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Capítulos de libros «El Evangelio de Mateo»
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  • La venida de Juan el Bautista puso fin a la dispensación de la ley (Mt. 11:13; Lc. 16:16). La predicación del evangelio de paz empezó después del bautismo proclamado por Juan (Hch. 10:36-37). La predicación de Juan fue el comienzo del evangelio (Mr. 1:1-5). Por lo tanto, la dispensación de la gracia empezó con Juan.

  • La predicación de Juan el Bautista fue el inicio de la economía neotestamentaria de Dios. Juan no predicaba en el templo santo dentro de la ciudad santa, donde el pueblo religioso y culto adoraba a Dios según las ordenanzas bíblicas, sino en el desierto, de una manera “rústica”, sin guardar ningún precepto viejo. Esto indica que la vieja manera de adorar a Dios según el Antiguo Testamento había sido rechazada, y que una nueva manera estaba a punto de iniciarse. Aquí la palabra desierto indica que el nuevo camino de la economía neotestamentaria de Dios es contrario a la religión y a la cultura. Además, indica que nada viejo quedó y que algo nuevo iba a ser edificado.

  • Arrepentirse es experimentar un cambio en la manera de pensar que lo lleva a uno a sentir remordimiento, o sea, a cambiar de propósito.

  • En la predicación de Juan el Bautista, arrepentirse, como comienzo de la economía neotestamentaria de Dios, indica tener un cambio de dirección hacia el reino de los cielos. Esto indica que la economía neotestamentaria de Dios está centrada en Su reino. Con este fin, debemos arrepentirnos, cambiar de actitud y de propósito. Antes buscábamos otras cosas, pero ahora nuestra única meta debe ser Dios y Su reino, el cual en Mateo (cfr. Mr. 1:15) es llamado específica e intencionalmente “el reino de los cielos”. Según el contexto general del Evangelio de Mateo, el reino de los cielos es diferente del reino mesiánico. El reino mesiánico será el reino de David restaurado (el tabernáculo reedificado de David, Hch. 15:16), compuesto de los hijos de Israel, y será terrenal y físico en naturaleza, mientras que el reino de los cielos está constituido de los creyentes regenerados, y es celestial y espiritual. (Véase la nota Mt. 5:34b).

  • Esto indica claramente que antes de la venida de Juan el Bautista, el reino de los cielos no había llegado. Aun después de la venida de Juan y durante su predicación, el reino de los cielos todavía no había llegado; sólo se había acercado. Cuando el Señor comenzó Su ministerio e incluso cuando envió a Sus discípulos a predicar, el reino de los cielos todavía no había llegado (Mt. 4:17; 10:7). Por lo tanto, en la primera parábola del cap. 13, la parábola de la semilla (Mt. 13:3-9), que representa la predicación del Señor, el Señor no dijo: “El reino de los cielos es (o, ha venido a ser) como…”. Él usa esta expresión a partir de la segunda parábola, la parábola de la cizaña (Mt. 13:24), la cual indica el establecimiento de la iglesia en el día de Pentecostés. Mt. 16:18-19, donde las expresiones iglesia y reino de los cielos se usan de modo intercambiable, es prueba de que el reino de los cielos vino cuando la iglesia fue establecida.

  • Conforme a las profecías, Juan el Bautista comenzó su ministerio en el desierto. Esto indica que la presentación de la economía neotestamentaria de Dios por Juan no fue casual, sino que había sido planeada y predicha por Dios mediante el profeta Isaías. Esto implica que Dios deseaba que Su economía neotestamentaria comenzara de una manera totalmente nueva.

  • El camino, semejante a una calle, y las sendas, semejantes a callejones, son una descripción del corazón del hombre con todas sus partes. Arrepentirse ante el Señor con todo el ser y con todo el corazón, y permitir que el Señor entre, equivale a preparar el camino del Señor. Permitir que el Señor llegue a ocupar cada parte de nuestro corazón, incluyendo la mente, la parte emotiva y la voluntad, equivale a enderezar las sendas del Señor. Por lo tanto, preparar el camino del Señor y enderezar Sus sendas equivale a cambiar nuestra perspectiva, volver nuestra mente hacia el Señor y hacer que nuestro corazón sea recto, a fin de que, mediante el arrepentimiento, cada parte y cada senda de nuestro corazón sea enderezada por el Señor por causa del reino de los cielos (Lc. 1:16-17).

  • Juan era sacerdote por nacimiento (Lc. 1:5, 13). Según los preceptos de la ley, él debía llevar la vestidura sacerdotal, hecha principalmente de lino fino (Éx. 28:4, 40-41; Lv. 6:10; Ez. 44:17-18), y debía alimentarse de la comida sacerdotal, la cual era principalmente flor de harina y la carne de los sacrificios ofrecidos a Dios por Su pueblo (Lv. 2:1-3; 6:16-18, 25-26; 7:31-34). Sin embargo, Juan hizo todo lo contrario. Él vestía ropas de pelo de camello y tenía un cinto de cuero, y comía langostas y miel silvestre. Esto no era ni civilizado, ni culto y tampoco correspondía a los preceptos religiosos. Era un duro golpe a la mentalidad religiosa que una persona destinada al sacerdocio vistiera pelo de camello, porque el camello era considerado inmundo según los preceptos levíticos (Lv. 11:4). Además, Juan no vivió en un lugar civilizado, sino en el desierto (Lc. 3:2). Todo esto indica que había abandonado completamente la dispensación del Antiguo Testamento, la cual se había degradado hasta convertirse en una mezcla de religión y cultura humana. La intención de Juan era introducir la economía neotestamentaria de Dios, la cual está constituida únicamente de Cristo y del Espíritu de vida.

  • Bautizar significa sumergir, sepultar, en agua, la cual representa la muerte. Juan bautizaba para indicar que quien se arrepiente solamente sirve para ser sepultado. Esto significa también que a la vieja persona se le ha dado fin, para que haya un nuevo comienzo en resurrección, producido por Cristo como el dador de vida. Por lo tanto, después del ministerio de Juan, vino Cristo. El bautismo de Juan no solamente dio fin a los que se habían arrepentido, sino que también los llevó a Cristo para que tuvieran vida. En la Biblia el bautismo implica muerte y resurrección. Ser bautizado en agua equivale a ser puesto en la muerte y sepultado allí. Ser levantado del agua significa resucitar de la muerte.

  • El río Jordán fue el agua en donde las doce piedras que representaban a las doce tribus de Israel fueron sepultadas, y de donde fueron resucitadas y sacadas otras doce piedras, las cuales también representaban a las doce tribus de Israel (Jos. 4:1-18). Por lo tanto, bautizar a los hombres en el río Jordán representaba la sepultura del viejo ser y la resurrección del nuevo ser de ellos. Así como los hijos de Israel entraron en la buena tierra al cruzar el río Jordán, así también, al ser bautizados los creyentes, son introducidos en Cristo, la realidad de la buena tierra.

  • Los fariseos eran la secta religiosa más estricta de los judíos (Hch. 26:5). Esta secta se formó por el año 200 a. C. Ellos estaban orgullosos de su vida religiosa superior, su devoción a Dios y su conocimiento de las Escrituras. En realidad, se habían degradado hasta ser pretenciosos e hipócritas (Mt. 23:2-33).

  • Los saduceos eran otra secta del judaísmo (Hch. 5:17). Ellos no creían en la resurrección, ni en los ángeles, ni en los espíritus (Mt. 22:23; Hch. 23:8). Tanto Juan el Bautista como el Señor Jesús condenaron a los fariseos y a los saduceos, calificándolos de cría de víboras (v. 7; 12:34; 23:33). El Señor Jesús advirtió a Sus discípulos acerca de las doctrinas de ellos (Mt. 16:6, 12). Los fariseos eran considerados ortodoxos, mientras que los saduceos eran los modernistas antiguos.

  • Debido a la impenitencia de los judíos, tanto esta palabra como la palabra del v. 10 se han cumplido. Dios excluyó a los judíos y levantó a los creyentes gentiles, para que fueran descendientes de Abraham en la fe (Ro. 11:15, 19-20, 22; Gá. 3:7, 28-29). Lo dicho por Juan en este versículo indica claramente que el reino de los cielos predicado por él no está constituido con los hijos de Abraham por nacimiento, sino con los hijos de Abraham por la fe; por tanto, es un reino celestial, y no el reino terrenal del Mesías.

  • Según el contexto, este fuego no es el fuego mencionado en Hch. 2:3, el cual está relacionado con el Espíritu Santo, sino el mismo fuego mencionado en los vs. 10, 12, el del lago de fuego (Ap. 20:15), donde los incrédulos sufrirán perdición eterna. Lo que Juan les dijo aquí a los fariseos y a los saduceos implicaba que si ellos verdaderamente se arrepentían y creían en el Señor, Él los bautizaría en el Espíritu Santo para que tuvieran vida eterna; de lo contrario, los bautizaría en fuego, echándolos en el lago de fuego como castigo eterno. El bautismo efectuado por Juan sólo tenía como fin que el hombre se arrepintiera y fuera conducido a la fe en el Señor. El Señor puede bautizar en el Espíritu Santo para vida eterna o en fuego para perdición eterna. El bautismo efectuado por el Señor en el Espíritu Santo dio comienzo al reino de los cielos al introducir a Sus creyentes en el reino de los cielos, mientras que Su bautismo en fuego concluirá el reino de los cielos, echando a los incrédulos en el lago de fuego. Por esto, el bautismo efectuado por el Señor en el Espíritu Santo, el cual se basa en Su redención, es el comienzo del reino de los cielos, mientras que el bautismo en fuego, el cual se basa en Su juicio, es el final de aquel reino. Así que, en este versículo hay tres clases de bautismo: el bautismo en agua, el bautismo en el Espíritu y el bautismo en fuego. El bautismo en agua efectuado por Juan introducía a la gente en el reino de los cielos. El bautismo en el Espíritu realizado por el Señor Jesús dio comienzo al reino de los cielos y lo estableció el día de Pentecostés, y lo llevará hasta su consumación al final de esta era. El bautismo en fuego que llevará a cabo el Señor, conforme al juicio del gran trono blanco (Ap. 20:11-15), concluirá el reino de los cielos.

  • Aquellos que son tipificados por el trigo, tienen vida por dentro. El Señor los bautizará en el Espíritu Santo y los recogerá en el granero en los aires por medio del arrebatamiento. Aquellos que son tipificados por la paja, al igual que la cizaña en Mt. 13:24-30, no tienen vida. El Señor los bautizará en fuego, echándolos en el lago de fuego. La paja aquí se refiere a los judíos impenitentes, mientras que la cizaña del cap. 13 se refiere a los cristianos nominales. El destino eterno de ambos será el mismo: la perdición en el lago de fuego (Mt. 13:40-42).

  • Como hombre, el Señor Jesús vino a Juan el Bautista para ser bautizado conforme a la manera neotestamentaria de Dios. De los cuatro Evangelios, sólo el de Juan no da constancia del bautismo del Señor, porque Juan testifica que el Señor es Dios.

  • Tener justicia consiste en ser recto al vivir, andar y obrar como Dios lo ordena. En el Antiguo Testamento, ser justo significaba guardar la ley que Dios había dado. Ahora Dios envió a Juan el Bautista a instituir el bautismo. Ser bautizado es también cumplir la justicia delante de Dios, es decir, cumplir con los requisitos de Dios. El Señor Jesús vino a Juan, no en calidad de Dios, sino como un hombre normal, un verdadero israelita. Por lo tanto, tenía que ser bautizado para guardar esta práctica dispensacional de Dios; de lo contrario, no habría sido recto delante de Dios.

  • El Señor fue bautizado no sólo para cumplir toda justicia conforme al plan de Dios, sino también para dejarse llevar a la muerte y a la resurrección a fin de poder ministrar, no según lo natural, sino según la resurrección. Al ser bautizado Él pudo vivir y ministrar en resurrección aun antes que ocurriera Su muerte y resurrección tres años y medio después.

  • Cuando el Señor fue bautizado para cumplir la justicia de Dios y ser introducido en la muerte y la resurrección, se puso a Su disposición tres cosas: los cielos abiertos, el Espíritu de Dios que descendió y el hablar del Padre. Hoy día sucede lo mismo con nosotros.

  • Antes que el Espíritu de Dios descendiera y viniera sobre el Señor Jesús, Él había nacido del Espíritu Santo (Lc. 1:35). Esto prueba que al momento de Su bautismo Él ya tenía el Espíritu de Dios dentro de Sí. El Espíritu estaba dentro de Él para Su nacimiento. Ahora, para Su ministerio, el Espíritu de Dios descendió sobre Él. Esto fue el cumplimiento de Is. 61:1; 42:1 y Sal. 45:7, y se realizó para ungir al nuevo Rey y presentarlo a Su pueblo.

  • Una paloma es dócil, y sus ojos sólo pueden ver una cosa a la vez. Por lo tanto, representa docilidad y pureza en visión y propósito. Por haber descendido el Espíritu de Dios como paloma sobre el Señor Jesús, Él pudo ministrar con docilidad y con un solo propósito, centrándose únicamente en la voluntad de Dios.

  • El descenso del Espíritu fue el ungimiento de Cristo, mientras que el hablar del Padre atestiguaba que Cristo es el Hijo amado. Éste es un cuadro de la Trinidad Divina: el Hijo subió del agua; el Espíritu descendió sobre el Hijo; y el Padre habló del Hijo. Esto demuestra que el Padre, el Hijo y el Espíritu existen simultáneamente, lo cual tiene como fin la realización de la economía de Dios.

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