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Capítulos de libros «El Cantar de Los Cantares»
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  • Esto se refiere a la hermosura de la amada en su capacidad activa para alimentar a otros de manera viviente (Jn. 21:15, 17; cfr. Cnt. 4:5).

  • Aquí el Espíritu hace un repaso de la hermosura de la amada en sus partes internas (el ombligo y el vientre), las cuales están llenas de la vida divina recibida al beber de la sangre de Cristo (el vino) y comer de Su carne (el trigo) por la fe (los lirios). Véase Jn. 6:53-54 y la nota Jn. 6:542.

  • Esto indica que la que ama a Cristo debe alcanzar la madurez en la vida regia de Cristo a fin de reinar como rey juntamente con Cristo (Ro. 5:17). Esto la hace apta para participar en la obra del Señor.

  • Aquí el Espíritu hace un repaso de la hermosura de la amada en la predicación del evangelio (las pisadas en sandalias, Ro. 10:15) así como en su poder para permanecer firme (los muslos) producido mediante la diestra obra de transformación efectuada por Dios el Espíritu (las joyas, 2 Co. 3:18).

  • En los vs. 1-5 el que habla no es Salomón ni la Sulamita, sino una tercera persona, la cual representa al Espíritu. El Espíritu es uno con Cristo (2 Co. 3:17) y uno con los creyentes (Ap. 22:17). Por tanto, cuando Él habla, es como si los dos hablasen.

    Salomón es señor sobre muchas viñas (v. 12), las cuales requieren de mucho trabajo. En esta coyuntura, es imprescindible que la Sulamita se convierta en colaboradora de Salomón. Esto indica que, con el tiempo, aquellos que aman a Cristo deben participar en la obra del Señor. Cuán aptos sean para ello dependerá de la medida en que hayan sido equipados con todos los atributos de la vida divina. Los vs. 1-5 de este capítulo son un repaso que hace el Espíritu de las virtudes de la que ama a Cristo, recuento en el cual se presenta un hermoso cuadro de la preciosa amada de Cristo, desde sus pies hasta su cabeza, como expresión del Cristo a quien ella ama (cfr. Cnt. 6:4-10). Tales virtudes son señales de su madurez en la vida divina y la hacen apta para participar en la obra del Señor (cfr. 2 Co. 1:12; 2:14-17; 11:10a; 1 Ts. 2:1-12).

  • En la labor que ella realiza juntamente con su Amado está presente el amor recíproco (representado por las mandrágoras, Gn. 30:14-16) que despide su fragancia en medio de esta pareja que se ama mutuamente, lo cual representa el amor nupcial que existe entre la que ama a Cristo y Cristo; además, en los lugares donde laboran hay abundancia de frutos selectos y fragantes (cfr. Gá. 5:22-23; Ef. 5:9), nuevos y añejos, los cuales ella guarda en amor para su Amado.

  • Ella y su Amado laboran diligentemente, no en beneficio de ella, sino que laboran en las iglesias (las viñas) para que otros creyentes den brotes, den flores y estén florecientes. En las iglesias ella le brinda su amor a su Amado.

  • La que ama a Cristo desea llevar a cabo, junto con su Amado, una obra que abarque todo el mundo (los campos) al peregrinar de un lugar a otro (morar en las aldeas). Esto indica que ella no es sectaria al llevar a cabo la obra del Señor. Ella mantiene la obra abierta para otros, de manera que otros también puedan unirse al peregrinaje allí y ella pueda peregrinar a algún otro lugar. Esto es mantener una sola obra en el único Cuerpo.

    Participar en la obra del Señor no consiste en trabajar para el Señor, sino en trabajar juntamente con Él (1 Co. 3:9a; 2 Co. 6:1a). Para laborar juntamente con el Señor, es necesario haber alcanzado la madurez en vida, ser uno con el Señor y realizar una obra que se centre en Su Cuerpo. La Sulamita labora como complemento de Salomón al cuidar de todas las viñas (8:11), esto es, de las iglesias y de los creyentes en toda la tierra. Esto indica que nuestra obra debe centrarse en el Cuerpo y no en una sola ciudad. La obra que realicemos debe ser una que abarque el mundo entero. Esto es lo que Pablo hizo al establecer iglesias locales para luego continuar laborando en ellas a fin de conducirlas a tomar plena conciencia del Cuerpo de Cristo.

  • La Sulamita interrumpe las palabras de su Amado y les da continuación al desear que Él pueda disfrutar suavemente de lo que ella llegue a ser y que aquellos que aman a Dios perdiendo conciencia de sí mismos (los que duermen, cfr. 2 Co. 5:14-15) puedan disfrutar de lo que el Señor habría de disfrutar. Esto indica que nuestro laborar juntamente con otros tiene que convertirse en un disfrute para ellos.

  • Esto indica que el Amado disfrutará de la estatura de la madurez de Cristo lograda en Su amada (la palmera, Ef. 4:13) y compartirá tal deleite con los miembros de Su Cuerpo (las ramas, Jn. 15:5a). Él desea que ella alimente a otros ricamente (pechos como racimos de vid), que su intuición (la nariz) sea fragante a fin de nutrir a otros en vida (las manzanas) y que el disfrute anticipado de ella sea propio del poder de la era venidera (el mejor vino, v. 9a; Jn. 2:10; Mt. 26:29).

  • Mientras el Espíritu habla (vs. 1-5), Cristo, el Amado, inserta algunas palabras para elogiar a Su amada (vs. 6-9a). En los vs. 6-7 el Amado elogia a Su amada por ser hermosa y agradable, con lo cual deleita a los demás; después, la elogia por su estatura propia de la madurez, según la cual ella es como Cristo (la palmera, Ef. 4:13), y por el hecho de que ella alimenta ricamente a los demás (pechos semejantes a los racimos).

  • Aquí el Espíritu hace un repaso de la hermosura de la amada en sus pensamientos e intenciones (la cabeza), los cuales son fuertes para Dios (el Carmelo, cfr. 1 R. 18:19-39), y en su sumisión y obediencia que resultan en su consagración (los cabellos de su cabeza, cfr. Nm. 6:5a y la nota), todo lo cual tiene como finalidad dar gloria a Dios (la púrpura) y cautivar (preso) a su Amado, quien es el Rey.

  • Aquí el Espíritu hace un repaso de la hermosura de la amada en su voluntad sumisa (el cuello), forjada en ella por la obra transformadora del Espíritu mediante los sufrimientos con el fin de que la voluntad de Dios sea llevada a cabo, en la expresión de su corazón —corazón que está abierto a la luz, es limpio, está en pleno reposo y es accesible (ojos como estanques, cfr. Cnt. 1:15; 4:1; 5:12)— y en su sentido espiritual, poseedor de un discernimiento agudo y elevado (la nariz, cfr. Fil. 1:9-10; He. 5:14).

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