Cristo, como Siervo de Jehová, sirve a Dios al ser un pacto y una luz para el pueblo escogido de Dios a fin de ser la salvación completa de Dios que se extiende hasta los confines de la tierra (Is. 42:5-7; 49:6, 8-9a). La salvación completa provista por Dios tiene por fundamento Su justicia y es consumada en Su vida (Ro. 5:17, 21). La justicia conforme a la equidad de Dios y la vida mediante la luz de Dios son los dos factores básicos de la salvación provista por Dios (Ro. 1:16-17; 5:18b; Tit. 3:7). La salvación de Dios en sus dos aspectos está compuesta de Cristo como pacto para justificación y de Cristo como luz para vida (Ro. 5:10). Mediante Su muerte, Cristo en calidad de pacto satisface la justicia de Dios para nuestra justificación, que es la base de la salvación completa de Dios; y en Su resurrección, Cristo en calidad de luz nos imparte la vida, que es la consumación de la salvación completa de Dios. Por último, la salvación completa provista por Dios está corporificada en la Nueva Jerusalén, la cual tiene que ver con la vida edificada sobre el fundamento de la justicia (Ap. 22:1-2; 21:14, 19-20 y la nota Ap. 21:191a, párr. 2).
Mediante Su muerte y en Su resurrección, Cristo ha llegado a ser el nuevo pacto como el nuevo testamento (He. 8:10-12; 9:15-17) conforme a la justicia de Dios para ser la base de la salvación completa de Dios. Dios dio a Cristo como luz para las naciones a fin de que Él fuese para el mundo entero la salvación de Dios (Mt. 4:16; Lc. 2:30-32). La vida de esta luz (Jn. 1:4; 8:12), que es la vida indestructible (He. 7:16b), la vida incorruptible (2 Ti. 1:10b) así como la vida eterna y real de la cual debemos echar mano y asirnos (12, 1 Ti. 6:19), ha llegado a ser para nosotros la salvación de Dios en Su justicia (Ro. 5:10, 17). Además, esta vida nos asegura, nos garantiza —a quienes somos herederos de Dios en Su vida— el derecho a heredar a Dios mismo con todas Sus riquezas como nuestra herencia eterna (Hch. 26:18). Tal vida de luz crece continuamente en nuestro ser, lo cual produce como fruto nuestra vida de iglesia hoy (Ef. 5:8) y tiene por consumación la Nueva Jerusalén en la eternidad (Ap. 21:2-3, 9-11, 18-23; 22:1-5).