Mientras ella todavía está inmersa en su introspección, en su situación de abatimiento, busca a Su amado pero no lo encuentra.
Mientras ella todavía está inmersa en su introspección, en su situación de abatimiento, busca a Su amado pero no lo encuentra.
Con el tiempo, la que ama a Cristo no tiene otra opción que responder a Su llamado y decide levantarse de su introspección para buscar a su Amado en los caminos (las calles y las plazas) de la Jerusalén celestial (tipificada aquí por la ciudad de Jerusalén en la tierra, He. 12:22).
Representa a quienes velan espiritualmente por el pueblo de Dios (He. 13:17) en los caminos de la Jerusalén celestial.
Después de encontrar a su Amado, ella se ase de Él y no lo deja ir hasta introducirlo en el Espíritu de gracia, por medio del cual ella fue regenerada (la casa de su madre y su cámara), para tener comunión en secreto. Ella nació en la casa de su madre y fue concebida en la cámara de su madre. La madre es la gracia (Gá. 4:26, 31 y la nota Gá. 4:311), y la cámara de la madre representa el amor, el cual procede del Padre y resulta en la gracia (Ef. 2:4-5). El Espíritu nos trae el amor y la gracia de Dios (2 Co. 13:14 y la nota 1, párrafos 1 y 2); por tanto, Él es llamado el Espíritu de gracia (He. 10:29). Aun cuando la que ama a Cristo estaba sumida en introspección, un día despertó y comprendió que, si bien ella era una pecadora, fue salva por gracia (Ef. 2:8). Esto la avivó.
Aquí Cristo encarga a los creyentes que buscan inmiscuirse (las hijas de Jerusalén) no despertar a Su amada de su experiencia de Cristo en la que fue liberada de su yo, de su reclusión en su introspección, para ser introducida en su comunión en secreto con Cristo, hasta que a ella le plazca entrar en la siguiente etapa en su experiencia de Él (hasta que quiera).
En la tercera etapa de su experiencia, la que ama a Cristo es llamada a vivir en ascensión como nueva creación en resurrección. Vivir en ascensión es vivir de continuo en nuestro espíritu. Aunque los creyentes de Cristo estamos en la tierra, cuando estamos en nuestro espíritu estamos unidos al Cristo ascendido en los cielos (véase la nota He. 10:191b). Vivir en ascensión requiere de nosotros que vivamos, actuemos, procedamos y lo hagamos todo en nuestro espíritu (Ro. 8:4). Para esto se requiere discernir nuestro espíritu de nuestra alma (He. 4:12).
En los vs. 6-11 la que ama a Cristo llega a ser una nueva creación por su completa unión con Cristo (2 Co. 5:17). Aquí, la que ama a Cristo, en calidad de representante vencedora de los elegidos de Dios, viene desde Egipto, el mundo (el desierto), como personas en el poder inconmovible del Espíritu (las columnas de humo, Éx. 14:19; Ap. 3:12), perfumada con la dulce muerte y fragante resurrección de Cristo (la mirra y el olíbano) y con todas las fragantes riquezas de Cristo como mercader.
En esta coyuntura, después de un prolongado período de permanecer en la muerte de Cristo (2:14), la que busca a Cristo ha experimentado el quebrantamiento de su yo, de su hombre natural, y ha entrado en resurrección, en la cual ella ha sido transformada para ser una persona espiritual, alguien que vive en el espíritu, no en la esfera física (1 Co. 2:15; 3:1; 2 Co. 4:16-18; Col. 3:1-3). Ella es como el humo, pero es una columna que se yergue afirmada sobre la tierra al mismo tiempo que toca los cielos. En términos de su experiencia, ella ha sido hecha igual a Dios, quien es Espíritu (simbolizado por una nube de humo, Éx. 14:19; Jn. 4:24), así como igual a Cristo, quien es una escalera (relacionada con la columna, Gn. 28:12; Jn. 1:51) erguida sobre la tierra, que trae el cielo a la tierra y une la tierra al cielo. Por ser tal clase de persona, ella es digna de la economía de Dios y apta para avanzar con Dios, en unión con Cristo para la realización de Su economía (cfr. 2 Co. 2:14).
En la era de la iglesia la que ama a Cristo, representada por la litera, y Cristo, representado por quien duerme en la litera, están en una unión de amor. La litera sirve para tener reposo y victoria en la noche, que representa la era de la iglesia, durante el tiempo de guerra espiritual, representado por los sesenta hombres valientes que rodean la litera. La que ama a Cristo está entre esos sesenta valientes, lo cual indica que ella es uno de los vencedores principales, que combate por Cristo a fin de que Él pueda reposar durante la batalla. Ella es la victoria del Cristo vencedor, llena del poder de los vencedores entre los elegidos de Dios que portan a Cristo incluso durante tiempos de dificultades. Estos vencedores son expertos en la guerra, los cuales combaten con sus armas en el tiempo de las alarmas (v. 8; cfr. 2 Co. 10:3-5; Ef. 6:10-20; 1 Ti. 1:18; 2 Ti. 4:7).
Después de la era de la iglesia vendrá la era del reino, una era de gloria triunfante para celebrar la victoria de Cristo. En la era del reino la que ama a Cristo, representada por el palanquín, y Cristo, representado por quien se transporta en el palanquín, están en una unión de celebración triunfante. La que ama a Cristo es un palanquín (que sirve para transportarse durante el día, la era del reino, 2 P. 1:19), una carroza para Cristo, hecha por Cristo mismo de la humanidad resucitada, elevada y noble (la madera del Líbano), que tiene la naturaleza de Dios (el oro) como su base, la redención de Cristo (la plata) como los postes sostenedores y el reinado de Cristo (la púrpura) como su asiento (vs. 9-10). El interior del palanquín está recubierto del amor de los que buscan a Cristo (las hijas), lo cual significa que la que ama a Cristo es uno con todos los que buscan a Cristo en amor según el principio del Cuerpo de Cristo.
El Espíritu, representado aquí por una tercera persona que toma la palabra, pide a los creyentes vencedores (las hijas de Sion, véase la nota Sal. 48:21b) que aparten su mirada de ellos mismos para fijarla en Cristo en Su humanidad, que es una corona con la cual Su madre (la encarnación) lo coronó el día en que los creyentes fueron desposados con Él, el día de la alegría de Su corazón. Aquí, la que ama a Cristo y Cristo están unidos para ser uno en el amor nupcial y en la vida matrimonial. Éste es un retrato de la iglesia y Cristo unidos para ser completa y plenamente uno orgánicamente en el espíritu mezclado (1 Co. 6:17).
La Biblia entera es un romance entre Dios y Sus elegidos (véase la nota Éx. 20:62, párr. 2). Mediante la encarnación, Dios se hizo hombre a fin de cortejar al hombre (Jn. 3:29-30). La encarnación fue una “madre” que le dio a Cristo Su humanidad como una corona, un tesoro. La humanidad de la cual se vistió Cristo en Su encarnación y que Él elevó en Su resurrección (Ro. 1:3-4) es Su corona. En respuesta a que Cristo nos corteja, nosotros lo cortejamos a Él al ser transformados para llegar a ser divinos con miras a Su expresión (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). Al ser la esposa humana de Cristo que ha sido transformada con Su divinidad, nos convertimos en una corona para Él (cfr. Pr. 12:4a).
Los esponsales de Cristo y Su vida matrimonial abarcan la era de la iglesia, la era del reino y la era de la eternidad. Los esponsales de Cristo comenzaron en el tiempo de la encarnación, cuando la encarnación —como Su madre— le coronó con Su humanidad, y continúa a lo largo de la era de la iglesia, una era de guerra (vs. 7-8), en la cual todos Sus creyentes se desposan con Él como vírgenes (2 Co. 11:2). Después de la era de la iglesia, en la era del reino, la esposa regenerada y transformada de Cristo, compuesta por los creyentes vencedores, llega a ser el palanquín de Cristo para Su celebración triunfante (vs. 9-10). La celebración de la victoria de Cristo es Su día de bodas que dura mil años (Ap. 19:7-8). Su vida matrimonial, después de Su boda, será la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad (Ap. 21:9-10).
La unión de la litera con el que duerme en ella (vs. 7-8), la unión del palanquín con el que se transporta en él (vs. 9-10) y la unión de la novia con su novio (v. 11) representan, todos ellos, la completa unión de la amada con Cristo, quien ha hecho de ella la nueva creación de Dios en la resurrección de Cristo (2 Co. 5:17). La litera en la noche, el palanquín en el día y la vida matrimonial en las eras venideras se refieren, todos ellos, a la que ama a Cristo: la Sulamita (Cnt. 6:13 y la nota 1). Al final, la Nueva Jerusalén será la Sulamita corporativa, en la cual estarán incluidos todos los elegidos y redimidos por Dios (Ap. 21:9-10, 12, 14).