Libertad de la esclavitud de la ley. Para que nosotros disfrutemos de esta libertad en gracia, Cristo nos libertó por medio de Su muerte redentora y Su resurrección que imparte vida.
Gá. 5:13; 2:4; Jn. 8:32, 36; 2 Co. 3:17
Libertad de la esclavitud de la ley. Para que nosotros disfrutemos de esta libertad en gracia, Cristo nos libertó por medio de Su muerte redentora y Su resurrección que imparte vida.
Es decir, estad firmes en la libertad, libres de la esclavitud de la ley, sin desviaros de Cristo, sin caer de la gracia.
O, retenidos en una trampa. Desviarse de Cristo para seguir la ley es estar enredados o retenidos en una trampa.
Este yugo es la esclavitud de la ley, la cual convierte a los que guardan la ley en esclavos bajo un yugo que los ata.
Los judaizantes, los hermanos falsos, decían que la circuncisión era un requisito de la salvación (Gá. 2:3-5; Hch. 15:1). Véase la nota Gá. 2:32a.
Si los creyentes gálatas hubieran recibido la circuncisión, tomándola como requisito de la salvación, de nada les habría aprovechado Cristo, porque al volver a la ley, espontáneamente habrían renunciado a Cristo.
Es decir, privados de todo el provecho de tener a Cristo y así separados de Él (Darby’s New Translation), haciendo que de nada les sirva Cristo. Volver a la ley es desligarse de Cristo, ser reducido a nada, estar separado de Cristo.
Ser reducidos a nada, separados de Cristo, es caer de la gracia. Esto implica que la gracia en la cual nosotros los creyentes estamos, es nada menos que Cristo mismo.
En contraste con por la carne (Gá. 3:3).
En contraste con por las obras de la ley (Gá. 3:2).
La justicia que esperamos, la cual es Cristo mismo (1 Co. 1:30). No se halla en la carne por las obras de la ley, sino en el Espíritu por fe.
Es decir, que no tiene ninguna fuerza, ningún poder práctico.
Una fe viviente es activa; actúa por medio del amor para cumplir la ley (v. 14). La circuncisión es sencillamente una ordenanza exterior que no tiene el poder de vida. Por eso no vale nada. La fe recibe el Espíritu de vida (Gá. 3:2); por lo tanto, está llena de poder. La fe obra por medio del amor para cumplir no sólo la ley, sino también el propósito de Dios, es decir, actúa con el fin de completar la filiación divina, que es el proceso de hacernos hijos maduros de Dios para Su expresión corporativa, el Cuerpo de Cristo.
El amor está relacionado con nuestro aprecio por Cristo. Sin tal aprecio, la fe no podría obrar. El oír con fe despierta nuestro aprecio en amor, y cuanto más amamos al Señor, más obra la fe para introducirnos en las riquezas, el provecho, del Espíritu todo-inclusivo.
No la doctrina sino la realidad en Cristo, como el apóstol la predicó a los gálatas.
La enseñanza persuasiva de los judaizantes, la cual distrajo a los gálatas y los hizo apartarse de Cristo para seguir las prácticas de la ley.
La levadura se refiere a las enseñanzas falsas de los judaizantes (cfr. Mt. 16:12), y toda la masa se refiere a todos los creyentes en su conjunto, la iglesia.
La circuncisión prefiguró la manera de tratar con la carne del hombre; la cruz es la realidad de aquel trato (Col. 2:11-12). Los judaizantes intentaron traer a los gálatas de nuevo a lo que era una sombra; el apóstol Pablo luchó por mantenerlos en la realidad.
El apóstol Pablo quería que los judaizantes, quienes perturbaban a los gálatas insistiendo en la circuncisión, no sólo quitaran su propio prepucio, sino que incluso se quitaran a sí mismos. El yo de ellos los perturbaba y los molestaba, y debía ser quitado.
La libertad sin límites siempre da por resultado que se le dé rienda suelta a la carne. La libertad con limitaciones nos lleva a amar a otros y, por medio del amor, a servirlos como esclavos (cfr. v. 14).
Véase la nota Gá. 3:32.
Lit., servíos como esclavo.
Esta palabra griega significa caminar por todas partes, andar libremente; por lo tanto, conducirse y actuar en la vida cotidiana, lo cual implica un diario andar común y habitual (cfr. Ro. 6:4; 8:4; Fil. 3:17-18).
Según el contexto del capítulo, este Espíritu debe de ser el Espíritu Santo, quien mora en nuestro espíritu regenerado y se mezcla con el mismo. Andar por el Espíritu es permitir que nuestro andar sea regulado por el Espíritu Santo desde nuestro espíritu. Esto está en contraste con permitir que nuestro andar sea regulado por la ley en la esfera de nuestra carne. Véase la nota Gá. 3:32.
La carne es la máxima expresión del hombre tripartito caído (Gn. 6:3), y el Espíritu es la máxima realidad del Dios Triuno procesado (Jn. 7:39). Debido a la redención de Cristo y la obra de regeneración llevada a cabo por el Espíritu, nosotros en quienes Dios se ha infundido podemos andar por el Espíritu, por el Dios Triuno procesado, en lugar de andar por la carne, por nuestro ser caído. Pablo escribió este libro no sólo para rescatar a los creyentes gálatas que habían sido distraídos y llevados a la ley, sino también para llevarlos a comprender que los creyentes en su espíritu tienen el Espíritu todo-inclusivo y vivificante a fin de que en este Espíritu puedan vivir, andar y existir.
Con respecto a la carne y el Espíritu, véase la nota Gá. 3:32a y la nota Gá. 5:191 y la nota Gá. 5:221a.
Véase la nota Gá. 5:162.
Véase la nota Ro. 7:232.
La ley está relacionada con nuestra carne (Ro. 7:5), y nuestra carne está en contra del Espíritu (v. 17). Por lo tanto, el Espíritu está en contraste con la ley. Cuando andamos por el Espíritu, quien está en nuestro espíritu regenerado, no satisfacemos los deseos de la carne (v. 16); cuando somos guiados por el Espíritu, no estamos bajo la ley. El Espíritu de vida, y no la ley de la letra, es el principio que nos guía y que regula nuestro andar cristiano en nuestro espíritu regenerado.
La carne es la expresión del viejo Adán. La vida caída del viejo Adán se expresa prácticamente en la carne; y las obras de la carne, tales como las que se enumeran en los vs. 19-21, son los varios aspectos de dicha expresión carnal. La fornicación, la inmundicia, la lascivia, las borracheras y las orgías están relacionadas con la concupiscencia del cuerpo corrupto. Las enemistades, las contiendas, los celos, las iras, las disensiones, las divisiones, las sectas y las envidias están relacionadas con el alma caída, la cual está íntimamente ligada con el cuerpo corrupto. La idolatría y las hechicerías tienen que ver con el espíritu que está amortecido. Esto prueba que las tres partes de nuestro ser caído —cuerpo, alma y espíritu— están involucradas con la carne corrupta y maligna.
La fornicación, la inmundicia y la lascivia forman un grupo y tienen que ver con las pasiones malignas.
La idolatría y las hechicerías forman un grupo y se relacionan con la adoración demoniaca.
Las enemistades, las contiendas, los celos y las iras forman un grupo y están relacionados con los estados de ánimo malignos.
Las disensiones, las divisiones, las sectas y las envidias forman un grupo y tienen que ver con formar partidos.
La misma palabra griega que se traduce herejías en 2 P. 2:1. Aquí se refiere a las escuelas de opinión (Darby’s New Translation) o las sectas.
Las borracheras y las orgías forman un grupo y tienen que ver con la disipación.
Heredar el reino de Dios se refiere a disfrutar del reino venidero dado como recompensa a los creyentes vencedores. No es lo mismo que la salvación del creyente; más bien, es un galardón que se da como añadidura a la salvación del creyente. Véase la nota Ef. 5:53a y la nota He. 12:281a.
La carne obra sin vida (v. 19), pero el Espíritu produce fruto lleno de vida. Sólo se mencionan aquí, a manera de ejemplo, nueve aspectos del fruto del Espíritu, que son diferentes expresiones del Espíritu, quien es vida en nosotros. El fruto del Espíritu incluye otros aspectos, tales como humildad (Ef. 4:2; Fil. 2:3), compasión (Fil. 2:1), piedad (2 P. 1:6), justicia (Ro. 14:17; Ef. 5:9), santidad (Ef. 1:4; Col. 1:22) y pureza (Mt. 5:8). En Ef. 4:2 y en Col. 3:12 se menciona la humildad como una virtud además de la mansedumbre de esta lista. En Ro. 14:17 la justicia, la paz y el gozo son aspectos del reino de Dios hoy en día. Aquí sólo se mencionan la paz y el gozo, no la justicia. En 2 P. 1:5-7 la piedad y la perseverancia figuran con el dominio propio y con el amor como características del crecimiento espiritual, pero no se mencionan aquí. En Mt. 5:5-9 la justicia, la misericordia y la pureza se mencionan junto con la mansedumbre y la paz como el requisito para estar en la realidad del reino hoy en día. No obstante, aquí no se menciona ninguna de estas tres virtudes.
De la misma manera que la carne es la expresión del viejo Adán, el Espíritu es Cristo hecho real para nosotros. En realidad, a Cristo se le vive como el Espíritu. Los aspectos del fruto del Espíritu enumerados aquí son las características mismas de Cristo.
La crucifixión del viejo hombre en Ro. 6:6 y la crucifixión del “yo” en Gá. 2:20 no fueron llevadas a cabo por nosotros. Sin embargo, aquí dice que nosotros hemos crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. El viejo hombre y el “yo” constituyen nuestro ser; la carne es la expresión de nuestro ser en nuestro vivir práctico. La crucifixión de nuestro viejo hombre y del “yo” es un hecho cumplido por Cristo en la cruz, mientras que la crucifixión de nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias es nuestra experiencia práctica de este hecho. Esta experiencia práctica debe llevarse a cabo por el Espíritu cuando nosotros aplicamos la crucifixión realizada por Cristo. En esto consiste hacer morir, por el Espíritu, los hábitos de nuestro cuerpo lujurioso y de sus miembros malignos (Ro. 8:13b; Col. 3:5).
Experimentar la cruz consta de tres aspectos:
1) el hecho cumplido por Cristo (Ro. 6:6; Gá. 2:20);
2) nuestra aplicación del hecho cumplido (v. 24)
3) la experiencia que tenemos de dicha aplicación al llevar la cruz diariamente (Mt. 16:24; Lc. 9:23).
Este libro revela que la ley, cuando es mal empleada, se opone a Cristo (Gá. 2:16) y que el deseo de la carne es contra el Espíritu (v. 17). La cruz ha anulado el “yo”, el cual tiende a guardar la ley (Gá. 2:20), y la carne, cuyo deseo es contra el Espíritu, con la finalidad de que Cristo reemplace la ley y que el Espíritu reemplace la carne. Dios no quiere que guardemos la ley por medio de la carne; Él desea que vivamos a Cristo por el Espíritu.
Vivir por el Espíritu significa que nuestra vida depende del Espíritu y es regulada por el Espíritu, y no por la ley. Esto equivale al andar por el Espíritu que se menciona en el v. 16, pero difiere del andar por el Espíritu de este versículo (véase la nota Gá. 5:252a).
Lit., andemos conforme a reglas. La palabra griega significa observar los rudimentos, andar conforme a los rudimentos; y por lo tanto significa desfilar, marchar militarmente, conservar el paso, y por derivación, andar de una manera ordenada y regulada (cfr. Gá. 6:16; Hch. 21:24; Ro. 4:12 y la nota; Fil. 3:16 y la nota 3).
Tanto el andar que se menciona en el v. 16 como el andar mencionado aquí son realizados y regulados por el Espíritu. Aquél se refiere al andar cotidiano y general; éste se refiere al andar que toma la meta única de Dios como su dirección y propósito de vida, y que sigue al Espíritu como regla elemental, como principio básico. Se cultiva dicho andar al vivir en la nueva creación (Gá. 6:16 y la nota 2), al ir en pos de Cristo para ganarlo (Fil. 3:12 y las notas) y al practicar la vida de iglesia (Ro. 12:1-5; Ef. 4:1-16), con lo cual se cumple la intención de Dios en Cristo para la iglesia.
Éste es el resultado del andar por el Espíritu que se menciona en el v. 25. La vanagloria, la provocación y la envidia pertenecen a la carne (cfr. v. 24). La vanagloria da origen a la provocación y a la envidia. Si por el Espíritu eliminamos la vanagloria, automáticamente se acabarán la provocación y la envidia, lo cual dará por resultado la paz. Estos tres asuntos ponen a prueba, de una manera muy práctica, si andamos por el Espíritu o no.