Ser humilde es permanecer en una posición baja, y ser manso significa no pelear por uno mismo. Debemos ejercitar estas dos virtudes al tratar con nosotros mismos. Tener longanimidad es sufrir el mal trato. Debemos ejercitar esta virtud al relacionarnos con los otros. Por medio de estas virtudes nos sobrellevamos (no sólo nos toleramos) los unos a los otros; es decir, no ignoramos a los que causan problemas, sino que los sobrellevamos en amor. Ésta es la expresión de la vida divina.
Estas virtudes no se encuentran en nuestra humanidad natural, pero se encuentran en la humanidad de Jesús. El hecho de que sean mencionadas aquí, antes de mencionarse la unidad del Espíritu en el v. 3, indica que debemos tener estas virtudes a fin de guardar la unidad del Espíritu. Esto implica que en el Espíritu que nos une se encuentra la humanidad transformada, esto es, la humanidad que ha sido transformada por la vida de resurrección de Cristo.
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