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Capítulos de libros «El Cantar de Los Cantares»
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  • En sus palabras de conclusión a este libro poético, la que ama a Cristo ora pidiendo que su Amado se apresure a retornar en el poder de Su resurrección (la gacela o el cervatillo) a fin de establecer Su dulce y hermoso reino (los montes de especias), que llenará toda la tierra (Ap. 11:15; Dn. 2:35). Tal oración presenta la unión y la comunión que, en su mutuo amor nupcial, se producen entre Cristo —quien es el Novio— y aquellos que le aman —quienes conforman la novia—, de modo similar que la oración de Juan, uno que amaba a Cristo, como palabra de conclusión de las Santas Escrituras, revela la economía eterna de Dios con respecto a Cristo y la iglesia en Su amor divino (Ap. 22:20).

  • Aquí, la que ama a Cristo testifica que es una persona santificada (una muralla de separación) cuya fe y amor se han desarrollado (pechos que son como torres, 1 Ti. 1:14), en contraste con el creyente inmaduro mencionado en el v. 8. A los ojos de su Amado, ella es como una persona que ha obtenido paz con base en la santificación (1 Ts. 5:23 y la nota 2).

  • Si la más joven (véase la nota Cnt. 8:81) es una muralla para separación del mundo (la santificación), la que ama a Cristo —que alcanzó la madurez— junto con su Amado la perfeccionarán edificando sobre ella almenas que tengan como base la redención de Cristo (la plata). Si la más joven es una puerta por la cual la gente pueda entrar en Cristo, la que ama a Cristo junto con su Amado la perfeccionarán edificando un cerco alrededor de ella con la humanidad celestial y glorificada de Cristo (Mt. 26:64; Hch. 3:13) y con Su vivir humano celestial (el cedro, Fil. 2:7-8). Esto indica que la que ama a Cristo es una persona experimentada que no solamente sabe nutrir a otros, sino que también sabe cómo edificarlos con los materiales apropiados según las necesidades particulares.

  • Puesto que la amada ha alcanzado la madurez en vida en lo referido a ir en pos de Cristo así como en lo referido a la consumación máxima de su experiencia de Cristo, antes de su arrebatamiento ella —junto con Cristo— se preocupa por los que aman a Cristo que son más jóvenes, cuya fe y amor (los pechos, 1 Ti. 1:14) todavía no han madurado. Ella está preocupada respecto a cómo perfeccionar a los más jóvenes a fin de que alcancen la madurez en vida con miras a la edificación del Cuerpo de Cristo y que amen a Cristo hasta desposarse con Él en amor con miras a que la novia de Cristo sea constituida (2 Co. 11:2; Gá. 4:19).

  • Heb. Jah; una forma abreviada de Jehová.

  • Véase la nota Mt. 11:231d.

  • Cuando la amada escucha lo dicho por su Amado en el v. 5, ella reconoce que por sí misma no podría permanecer firme en su Amado ni vivir en Él hasta ser arrebatada. Puesto que no tiene confianza en sí misma mientras todavía está en la carne, en la vieja creación, ella le pide a su Amado que la guarde por Su amor (el corazón) y Su fuerza (el brazo), pues Su amor es tan fuerte como la muerte inconmovible y Su celo tan cruel como el Seol invencible, el cual es como el celoso Jehová, quien es fuego consumidor (Dt. 4:24) que incinera todo lo negativo. Su amor no puede ser apagado por las pruebas, ni ahogado por las persecuciones ni reemplazado por riqueza alguna (v. 7; Ro. 8:35-39; 1 Co. 13:1-3).

  • Aquí Cristo responde que ella es una pecadora que se ha arrepentido y ha sido salva por gracia (su madre, Gá. 4:26; Ef. 2:8a) mediante la regeneración (el parto) en Él como el Proveedor de vida (el manzano, Cnt. 2:3). Aquí, en la consumación de su vida cristiana, el Señor le recuerda a Su amada que aun ahora ella no es nada, pues es una pecadora que ha sido salva por la gracia de Cristo.

  • El Espíritu, representado por el tercer interlocutor, pregunta quién es ésta que ama a Cristo, la cual una vez vino subiendo del desierto espiritual (el entorno mundano) por sí misma (3:6) y que ahora viene subiendo del desierto de la carne (el ámbito terrenal) recostada sobre su Amado. Mientras espera por el regreso de su Amado, ella sale junto con Él para encontrarse con Él (cfr. Mt. 25:1).

  • Su Amado encarga a los creyentes que buscan inmiscuirse (las hijas de Jerusalén) a no despertar a Su amada de su correcta esperanza de arrebatamiento hasta que ella despierte a la luz del semblante de Su faz, esto es, hasta que ella se encuentre cara a cara con Él en el arrebatamiento.

  • En los vs. 2-3 la que ama a Cristo abriga la esperanza de que ella y su Amado puedan reunirse en la Jerusalén celestial, donde ella es perfeccionada por gracia (la casa de su madre, Gá. 4:26), y de que ella pueda darle a su Amado ocasión de disfrutar de las riquezas de su experiencia de la vida divina (vino sazonado, hecho del zumo de sus granadas) para satisfacción del Amado al abrazarla a ella, como cuando Él la abraza antes del arrebatamiento (2:6).

  • Es decir, afuera de las limitaciones de la carne. Cuando el cuerpo de ella sea transfigurado (Fil. 3:21), ella y el Señor serán iguales (1 Jn. 3:2), y nadie la menospreciará a causa de sus deficiencias en la carne.

  • Ahora, la que ama a Cristo ha alcanzado la madurez en vida al grado de haber llegado a ser igual a Cristo en todo aspecto, excepto por el hecho de que ella todavía tiene la carne. Al percatarse de todos los problemas que proceden de su carne, la amada desea que Cristo pudiera ser su hermano en la carne nacido de la gracia (la madre de ella, Gá. 4:26), esto es, que Él pudiera ser igual a lo que ella es en la carne. Esto indica, de manera poética, que ella gime a causa de su carne. En los vs. 2-4 ella manifiesta su esperanza de ser librada de su gemir a causa de la carne, lo cual indica que abriga la esperanza de ser arrebatada mediante la redención de su cuerpo (Ro. 8:23; 2 Co. 5:1-8; Ef. 4:30b).

  • La que ama a Cristo le pide a Aquel que mora en los creyentes, Sus huertos, que le deje escuchar Su voz, a la cual están atentos sus compañeros. Esto indica que en la obra que realizamos para nuestro Amado quienes amamos a Cristo, debemos tener comunión con Él. Mientras laboramos para Él, es necesario que mantengamos nuestra comunión con Él, siempre atentos a Su voz (cfr. Lc. 10:38-42 y la nota Lc. 10:421b).

  • Que significa Señor de todos. Salomón, como gran señor poseedor de muchas viñas, arrendó dichas viñas a los guardas para obtener algún producto de ellas. Los guardas de dichas viñas habrían de pagarle a Salomón mil siclos. Cada uno de los guardas tenía ayudantes que guardarían los frutos, a quienes debían pagarles doscientos siclos (v. 12). En la obra de Cristo, Cristo es el Señor de todas las obras (las viñas). Nosotros, por ser quienes amamos a Cristo, somos los guardas de las viñas, que participan en una parte de la obra de Cristo. Según lo que requiere el Señor, debemos pagarle mil siclos, o sea, pagarle lo que Él exige. En nuestra obra con el Señor no tenemos “ayudantes”; así que, como guardas que velan por las viñas podemos guardar el fruto nosotros mismos. Por tanto, en lugar de dar doscientos siclos a otros, nos los damos a nosotros mismos. Esto es lo mismo que si el Señor nos diera doscientos siclos a manera de recompensa. Los vs. 11-12 muestran que nuestra obra con el Señor tiene que exceder lo que Él requiere. El Señor no solamente requiere de nosotros aquello que nos entregó, sino lo que nos entregó más el interés correspondiente (Mt. 25:26-27). Teniendo este interés como base, el Señor nos recompensará cuando regrese. Esta recompensa será dada no conforme a la gracia del Señor, sino conforme a Su justicia.

    Cristo, nuestro Amado, es el Señor de todos, quien posee todas las cosas (Hch. 10:36), y nosotros, aquellos que le aman, somos partícipes de todas Sus posesiones (1 Co. 3:21-22) gratuitamente en la gracia de Cristo (Ro. 3:24), la cual es producto del amor de Dios (2 Co. 13:14). No obstante, como aquellos que le aman, todavía debemos darle a nuestro Amado lo que es debido, no como un deber sino por amor (cfr. Gá. 5:13). Cristo, nuestro Amado, al unirse a nosotros haciéndonos uno con Él, todavía quiere darnos una recompensa propia de la justicia (2 Ti. 4:8). Esto implica que Cristo, nuestro Amado, nos recompensa por el excedente producido por nuestra labor, lo cual es una recompensa dada a manera de incentivo a causa de nuestra fidelidad al laborar para Él en amor (cfr. Mt. 25:20-23); por tanto, es una recompensa propia de la justicia.

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