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Capítulos de libros «El Cantar de Los Cantares»
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  • El Cantar de los Cantares es una historia de amor en un matrimonio excelente, a saber, la historia de amor entre el sabio rey Salomón, el escritor de este libro, y la Sulamita (Cnt. 6:13), una joven campesina. Como tal, este libro retrata en forma poética, de una manera vívida y maravillosa, el amor nupcial entre Cristo, el Novio, y aquellos que le aman, quienes conforman Su novia (Jn. 3:29-30; Ap. 19:7), el cual se desarrolla en el mutuo disfrute de ambos al mezclarse los atributos divinos del Novio con las virtudes humanas de quienes le aman. El Cantar de los Cantares no hace énfasis en el aspecto corporativo del Cuerpo de Cristo, sino en el aspecto individual del creyente en Cristo, pues revela la experiencia progresiva de la comunión amorosa que, como individuo, un creyente tiene con Cristo, experiencia que consta de cuatro etapas, tal como se muestra en los puntos I al IV del bosquejo de este libro. La correspondencia que existe entre la progresión en el poema y la progresión en la experiencia de quienes aman a Cristo es la revelación intrínseca de la Palabra santa del Dios omnipotente, omnisciente y omnipresente. Las etapas de esta progresión debieran ser para nosotros hitos que marquen el curso de nuestra búsqueda de Cristo con miras a la satisfacción mutua tanto de Él como de nosotros.

    En el romance entre el gran rey Salomón y aquella joven campesina (cfr. vs. 5-8), debido a la disparidad existente entre ambos, el rey se hizo un “campesino” a fin de ir a la aldea de la campesina para cortejarla, para conquistar su amor. Por un lado, él se hizo igual a la campesina; por otro, hizo de la campesina una reina. Esto tipifica la historia del romance de Dios con el hombre. Dios, el Marido, es divino, y la esposa que Él desea desposar, es humana; ésta es la disparidad existente entre ambos. Para cumplir con el deseo de Su corazón, Dios se hizo un hombre humilde, poseedor de humanidad en Su encarnación, y se relacionó con el hombre como corresponde a un romance. Después, en Su resurrección, Él elevó Su humanidad introduciéndola en Su divinidad en el poder divino, según el Espíritu de santidad, y fue designado Hijo de Dios en Su humanidad (Ro. 1:3-4 y las notas). En la actualidad Él, como Novio universal, es el Dios-hombre, que posee tanto divinidad como humanidad. Para hacer que Su novia, Su esposa, sea igual a Él, Él regenera a los seres humanos que eligió, introduciendo Su divinidad en la humanidad de ellos y elevando su humanidad al estándar de la divinidad (1 P. 1:3, 23; Jn. 3:6). Después de regenerarlos, Él transforma gradualmente el alma de quienes le buscan y le aman hasta que, por último, transfigurará su cuerpo, con lo cual todo el ser de ellos será hecho igual al de Él en vida, naturaleza, imagen y función, pero no en la Deidad (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18; Fil. 3:21; 1 Jn. 3:2). El romance en el Cantar de los Cantares retrata el proceso por el cual pasa aquella que busca a Cristo a fin de llegar a ser la Sulamita, una réplica de Salomón y una figura de la Nueva Jerusalén. Véase la nota Cnt. 6:131.

  • Los besos de la boca son los besos más íntimos. Este anhelo de ser besado por Cristo es nuestra respuesta al amor de Cristo que nos alegra, el cual es mejor que el vino (v. 2b), así como a Su nombre encantador (equivalente a Su persona), el cual es como ungüento derramado (el Espíritu todo-inclusivo, compuesto y vivificante como la realidad de la persona de Cristo, 1 Co. 15:45; Éx. 30:23-25 y la nota Éx. 30:251) que despide las placenteras fragancias de los óleos de unción (v. 3a). Nadie puede resistir el amor de Cristo que alegra así como tampoco Su encantadora persona (cfr. Mt. 4:18-20).

    Según los vs. 2-3, la que ama a Cristo ha logrado experimentar cierta medida del amor de Cristo, pero ahora anhela algo más íntimo. Esto indica que el Cristo en quien hemos creído es muy afectuoso y personal con nosotros, y que la relación de cada creyente con Cristo tiene que ser una relación personal y afectuosa (Mr. 16:7 y la nota; Jn. 13:23; 20:1-17; Gá. 2:20b). Después de haber creído en Cristo para recibirle como la vida divina (Jn. 1:4, 12), debemos amar a Cristo de manera personal y afectuosa a fin de ir en pos de Él y disfrutarle como Aquel que nos satisface (1 Co. 2:9 y la nota 3; 1 Ti. 1:14 y la nota 2).

  • Las vírgenes representan a los creyentes castos (2 Co. 11:2), quienes aman a Cristo a causa de Su amor que les alegra (1 P. 1:8a).

  • Al ir en pos de Cristo para ser satisfecha, la que ama a Cristo le pide que la atraiga, de modo que tanto ella como sus compañeras (“correremos”) corran en pos de Él. Para la realización de Su economía eterna, Dios creó al hombre a Su imagen a fin de que éste pudiera expresarle (Gn. 1:26). Él también creó al hombre con un espíritu a fin de que el hombre pudiera recibirle a Él y tenerle como su contenido (Gn. 2:7; Zac. 12:1), y lo creó con un corazón que busque a Dios mismo a fin de que Dios pueda ser la satisfacción del hombre (Ec. 3:11). Pese a que el hombre cayó alejándose de Dios y aunque el pecado, por medio de Satanás, vino para impedir que el hombre recibiera a Dios y fuera satisfecho, todavía perdura en el corazón del hombre el deseo por Dios, la búsqueda de Dios. Este libro nos revela la única manera de ser debidamente satisfechos con Dios, a saber: ir en pos de Cristo y ganar a Cristo (Fil. 3:7-14), la corporificación y la realidad de Dios (Col. 2:9; Jn. 1:18), quien vino a la tierra a fin de que el hombre pudiera recibirle para ser satisfecho. Cfr. Ec. 1:2 y la nota 2.

  • Al ir en pos de Cristo, aquella que le busca es llevada por Él a internarse en su espíritu regenerado, que es el Lugar Santísimo (las cámaras), para que ella tenga comunión con Él (2 Co. 13:14; Fil. 2:1). Nuestro espíritu regenerado (Jn. 3:6) en calidad de morada de Cristo —el cual está mezclado con Cristo y es habitado por Cristo como Espíritu que imparte vida (1 Co. 6:17; 2 Ti. 4:22)— llega a convertirse en Sus cámaras privadas, Su Lugar Santísimo en términos prácticos (He. 4:16; 10:19), para que participemos de Él y le disfrutemos como el Dios Triuno consumado.

    Mediante Su muerte y resurrección, Cristo, el postrer Adán, un hombre en la carne, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17). Como Espíritu consumado y todo-inclusivo, Él nos visita privadamente en nuestro espíritu al venir a nosotros de una manera espiritual, y no de una manera física.

  • La comunión de Cristo con Su amada en el espíritu mezclado de ella se realiza en el gozo disfrutado por la amada con sus compañeras (“nos alegraremos y nos regocijaremos”) al ensalzar el incomparable amor de Cristo.

  • Al tener comunión con el Señor, la que ama a Cristo es iluminada para ver que ella, en Adán, es una pecadora (morena como las tiendas de Cedar), pero que, en Cristo, ha sido justificada (bella como las cortinas de Salomón).

  • Otros traducen: mirado.

  • Aquella que busca al Señor se percata de haber sido mantenida alejada de la presencia de Cristo y separada del rebaño de Cristo, esto es, de la iglesia en su sentido correcto conforme a la enseñanza de los apóstoles (Jn. 10:16; Hch. 20:28; 1 P. 5:2), y que ella tiene necesidad de ser alimentada por Cristo así como del reposo con satisfacción que Él provee.

  • El tiempo en que el sol está en su punto más alto, lo cual representa el tiempo de tribulaciones.

  • Al tener ella comunión con su Amado, Él le insta a salir del lugar que la mantiene apartada de la vida de iglesia apropiada y a ir en pos de Él siguiendo las pisadas de la iglesia (el rebaño) así como a apacentar sus hijos espirituales (las cabritas) en las iglesias locales (las tiendas de los pastores), donde Él apacienta Su iglesia. Seguir las huellas del rebaño es seguir a la iglesia, esto es, seguir las pisadas de todos los que fielmente han buscado a Cristo a lo largo de los siglos. Al seguir a la iglesia, somos conducidos a la presencia de Cristo y también traemos a los más jóvenes (las cabritas) a la iglesia. La iglesia es el lugar donde está la presencia de Cristo y donde Él apacienta, pastorea y alimenta a Sus santos (Jn. 10:11, 16; Hch. 20:28; 1 P. 5:2-4).

    La que ama al Señor ha ido en pos de Él buscando su propia satisfacción, pero lo que le interesa al Señor es la satisfacción de Dios, la cual es lograda mediante la realización de Su economía eterna. La economía de Dios consiste en salvar a los pecadores para obtener las iglesias locales apropiadas a fin de que, en su esencia, estas iglesias constituyan el Cuerpo orgánico de Cristo, cuya consumación es la Nueva Jerusalén como consumación de la economía de Dios. Por tanto, en Su respuesta a aquella que le ama, Cristo le instruye a que entre en la vida de iglesia y también le encarga cuidar de sus hijos espirituales, los miembros del Cuerpo de Cristo.

  • O, mi amiga íntima. En este libro, Salomón siempre se refiere a la Sulamita de este modo, mientras que ella se refiere a él como “mi amado” (por ejemplo, v. 13).

  • Inicialmente, la que ama a Cristo es una persona fuerte y natural (una yegua, v. 9) que vive en el mundo, en el caos satánico (Egipto), y que ha sido esclavizada por Satanás para su propósito mundano (los carros de Faraón, véase la nota Éx. 1:12). Pero en la vida de iglesia ella es transformada (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18) en una persona que vive no por su vida natural, confiando en sus fuerzas naturales, sino por la vida divina, poniendo su confianza en Dios (un lirio de los valles, Cnt. 2:1-2; Mt. 6:28) y con la mirada puesta en Dios con ojo sencillo (ojos como palomas, v. 15b; Mt. 10:16).

  • Aquí el Amado expresa Su aprecio por la belleza de la que le busca, que se manifiesta en su sumisión a Él (las bellas mejillas con adornos de trenzas), así como por su hermosura, que se manifiesta en su obediencia al Espíritu transformador (el cuello con collares de joyas).

  • Véase la nota Cnt. 1:111, párr. 2.

  • El uso de haremos aquí indica que es en la vida de iglesia donde la transformación de la que ama a Cristo es llevada a cabo por el Espíritu transformador —la consumación del Dios Triuno procesado (2 Co. 3:18)— en coordinación con las compañeras de la amada, los miembros dotados en el Cuerpo de Cristo que realizan la obra de perfeccionar a los santos (Ef. 4:11-12). El Espíritu transformador y las compañeras de la amada son quienes la adornan al constituirla de la vida de Dios (las trenzas de oro) por la obra redentora de Cristo (los tachones de plata). Véase la nota Cnt. 1:112.

    El oro hace referencia a Dios el Padre en Su naturaleza divina; la plata, a Cristo el Hijo en Su redención jurídica y todo-inclusiva; y los collares de joyas (piedras preciosas unidas por cuerdas para formar una sola entidad, v. 10), a Dios el Espíritu en Su obra de transformación (cfr. la nota 1 Co. 3:122, párr. 1). En la vida de iglesia apropiada las compañeras de la amada, o sea, los creyentes que han sido perfeccionados, coordinan con el Espíritu transformador a fin de perfeccionar a la amada ministrándole el Dios Triuno para que, así, ella sea transformada por los atributos del Dios Triuno que se forjan en ella hasta convertirse en sus virtudes. Esto tiene por finalidad la edificación de la iglesia como Cuerpo orgánico de Cristo para la consumación de la Nueva Jerusalén (cfr. 1 Co. 3:12; Ap. 21:18-21) con miras a la realización de la economía eterna de Dios.

  • La cabellera de la que busca a Cristo está atada en trenzas de oro, lo cual indica su sumisión (la cabellera con trenzas) a Dios mediante la obra transformadora del Espíritu con la naturaleza divina de Dios (el oro). Las trenzas de oro están aseguradas con tachones de plata, que representa al Cristo redentor.

  • En la mesa donde Cristo celebra banquete con Su amada y sus compañeras (el rey sentado a la mesa), el amor de ella (el nardo) por Él esparce su fragancia (cfr. Jn. 12:1-3). Aquí, la que ama a Cristo es llevada por Él a un banquete que es la expresión del resultado inicial de la ganancia y disfrute mutuos experimentados en las iglesias tanto por Cristo como por la que le ama. Esto muestra el disfrute y satisfacción mutuos que Cristo y Su amada experimentan en las iglesias.

  • La que ama a Cristo gana de Él (Fil. 3:8) y le disfruta privadamente (por la noche) en Su muerte (un manojito de mirra) al abrazarle con amor y fe (los pechos, 1 Ti. 1:14; 1 Ts. 5:8). Ella también gana de Él y le disfruta públicamente en Su resurrección (un racimo de flores de alheña, v. 14) en las iglesias de Cristo (las viñas) edificadas sobre la fuente de Su redención (En-gadi, véase la nota Cnt. 1:141b), fuente que es el Espíritu.

    Todas nuestras experiencias de Cristo están relacionadas con Su muerte, Su resurrección y Su Espíritu. La muerte de Cristo, la resurrección de Cristo y el Espíritu de Cristo siempre van juntos (Jn. 19:34; 1 Co. 15:45; Ro. 8:9, 11, 13). Su muerte acompaña Su resurrección, y Su Espíritu es quien hace real para nosotros Su resurrección. La manera de ganar a Cristo y disfrutarle es experimentarle en Su muerte y en Su resurrección así como permanecer en Su Espíritu, quien está en nuestro espíritu (Ro. 8:16).

  • Que significa la fuente del cabrito.

  • Cristo expresa Su aprecio por la hermosura que ella manifiesta al poner Su mirada en Él con ojo sencillo por el Espíritu (ojos como palomas, Mt. 3:16 y la nota 4). Ella expresa su aprecio por la hermosura que Él manifiesta al ser placentero (v. 16).

  • La amada halla satisfacción al reposar en la vida de Cristo que la alimenta (el verde, que representa al Espíritu de vida, Ro. 8:2), como lugar de reposo en la noche (el lecho) al ser abrazada por Él (Cnt. 2:6). Además, ella halla satisfacción al reposar en la muerte de Cristo (el ciprés) y en Su resurrección (el cedro) como refugio (las vigas y los artesonados, v. 17). La amada gana a Cristo y le disfruta como su Marido (implícito al mencionarse el lecho) en la vida divina como el lecho de verdor, en Cristo en Su resurrección como las vigas y en Cristo en Su muerte como los artesonados que son para ella refugio. Cfr. la nota Cnt. 1:131.

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