Esta misma palabra griega aparece en Ef. 4:14 y se refiere a un menor de edad. Así también en el v. 3.
Los tutores son guardianes, y los mayordomos son administradores. Estos términos describen las funciones de la ley en la economía de Dios.
El tiempo señalado por el padre se refiere al tiempo del Nuevo Testamento, a partir de la primera venida de Cristo.
La misma palabra griega aparece en He. 5:12. Es decir, principios elementales, lo cual se refiere a las enseñanzas rudimentarias de la ley (véase la nota Col. 2:83c). Así también en el v. 9.
La culminación de los tiempos del Antiguo Testamento, la cual sucedió en el tiempo señalado por el Padre (v. 2).
La virgen María (Lc. 1:27-35). El Hijo de Dios nació de ella para poder ser la simiente de la mujer, según lo prometido en Gn. 3:15.
Cristo nació bajo la ley, como se revela en Lc. 2:21-24, 27, y guardó la ley, como se revela en los cuatro Evangelios.
El pueblo escogido de Dios estaba encerrado por la ley bajo la custodia de ésta (Gá. 3:23). Cristo nació bajo la ley a fin de redimir a los escogidos de Dios de la custodia de la ley, para que recibieran la filiación y llegaran a ser hijos de Dios. Por lo tanto, no debían volver a la custodia de la ley para estar bajo su esclavitud, como a los gálatas se les indujo a hacer, sino que debían permanecer en la filiación divina para disfrutar el suministro de vida del Espíritu en Cristo.
La obra redentora de Cristo nos introduce en la filiación para que disfrutemos de la vida divina. La economía de Dios no consiste en hacernos personas que guardan la ley, personas que obedecen los mandamientos y ordenanzas de la ley que fue dada con un propósito temporal, sino en hacernos hijos de Dios que heredan la bendición de la promesa de Dios, la cual fue dada con miras a cumplir Su propósito eterno. El propósito eterno de Dios es obtener muchos hijos para Su expresión corporativa (He. 2:10; Ro. 8:29). Con tal objetivo, Él nos predestinó para filiación (Ef. 1:5) y nos regeneró a fin de que fuésemos hijos Suyos (Jn. 1:12-13). Nosotros debemos permanecer en Su filiación para llegar a ser Sus herederos a fin de heredar todo lo que Él ha planeado para Su expresión eterna, y no debemos sentir aprecio por la ley y así ser distraídos con el judaísmo.
De hecho, fue en nuestro espíritu donde entró el Espíritu de Dios en el momento de nuestra regeneración (Jn. 3:6; Ro. 8:16). Ya que nuestro espíritu está escondido en nuestro corazón (1 P. 3:4), y puesto que lo dicho aquí se refiere a un asunto que está relacionado con nuestros sentimientos y nuestro entendimiento, los cuales pertenecen al corazón, este versículo dice que el Espíritu del Hijo de Dios fue enviado a nuestros corazones.
El Hijo de Dios es la corporificación de la vida divina (1 Jn. 5:12). Por lo tanto, el Espíritu del Hijo de Dios es el Espíritu de vida (Ro. 8:2). Dios nos da Su Espíritu de vida no porque guardamos la ley, sino porque somos Sus hijos. Si somos personas que guardan la ley, no tenemos derecho a disfrutar al Espíritu de vida de Dios; pero por ser hijos de Dios, estamos en posición de participar del Espíritu de Dios y tenemos pleno derecho a disfrutar a este Espíritu, que posee el abundante suministro de vida. Tal Espíritu, el Espíritu del Hijo de Dios, es el enfoque de la bendición de la promesa de Dios a Abraham (Gá. 3:14).
Los vs. 4-6 de este capítulo hablan de cómo el Dios Triuno produce muchos hijos para el cumplimiento de Su propósito eterno. Dios el Padre envió a Dios el Hijo para redimirnos de la ley a fin de que recibiéramos la filiación. También Él envió a Dios el Espíritu para impartirnos Su vida con la finalidad de hacernos Sus hijos en realidad.
En Ro. 8:15, un versículo análogo a éste, vemos que nosotros los que hemos recibido espíritu filial clamamos en este espíritu: “Abba, Padre”, mientras que aquí el Espíritu del Hijo de Dios clama en nuestro corazón: “Abba, Padre”. Esto indica que nuestro espíritu regenerado y el Espíritu de Dios están mezclados como uno, y que nuestro espíritu está en nuestro corazón. También indica que la filiación divina viene a ser real para nosotros por medio de nuestra experiencia subjetiva en lo profundo de nuestro ser. En este versículo, para sustentar su revelación, Pablo apeló a esta experiencia de los creyentes gálatas. Esta apelación fue convincente e irrefutable porque consistía no sólo de doctrinas objetivas, sino también de hechos experimentados de forma subjetiva.
Abba es una palabra aramea, y Padre es la traducción de la palabra griega Pater. Este término compuesto fue empleado primero por el Señor Jesús en Getsemaní mientras oraba al Padre (Mr. 14:36). La combinación del título arameo con el título griego expresa un afecto muy intenso al clamar al Padre. Un clamor tan cariñoso implica una íntima relación en vida entre un hijo verdadero y el padre que lo engendró.
El creyente neotestamentario ya no es esclavo de las obras bajo la ley, sino que es un hijo en vida bajo la gracia.
Véase la nota Gá. 3:261a.
Un hijo mayor de edad según la ley (la ley romana se usa como ejemplo) habilitado para heredar las propiedades del padre.
Los creyentes neotestamentarios no llegan a ser herederos de Dios por medio de la ley ni por su padre carnal, sino por medio de Dios, el propio Dios Triuno, es decir, el Padre, que envió al Hijo y al Espíritu (vs. 4, 6); el Hijo, que realizó la redención para hacernos hijos (v. 5); y el Espíritu, que lleva a cabo la filiación dentro de nosotros (v. 6).
Los dioses, los ídolos, no tienen la naturaleza divina. Sus supersticiosos adoradores los consideraban dioses, pero por naturaleza no lo son.
Lit., poner en servicio como esclavos.
Los sábados y las lunas nuevas (Is. 66:23).
Tiempos solemnes, tales como la Pascua, Pentecostés y la Fiesta de los Tabernáculos (2 Cr. 8:13).
Posiblemente los años sabáticos (Lv. 25:4).
Pablo laboró en los gálatas para introducirlos en Cristo bajo la gracia. Si hubieran retornado a las prácticas religiosas del judaísmo habrían hecho vana la labor que Pablo había invertido en ellos.
Pablo era libre de la esclavitud de las prácticas judías. Él rogaba a los gálatas que se hicieran como él.
Pablo se hizo como un gentil, por la verdad del evangelio.
Anteriormente, los gálatas no habían hecho ningún agravio a Pablo. Él contaba con que tampoco lo harían ahora.
En su primer viaje ministerial, Pablo tuvo que quedarse en Galacia a causa de una debilidad física. Mientras estuvo allí, le predicó el evangelio a los gálatas.
Lit., escupisteis.
Anteriormente los gálatas consideraban una bendición que Pablo se quedara con ellos y que les predicara el evangelio. De ello se alegraban y se gloriaban. Eso llegó a ser la expresión de su bienaventuranza. Sin embargo, ahora que se habían apartado del evangelio que Pablo predicó, el apóstol les preguntó: “¿Dónde, pues, está vuestra bienaventuranza, vuestra felicidad, vuestro sentimiento de ser bendecidos?”.
Los gálatas apreciaban la predicación de Pablo y lo amaban hasta tal punto que se habrían sacado sus propios ojos para dárselos a él. Esto tal vez indique que la debilidad física de Pablo (v. 13) estaba en sus ojos. Quizá lo confirma su uso de letras grandes cuando les escribió (Gá. 6:11). Esta debilidad también puede haber sido el aguijón en su carne, una debilidad física, acerca de la cual oró que le fuera quitada (2 Co. 12:7-9).
Es decir, os cortejan con celo.
No de una manera noble y loable.
Es decir, excluidos de la debida predicación del evangelio, el evangelio de la gracia.
Es decir, les cortejáis con celo.
Siempre es bueno cortejar a alguien con celo en un asunto bueno o en la debida predicación del evangelio. No obstante, esto no sólo debía suceder cuando Pablo estaba presente entre ellos. Al decirles esto, Pablo les indicó que él no era intolerante, es decir, que no prohibía que otros predicaran el evangelio a los gálatas; más bien, se gozaba de la predicación de otros (Fil. 1:18).
Pablo se consideraba a sí mismo el padre engendrador y consideraba a los creyentes gálatas los hijos que engendró en Cristo (cfr. 1 Co. 4:15; Flm. 1:10).
La labor dolorosa de dar a luz. En esta metáfora Pablo se comparó con una madre que da a luz. Él había laborado así para regenerar a los gálatas cuando por primera vez les predicó el evangelio. Debido a que se habían desviado del evangelio que les había predicado, de nuevo sufría dolores de parto hasta que Cristo fuera formado en ellos.
Cristo, una persona viviente, es el enfoque del evangelio de Pablo. La predicación de Pablo, la cual era muy diferente de la enseñanza de la ley en letras, tenía como fin producir en los creyentes a Cristo, el Hijo del Dios viviente. Por eso, todo el énfasis de este libro está en Cristo como centro. Cristo fue crucificado (Gá. 3:1) para redimirnos de la maldición de la ley (Gá. 3:13) y rescatarnos de la maligna corriente religiosa del mundo (Gá. 1:4), y resucitó de los muertos (Gá. 1:1) para vivir en nosotros (Gá. 2:20). Nosotros fuimos bautizados en Él, fuimos identificados con Él y nos hemos revestido de Él, habiéndonos vestido con Él (Gá. 3:27). Así que, estamos en Él (Gá. 3:28) y hemos llegado a ser Suyos (Gá. 3:29; 5:24). Por otro lado, Él ha sido revelado en nosotros (Gá. 1:16); ahora vive en nosotros (Gá. 2:20), y será formado en nosotros (v. 19). La ley nos ha conducido a Él (Gá. 3:24), y en Él todos somos hijos de Dios (Gá. 3:26). En Él heredamos la bendición prometida por Dios y disfrutamos del Espíritu todo-inclusivo (Gá. 3:14). Además, es en Él que todos somos uno (Gá. 3:28). No debemos dejarnos privar de todo el provecho que tenemos en Cristo y así ser separados de Él (Gá. 5:4). Necesitamos que Él suministre Su gracia a nuestro espíritu (Gá. 6:18) para que lo vivamos a Él.
Cuando por primera vez Pablo predicó el evangelio a los gálatas y ellos fueron regenerados por medio de su predicación, Cristo nació en ellos pero no había sido plenamente formado en ellos. Aquí el apóstol volvía a sufrir dolores de parto para que Cristo fuese formado en ellos. Que Cristo sea formado en nosotros significa que Él ha crecido en nosotros hasta alcanzar plena madurez. Primero, Cristo nació en nosotros cuando nos arrepentimos y creímos en Él, luego Él vive en nosotros en nuestra vida cristiana (Gá. 2:20), y, finalmente, será formado en nosotros en nuestra madurez. Es necesario que Cristo sea formado en nosotros para que seamos hijos mayores de edad y herederos de la bendición prometida por Dios, y para que seamos maduros en la filiación divina.
El apóstol deseaba cambiar su tono severo por un tono afectuoso, similar al de una madre cuando habla cariñosamente a sus hijos.
Lit., voz.
Pablo estaba perplejo en cuanto a los gálatas, no sabía cómo tratar con ellos y buscaba la mejor manera de recobrarlos de haberse desviado de Cristo.
En los vs. 21-31 hay dos mujeres, Agar y Sara; dos ciudades, la Jerusalén terrenal y la Jerusalén celestial; dos pactos, uno de la ley y el otro de la promesa; y dos hijos, uno según la carne y el otro según el Espíritu. El apóstol quería que los gálatas supieran que eran hijos de la Jerusalén de arriba, hijos de la mujer libre, y quería que se apropiaran del pacto de la promesa y, conforme al Espíritu, disfrutaran del Espíritu todo-inclusivo como la bendición del evangelio (Gá. 3:14). En esta sección, Sara, la mujer libre, simboliza el pacto de la promesa, el cual también está simbolizado por la Jerusalén de arriba, que es nuestra madre; la madre simboliza la gracia, por la cual nacimos para ser hijos de Dios, quien es la fuente misma de la gracia. Así que, la mujer libre, el pacto de la promesa, la Jerusalén de arriba y la madre, todo ello se refiere a la gracia de Dios, que es el medio mismo de nuestro nacimiento espiritual. Fue de esta gracia, Cristo, que habían caído los gálatas quienes habían sido distraídos por el judaísmo (Gá. 5:4).
Este libro trata severamente el asunto de estar bajo la ley y desviarse así de Cristo. Tal desviación excluye a los creyentes del disfrute de Cristo como su vida y su todo.
Según los versículos siguientes, la ley aquí incluye el libro de Génesis. El Antiguo Testamento en conjunto es llamado la ley y los profetas (Mt. 22:40). La primera parte es la ley, y la segunda, los profetas.
Según la carne significa por medio de los esfuerzos carnales del hombre; nacer por medio de la promesa significa nacer en virtud del poder de Dios en gracia, lo cual está implícito en la promesa de Dios. Ismael nació según la carne, pero Isaac, por medio de la promesa.
Se refiere a las dos mujeres que se mencionan en el v. 22.
Uno es el pacto de la promesa, dado a Abraham, el cual está relacionado con el nuevo pacto, el pacto de la gracia, y el otro es el pacto de la ley, dado a Moisés, el cual no tiene nada que ver con el nuevo pacto. Sara, la mujer libre, simboliza el pacto de la promesa, y Agar, la sierva, el pacto de la ley.
La esclavitud bajo la ley.
Agar, concubina de Abraham, representa la ley. Por tanto, la posición de la ley es como la de una concubina. Sara, esposa de Abraham, simboliza la gracia de Dios (Jn. 1:17), la cual tiene la posición legítima en la economía de Dios. Tal como Agar, la ley produjo hijos para esclavitud, como por ejemplo los judaizantes. Tal como Sara, la gracia produce hijos para filiación; éstos son los creyentes neotestamentarios. Ellos ya no están bajo la ley sino bajo la gracia (Ro. 6:14). Deben estar firmes en la gracia (Ro. 5:2) y no caer de ella (Gá. 5:4).
Jerusalén, la elegida de Dios (1 R. 14:21; Sal. 48:2, 8), debería pertenecer al pacto de la promesa, representado por Sara. Sin embargo, debido a que lleva al pueblo escogido por Dios a la esclavitud de la ley, corresponde al monte Sinaí, el cual pertenece al pacto de la ley, representado por Agar.
Lit., sirve como esclava.
Esclava bajo la ley. En los tiempos del apóstol, Jerusalén y sus hijos eran esclavos bajo la ley.
La Jerusalén de arriba, finalmente, será la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1-2), y está relacionada con el pacto de la promesa. Ella es la madre de los creyentes neotestamentarios, que no son esclavos bajo la ley sino hijos bajo la gracia. Todos nosotros los creyentes neotestamentarios nacimos de la Jerusalén de arriba y estaremos todos en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva.
Esto indica que los descendientes espirituales de Abraham, que pertenecen a la Jerusalén celestial, al pacto de la promesa bajo la libertad de la gracia, son mucho más numerosos que sus descendientes naturales, que pertenecen a la Jerusalén terrenal, al pacto de la ley bajo la esclavitud de la ley.
Denota una mujer sin marido; por tanto, una mujer desolada.
Los hijos de la promesa son hijos nacidos de la Jerusalén celestial por medio de la gracia bajo el pacto de la promesa.
Las dos clases de hijos nacidos de los dos pactos difieren en naturaleza. Aquellos producidos por el pacto de la ley nacen según la carne; aquellos producidos por el pacto de la promesa nacen según el Espíritu. Los hijos nacidos según la carne no tienen derecho a participar de la bendición prometida por Dios; éstos son los judaizantes. Pero los hijos nacidos según el Espíritu tienen pleno derecho a ello; éstos son los creyentes en Cristo. Con respecto a la carne y el Espíritu véase la nota Gá. 3:32a y la nota Gá. 5:192 y la nota Gá. 5:222.
Esto indica que Ismael persiguió a Isaac (Gn. 21:9).
Los judaizantes, descendientes de Abraham según la carne, perseguían a los creyentes, descendientes de Abraham según el Espíritu, así como Ismael persiguió a Isaac.
Los judaizantes, que están bajo la esclavitud de la ley, son hijos de la esclava. Ellos no heredarán jamás la bendición prometida por Dios, la cual es el Espíritu todo-inclusivo como la expresión máxima del Dios Triuno procesado.
Los creyentes neotestamentarios, que están bajo la libertad de la gracia, son hijos de la mujer libre. Ellos heredarán la bendición prometida: el Espíritu.
Nosotros, los que creemos en Cristo, no somos hijos de la ley, que están bajo la esclavitud de la ley, sino hijos de la gracia, que están bajo la libertad de la gracia a fin de disfrutar al Espíritu todo-inclusivo con todas las riquezas de Cristo.