Es decir, a participar de la comunión que proviene de la unión que tenemos con el Hijo de Dios, Jesucristo, y a tener parte en Él. Dios nos ha llamado a tal comunión para que disfrutemos a Cristo como la porción que Dios nos ha dado. Lo dicho aquí y en el v. 2 con respecto a que Cristo es de ellos y también nuestro, vuelve a recalcar el hecho crucial de que Cristo es el único centro de los creyentes para la solución de los problemas que existan entre ellos, especialmente para el problema de la división.
Este libro nos revela que el mismo Cristo, en quien todos hemos sido llamados, es todo-inclusivo. Él es la porción que Dios nos ha asignado (v. 2). Él es el poder de Dios y la sabiduría de Dios como justicia, santificación y redención para nosotros (vs. 24, 30). Él es el Señor de gloria (1 Co. 2:8) para nuestra glorificación (1 Co. 2:7; Ro. 8:30). Él es las profundidades de Dios (las cosas profundas de Dios) (1 Co. 2:10). Él es el fundamento único del edificio de Dios (1 Co. 3:11). Él es nuestra Pascua (1 Co. 5:7), el pan sin levadura (1 Co. 5:8), el alimento espiritual, la bebida espiritual y la roca espiritual (1 Co. 10:3-4). Él es la Cabeza (1 Co. 11:3) y el Cuerpo (1 Co. 12:12). Él es las primicias (1 Co. 15:20, 23), el segundo hombre (1 Co. 15:47) y el postrer Adán (1 Co. 15:45); y como tal, Él llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) para que le recibamos como nuestro todo. Este Cristo todo-inclusivo, cuyas riquezas pueden ser apreciadas en por lo menos veinte aspectos, es Aquel que Dios nos ha dado como nuestra porción para nuestro disfrute. Debemos concentrarnos en Él, y no en alguna otra persona, cosa o asunto. Debemos fijar nuestra atención en Él como el único centro designado por Dios, para que todos los problemas que existen entre los creyentes sean resueltos. Fuimos llamados por Dios a la comunión de tal Cristo. Esta comunión del Hijo de Dios llegó a ser la comunión que los apóstoles compartían con los creyentes (Hch. 2:42; 1 Jn. 1:3) en Su Cuerpo, la iglesia, y debe ser la comunión que nosotros disfrutemos al participar de Su cuerpo y de Su sangre en la mesa del Señor (1 Co. 10:16, 21). Tal comunión, la cual es llevada a cabo por el Espíritu (2 Co. 13:14), debe ser única, porque Él es único; ella prohíbe toda división entre los miembros de Su Cuerpo único.