Según el contexto, este fuego no es el fuego mencionado en Hch. 2:3, el cual está relacionado con el Espíritu Santo, sino el mismo fuego mencionado en los vs. 10, 12, el del lago de fuego (Ap. 20:15), donde los incrédulos sufrirán perdición eterna. Lo que Juan les dijo aquí a los fariseos y a los saduceos implicaba que si ellos verdaderamente se arrepentían y creían en el Señor, Él los bautizaría en el Espíritu Santo para que tuvieran vida eterna; de lo contrario, los bautizaría en fuego, echándolos en el lago de fuego como castigo eterno. El bautismo efectuado por Juan sólo tenía como fin que el hombre se arrepintiera y fuera conducido a la fe en el Señor. El Señor puede bautizar en el Espíritu Santo para vida eterna o en fuego para perdición eterna. El bautismo efectuado por el Señor en el Espíritu Santo dio comienzo al reino de los cielos al introducir a Sus creyentes en el reino de los cielos, mientras que Su bautismo en fuego concluirá el reino de los cielos, echando a los incrédulos en el lago de fuego. Por esto, el bautismo efectuado por el Señor en el Espíritu Santo, el cual se basa en Su redención, es el comienzo del reino de los cielos, mientras que el bautismo en fuego, el cual se basa en Su juicio, es el final de aquel reino. Así que, en este versículo hay tres clases de bautismo: el bautismo en agua, el bautismo en el Espíritu y el bautismo en fuego. El bautismo en agua efectuado por Juan introducía a la gente en el reino de los cielos. El bautismo en el Espíritu realizado por el Señor Jesús dio comienzo al reino de los cielos y lo estableció el día de Pentecostés, y lo llevará hasta su consumación al final de esta era. El bautismo en fuego que llevará a cabo el Señor, conforme al juicio del gran trono blanco (Ap. 20:11-15), concluirá el reino de los cielos.