adelante juntamente con Dios. Cfr. Is. 40:31 y Ez. 1:6, 8-11.

  • La palabra hebrea tiene doble significado; significa tanto posesión personal como especial te soro. Cfr. Tit. 2:14. Aquí, muestra el íntimo afecto que existe en la comunión entre Dios y Su pueblo redimido (véase la nota Éx. 20:62).

  • Al permanecer en la presencia de Dios, el pueblo de Dios se convierte en un reino de sacerdotes y en una nación santa (Ap. 1:6; 5:10; 1 P. 2:9). Como sacerdotes, ellos viven en la presencia de Dios, disfrutándole como su porción, al mismo tiempo que Él los disfruta como Su tesoro (v. 5). Este mutuo disfrute entre Dios y Su pueblo hace que éste sea apartado para Dios, separándolo de todo aquello que no es Dios mismo y haciendo de ellos una nación santa.

  • Esta respuesta aparentemente positiva, dada aquí y en Éx. 24:3, 7, era ofensiva para Dios, pues indicaba que los hijos de Israel no conocían a Dios ni se conocían a sí mismos, y que tampoco su corazón se interesaba por Dios (cfr. Mt. 15:8). Ellos supusieron que podían hacer lo que Dios requería de ellos, sin saber que eran incapaces de cumplir Sus mandamientos y que tenían necesidad de Su misericordia. Incluso antes que se completara la promulgación de la ley, el pueblo ya había caído en el pecado de la idolatría, violando por lo menos los primeros tres de los Diez Mandamientos (Éx. 20:2-7; 32:1-6 y las notas). Después que el pueblo respondió así, Dios cambió de actitud con respecto a ellos y también hubo un cambio en el ambiente (vs. 9, 12-13, 16-25; 20:18-19; cfr. Éx. 19:3-6).

    El propósito eterno de Dios es obtener un pueblo que sea Su complemento, Su expresión y Su morada. A fin de cumplir tal propósito, Dios tiene que impartirse como vida en Su pueblo escogido y forjarse en ellos. Desde el principio Dios no tenía la intención de darle mandamientos al hombre para que los guardara, ni tampoco que el hombre realizara tareas para Dios (véase la nota Gn. 2:171a). Asimismo, al conducir a los hijos de Israel al monte de Dios, Su intención no era darles una lista de mandamientos divinos a manera de requisitos que ellos debían cumplir; más bien, Su intención era conducir a los Suyos a Su presencia a fin de poder revelarse a ellos e impartirse en ellos por medio de Su hablar (cfr. Éx. 34:28-29 y la nota Éx. 34:291). Sin embargo, el pueblo de Dios no captó la intención de Dios, pues su concepto natural, caído y religioso era que Dios quería que ellos hicieran ciertas cosas para Él, y ellos creían poder hacerlas. Debido a que éste era el concepto de ellos, Dios tuvo que darles mandamientos para mostrarles cuán elevados son Sus requerimientos y cuán incapaces eran ellos de cumplirlos (Ro. 8:3, 7-8).

    La función que cumple la ley dada por Dios en el monte Sinaí tiene tanto un sentido positivo como uno negativo. En su sentido positivo, la ley cumple la función de ser el testimonio de Dios, revelando a Dios a Su pueblo (véase la nota Éx. 20:11). La ley también es la palabra viva de Dios, Su aliento mismo (2 Ti. 3:16), que infunde el elemento de Dios en Sus buscadores que le aman (véase la nota Dt. 8:31). En su sentido negativo, la ley cumple la función de poner el pecado al descubierto (Ro. 3:20; 5:20; 7:7-8, 13), subyugar a los pecadores (Ro. 3:19) y guardar al pueblo escogido de Dios para conducirlo a Cristo (Gá. 3:23-24). Que en nuestra experiencia la ley cumpla una función positiva o negativa dependerá de la condición en que se encuentre nuestro corazón al recibir la ley. Si amamos a Dios, nos humillamos ante Él y consideramos la ley como Su palabra viva mediante la cual podemos contactarle y permanecer en Él, la ley se convertirá en un canal por el cual la vida y sustancia divinas nos serán transmitidas para nuestro suministro y nutrimento. Al sernos infundida la sustancia de Dios mediante la ley como palabra de Dios, seremos hechos uno con Dios en vida, naturaleza y expresión, y espontáneamente llevaremos una vida que exprese a Dios y concuerde con Su ley (Ro. 8:4; Fil. 1:21a). Sin embargo, si al venir a la ley no buscamos a Dios en amor, sino que hacemos separación entre la ley y el Dios viviente que es la fuente de vida (cfr. Jn. 5:39-40), entonces la ley, que estaba destinada a redundar en vida (Ro. 7:10) pero que no puede dar vida por sí misma (Gá. 3:21 y la nota 1), se convertirá en un elemento de condenación y de muerte para nosotros (Ro. 7:11; 2 Co. 3:6-7, 9). Véase la nota Sal. 119:22a, párr. 1.

  • Ser santificados equivale a ser separados del mundo apartándose para Dios (véase la nota Jn. 17:171a). Mediante tal santificación, el pueblo de Dios puede tener comunión con Él. Véase la nota Éx. 19:121.

  • El tercer día significa resurrección (1 Co. 15:4). El pueblo de Dios fue llevado a Su presencia en resurrección. Estar en resurrección significa que se le ha puesto fin a todo lo de la vieja creación, la cual es completamente natural, y que se ha hecho germinar la nueva creación, la cual está completamente en resurrección (2 Co. 5:17).

  • El monte donde se dio la ley tiene doble significado. Primero, como el monte Horeb, es el monte de Dios (Éx. 3:1, 12; 4:27; 18:5; 24:13; Nm. 10:33; 1 R. 19:8), donde quienes buscan a Dios se reúnen unos con otros (Éx. 4:27; 18:5), se reúnen con Dios (Éx. 24:13, 15-18; 1 R. 19:8), sirven a Dios (Éx. 3:12), reciben la revelación y visión de Dios (Éx. 3:1-3; 24:12-13; 1 R. 19:8-9) y les es infundida la sustancia de Dios (Éx. 34:28-29). Segundo, como el monte Sinaí (vs. 11, 18, 20-24; 34:2-4; Gá. 4:24-25), es el lugar donde la pecaminosidad del pueblo de Dios es puesta al descubierto y se revelan los límites que impone la santidad de Dios (vs. 12-13, 21-24; He. 12:18-21).

  • Al tener comunión con Dios no solamente conocemos Su gracia (v. 4), sino también Su santidad. El monte Sinaí era un monte santo porque Dios descendió allí (v. 20; cfr. Éx. 3:5). Por tanto, se establecieron límites que a los hijos de Israel no se les permitió cruzar (vs. 12-13, 21-24). Si nosotros, el pueblo de Dios, hemos de permanecer en la presencia de Dios disfrutando de comunión con Él, tenemos que santificar nuestra persona y todo lo relacionado con nosotros (vs. 10, 14, 22; cfr. He. 12:14). Ser santificados equivale a respetar los límites que impone la santidad de Dios. El aspecto experiencial de la santidad es la santificación. Cuando la santidad de Dios llega a formar parte de nuestra experiencia, eso es la santificación. Véase la nota He. 12:141b y la nota Ro. 6:193b.

  • O, en una voz.

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