A través de los siglos ha habido dos escuelas de interpretación acerca de este título sagrado y divino, el cual es además notable, maravilloso y excelente:
1) que se hace referencia a dos personas, Dios y Cristo;
2) que hay una sola persona: Jesucristo, quien es nuestro gran Dios y Salvador, con lo cual se afirma la deidad de Cristo.
Nosotros preferimos la segunda interpretación, con una coma después de Salvador.
Esto corresponde a los dos títulos sagrados revelados en el nacimiento de Cristo: Jesús, que significa Jehová el Salvador, y Emanuel, que significa Dios con nosotros (Mt. 1:21-23). Nuestro Señor no sólo es nuestro Salvador, sino que también es Dios, y no solamente Dios, sino el gran Dios, el Dios que es grande en naturaleza, en gloria, en autoridad, en poder, en obras, en amor, en gracia y en todo atributo divino. En 1 Ti. 2:5 nuestro Señor es revelado como un hombre; aquí, es revelado como el gran Dios. Él es hombre y Dios. Se manifestará en Su gloria divina no solamente para salvar a Su pueblo y llevarlo a Su reino eterno, sino también para introducirlo en la gloria eterna de Dios (He. 2:10; 1 P. 5:10). Por consiguiente, Su manifestación en Su gloria es nuestra esperanza bienaventurada.