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Capítulos de libros «La Primera Epístola de Juan»
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  • Los vs. 1-6 son un paréntesis que sirve de advertencia para que los creyentes disciernan los espíritus (puesto que el Espíritu, por medio del cual sabemos que el Señor permanece en nosotros, se menciona en el versículo anterior, 1 Jn. 3:24), y así puedan identificar a los falsos profetas. Una advertencia similar fue dada en 1 Jn. 2:18-23. Las expresiones todo espíritu y los espíritus se refieren a los espíritus de los profetas (1 Co. 14:32), los cuales son motivados por el Espíritu de verdad, y a los espíritus de los falsos profetas, los cuales son activados por el espíritu de engaño. Por tanto, existe la necesidad de discernir los espíritus, probándolos para determinar si son de Dios.

  • Es decir, discernid los espíritus (1 Co. 12:10) poniéndolos a prueba.

  • Lit., provenientes de; así también en los versículos siguientes.

  • En Mt. 24:24 los falsos profetas son diferentes de los falsos Cristos, pero aquí los falsos profetas son los anticristos (v. 3), los que enseñan herejías con respecto a la persona de Cristo (1 Jn. 2:18 y la nota 2; 1 Jn. 2:22-23).

  • El espíritu de un profeta genuino, motivado por el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad; tal espíritu confiesa la concepción divina de Jesús, afirmando que Él nació como Hijo de Dios. Todo espíritu que obre así sin duda es de Dios. En esto conocemos el Espíritu de Dios.

  • Jesús fue concebido del Espíritu (Mt. 1:18). Confesar que Jesús vino en la carne equivale a confesar que Él fue concebido divinamente para nacer como Hijo de Dios (Lc. 1:31-35). Puesto que Él fue concebido del Espíritu para nacer en la carne, el Espíritu jamás negaría que Jesús ha venido en la carne por la concepción divina.

  • El espíritu de un falso profeta, el cual es activado por el espíritu de engaño; tal espíritu no confiesa que Jesús vino en la carne. Éste es el espíritu de error de los docetas. Este nombre se deriva de la palabra griega que significa parecer, tener apariencia de. La opinión herética de los docetas era que Jesucristo no era un verdadero ser humano, sino que simplemente tenía la apariencia de tal; según ellos, Él era sólo un fantasma. El docetismo estaba mezclado con el gnosticismo, el cual enseñaba que la materia era esencialmente mala. Por lo tanto, los docetas enseñaban que, puesto que Cristo es santo, Él no pudo haber tenido la contaminación de la carne humana. Ellos enseñaban que el cuerpo de Jesús no era de carne y sangre físicas, sino que era meramente un fantasma ilusorio y pasajero, y que por lo mismo Él no sufrió, ni murió, ni resucitó. Tal herejía socava no solamente la encarnación del Señor, sino también Su redención y Su resurrección. El docetismo era una característica de los primeros anticristianos que fomentaban el error, y a quienes Juan tenía en mente aquí y en 2 Jn. 1:7. Indudablemente el espíritu de tales personas no procede de Dios. Éste es el espíritu del anticristo.

  • Conocer por medio de la vida divina (Jn. 17:3) que recibimos por el nacimiento divino.

  • El que no ha conocido a Dios no ha recibido de la vida divina, que se tiene por el nacimiento divino, la capacidad de conocerle. La persona que no ha sido engendrada por Dios y que no tiene a Dios como su vida, no ama con el amor de Dios ya que no conoce a Dios como amor.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:52c. Esta epístola primero dice que Dios es luz (1 Jn. 1:5), y luego que Dios es amor. El amor, por ser la naturaleza de la esencia de Dios, es la fuente de la gracia, y la luz, por ser la naturaleza de la expresión de Dios, es la fuente de la verdad. Cuando el amor divino llega a nosotros, se convierte en gracia, y cuando la luz divina resplandece en nosotros, llega a ser la verdad (véase el último párrafo de la nota 1 Jn. 1:63). Estas dos cosas fueron manifestadas de esta forma en el Evangelio de Juan. Allí recibimos la gracia y la verdad por medio de la manifestación del Hijo (Jn. 1:14, 16-17). Ahora, en la Epístola de Juan, en el Hijo llegamos al Padre y tocamos la fuente de la gracia y la de la verdad. Estas fuentes, el amor y la luz, son Dios el Padre a quien podemos disfrutar más profunda y detalladamente en la comunión de la vida divina con el Padre en el Hijo (1 Jn. 1:3-7) al permanecer en Él (1 Jn. 2:5, 27-28; 3:6, 24). Véase la nota 1 Jn. 1:53b.

  • Aquí el énfasis del apóstol sigue siendo el nacimiento divino por medio del cual la vida divina ha sido impartida en los creyentes, la vida que les da la capacidad de conocer a Dios. Este nacimiento divino es el factor básico del amor fraternal, el cual es una condición más elevada de la vida que permanece en el Señor. Véase la nota 1 Jn. 2:297.

  • Los creyentes, quienes han nacido de Dios y conocen a Dios, se aman unos a otros habitualmente con el amor que procede de Dios y que es la expresión de Dios.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:52c.

  • Los vs. 7-21 forman una extensión de la sección 1 Jn. 2:28-29; 3:1-24 y vuelven a recalcar el amor fraternal, del cual ya se habló en 1 Jn. 3:10-24, como una condición más elevada de la vida que permanece en el Señor.

  • Denota la realidad divina revelada en el Nuevo Testamento (véase la nota 1 Jn. 1:66), especialmente, como se ve aquí, con respecto a la encarnación divina del Señor Jesús, de la cual testifica el Espíritu de Dios (v. 2). Esta realidad está en contraste con el engaño del espíritu maligno, el espíritu del anticristo, el cual niega la encarnación divina de Jesús (v. 3).

  • El Espíritu de verdad es el Espíritu Santo, el Espíritu de realidad (Jn. 14:17; 15:26; 16:13); el espíritu de engaño es Satanás, el espíritu maligno, el espíritu de falsedad (Ef. 2:2).

  • Lit., A partir de esto. Esto se refiere a lo mencionado en los vs. 5-6. Los herejes y lo que ellos hablan desde su espíritu, activado por el espíritu de engaño, son del mundo; y nosotros y lo que hablamos desde nuestro espíritu, motivado por el Espíritu de verdad, somos de Dios. Por esto conocemos el Espíritu de verdad y el espíritu de engaño, lo cual implica que el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, es uno con nuestro espíritu, el cual habla la verdad, y que el espíritu maligno de engaño es uno con el espíritu de los herejes, el cual habla engaños.

  • Los mundanos no son de Dios porque no fueron engendrados por Dios. Por lo tanto, no escuchan a los creyentes.

  • Los apóstoles, los creyentes y la verdad que ellos creen y enseñan acerca de Cristo son de Dios. Por consiguiente, los que conocen a Dios, quienes han nacido de Dios (v. 7), los escuchan y permanecen con ellos.

  • Tanto los herejes como las herejías acerca de la persona de Cristo forman parte del sistema mundial satánico. Por consiguiente, las personas que componen este sistema maligno los escuchan y los siguen.

  • Satanás, el ángel caído, quien como espíritu maligno usurpa a la humanidad caída, y quien opera en las personas malignas, las cuales componen su sistema mundial. Tal espíritu es inferior y menos fuerte que el Dios Triuno.

  • El Dios Triuno, quien mora en los creyentes como Espíritu vivificante y todo-inclusivo que unge, y quien fortalece su ser interno con todos los ricos elementos del Dios Triuno (Ef. 3:16-19). Tal Espíritu es mucho más grande y poderoso que Satanás, el espíritu maligno.

  • A los falsos profetas (v. 1), los anticristos (v. 3), quienes enseñaban herejías con respecto a la persona de Cristo. Los creyentes los han vencido al permanecer en la verdad tocante a la deidad de Cristo y tocante a Su humanidad producida por medio de la concepción divina; tal verdad es según la enseñanza de la unción divina (1 Jn. 2:27).

  • Los creyentes son de Dios, porque Él los engendró (v. 7; 2:29; 3:9).

  • Véase la nota 1 Jn. 2:11.

  • Lit., en nosotros, es decir, en nuestro caso, o con respecto a nosotros. En el hecho de que Dios haya enviado a Su Hijo al mundo para que tengamos vida y vivamos por medio de Él, se pone de manifiesto el más elevado y más noble amor de Dios entre nosotros.

  • Como en 1 Ti. 1:15, el lugar donde está la humanidad caída.

  • Nosotros, los seres humanos caídos, no sólo somos pecaminosos por naturaleza y en nuestra conducta (Ro. 7:17-18; 1:28-32), sino que también estamos muertos en nuestro espíritu (Ef. 2:1, 5; Col. 2:13). Dios envió a Su Hijo al mundo no solamente como propiciación por nuestros pecados a fin de que fuésemos perdonados (v. 10), sino también para que Su Hijo fuese vida para nosotros a fin de que tuviésemos vida y viviésemos por medio de Él. En el amor de Dios, el Hijo de Dios nos salva, no sólo de nuestros pecados por Su sangre (Ef. 1:7; Ap. 1:5), sino también de nuestra muerte por Su vida (1 Jn. 3:14-15; Jn. 5:24). Él no solamente es el Cordero de Dios que quita nuestro pecado (Jn. 1:29); también es el Hijo de Dios que nos da vida eterna (Jn. 3:36). Él murió por nuestros pecados (1 Co. 15:3) para que nosotros tengamos vida eterna en Él (Jn. 3:14-16) y vivamos por medio de Él (Jn. 6:57; 14:19). En esto se manifestó el amor de Dios, el cual es la esencia de Dios.

  • Se refiere al siguiente hecho: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó, y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados. En esto consiste el más elevado y más noble amor, el amor de Dios.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:21a.

  • Con el amor de Dios tal como Él nos amó.

  • Indica que si nos amamos unos a otros con el amor de Dios, tal como Él nos amó, lo expresamos según Su esencia, a fin de que otros puedan ver en nosotros lo que Él es en esencia.

  • Amarnos unos a otros es una condición necesaria para que permanezcamos en Dios (v. 13), y permanecer en Él es una condición necesaria para que Él permanezca en nosotros (Jn. 15:4). Por lo tanto, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y Su amor es manifestado perfectamente en nosotros.

  • El amor de Dios en 1 Jn. 2:5 denota Su amor en nosotros, el cual viene a ser nuestro amor para con Él y con el cual le amamos. Aquí Su amor denota el amor de Dios dentro de nosotros que viene a ser nuestro amor para con otros y con el cual nos amamos unos a otros. Esto indica que debemos tomar el amor de Dios como nuestro amor para amarle y amarnos unos a otros.

  • La palabra griega significa completar, llevar a cabo, terminar. En Dios mismo, Su amor es perfecto y completo en sí mismo. Sin embargo, en nosotros necesita ser perfeccionado y completado en su manifestación. Este amor nos fue manifestado cuando Dios envió a Su Hijo para que fuera un sacrificio propiciatorio y vida para nosotros (vs. 9-10). Sin embargo, si no nos amamos unos a otros con este amor que nos fue manifestado, es decir, si no lo expresamos amándonos unos a otros con el amor con el cual Dios nos amó, dicho amor no es manifestado perfecta y completamente. Este amor es perfeccionado y completado en su manifestación cuando lo expresamos en nuestro vivir al amarnos habitualmente unos a otros con tal amor. Cuando llevamos una vida en la que nos amamos unos a otros en el amor de Dios, este vivir es la perfección y consumación de la manifestación de este amor en nosotros. Así que, al vivir nosotros en el amor de Dios, los demás pueden contemplar a Dios manifestado en Su esencia, que es amor.

  • Dios el Padre envió a Su Hijo como Salvador del mundo (v. 14) con el propósito de que los hombres creyeran en Él confesando que Jesús es el Hijo de Dios, para que así Dios permaneciera en ellos y ellos en Dios. Pero los herejes cerintianos no confesaron esto; así que Dios no permaneció en ellos, ni ellos permanecieron en Dios. Pero todo aquel que confiese esto, Dios permanece en él y él en Dios; y éste llega a ser uno con Dios en la vida y la naturaleza divinas.

  • Al enviar al Hijo para que fuera nuestro Salvador (v. 14).

  • Véase la nota 1 Jn. 4:91.

  • Véase la nota 1 Jn. 4:82c. El hecho de que Dios es amor fue manifestado cuando Él envió a Su Hijo para que fuera nuestro Salvador y nuestra vida (vs. 9-10, 14).

  • Permanecer en el amor es vivir una vida en la cual uno ama a los demás habitualmente con el amor que es Dios mismo, para que Él sea expresado en uno.

  • Permanecer en Dios es llevar una vida que es Dios mismo como nuestro contenido interno y expresión externa, a fin de ser absolutamente uno con Él.

  • Dios permanece en nosotros para ser nuestra vida interiormente y nuestro vivir exteriormente. Por eso Él puede ser uno con nosotros de manera práctica.

  • Es decir, en el hecho de que permanezcamos en el amor que es Dios mismo (v. 16). En esto el amor de Dios es perfeccionado en nosotros, esto es, manifestado perfectamente en nosotros, para que tengamos confianza sin temor (v. 18) en el día del juicio.

  • Puesto que Dios nos ha dado de Su Espíritu, sabemos que permanecemos en Él y Él en nosotros. El Espíritu que Dios nos ha dado para que more en nosotros (Jac. 4:5; Ro. 8:9, 11) es el testigo en nuestro espíritu (Ro. 8:16), el cual da testimonio de que moramos en Dios y de que Él mora en nosotros. El Espíritu que permanece en nosotros, es decir, el Espíritu que mora en nosotros, es el elemento y la esfera del mutuo permanecer, del morar mutuo, que ocurre entre nosotros y Dios. El Espíritu nos asegura que nosotros y Dios somos uno, que permanecemos el uno en el otro, que moramos el uno en el otro. Esto se hace evidente cuando vivimos amándonos unos a otros con Su amor (v. 12).

  • Permanecer en Dios es morar en Él, o sea permanecer en nuestra comunión con Él a fin de experimentar y disfrutar de que Él permanezca en nosotros. Esto significa practicar nuestra unidad con Dios conforme a la unción divina (1 Jn. 2:27) al llevar una vida que practica Su justicia y Su amor. Todo lo anterior es efectuado por la operación del Espíritu compuesto y todo-inclusivo, quien mora en nuestro espíritu y quien constituye el elemento básico de la unción divina.

  • Lit., a partir de. Dios nos ha dado de Su Espíritu. Esto es muy parecido a lo dicho en 1 Jn. 3:24 y casi lo repite, lo cual prueba que esto no significa que Dios nos haya dado algo de Su Espíritu, como por ejemplo los varios dones mencionados en 1 Co. 12:4, sino que Él nos ha dado al Espíritu mismo como el don todo-inclusivo (Hch. 2:38). De Su Espíritu es una expresión que implica que el Espíritu de Dios, el cual Dios nos ha dado, es abundante e inmensurable (Fil. 1:19; Jn. 3:34). Mediante este Espíritu abundante e inmensurable sabemos con toda certeza que nosotros y Dios somos uno, y que permanecemos el uno en el otro.

  • Al enviar a Su Hijo para que fuese nuestro Salvador, Dios el Padre realizó un acto externo a fin de que al confesar nosotros que Jesús es el Hijo de Dios, Él pueda permanecer en nosotros y nosotros en Él (v. 15). Los apóstoles vieron esto y testificaron de esto. Éste es el testimonio externo. Además, el acto que Dios realizó dentro de nosotros fue enviar a Su Espíritu a morar en nuestro ser como la evidencia interna de que permanecemos en Él y Él en nosotros (v. 13).

  • La humanidad caída, como en Jn. 3:16.

  • Es decir, no ha vivido en el amor de Dios para que ese amor sea manifestado perfectamente en él. Véase la nota 1 Jn. 4:124b.

  • Dios nos amó primero porque Él nos infundió Su amor y generó en nosotros el amor con el cual lo amamos a Él y a los hermanos (vs. 20-21).

  • El que habitualmente aborrece a un hermano demuestra que no permanece en el amor divino ni en la luz divina (1 Jn. 2:9-11). Cuando permanecemos en el Señor, permanecemos tanto en el amor divino como en la luz divina; no aborrecemos a los hermanos, sino que los amamos habitualmente al vivir la vida divina en la luz divina y el amor divino.

  • Véase la nota 1 Jn. 3:211b. Allí tenemos confianza para tener contacto con Dios en nuestra comunión con Él. Aquí, tenemos confianza para afrontar el juicio en el tribunal de Cristo.

  • El juicio que se llevará a cabo en el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10) cuando Él regrese (1 Co. 3:13; 4:5; 2 Ti. 4:8).

  • Como en 1 Jn. 3:3, 7, esto se refiere a Cristo, quien vivió en este mundo una vida en la cual Dios se manifestaba como amor, y quien ahora es nuestra vida para que podamos vivir la misma vida de amor en este mundo y ser como Él.

  • Temor no se refiere al temor de que vayamos a ofender a Dios y seamos juzgados por Él (1 P. 1:17; He. 12:28), sino al temor de que hemos ofendido a Dios y seremos juzgados por Él. Amor se refiere al amor perfeccionado que se menciona en el versículo precedente, el amor de Dios con el cual amamos a los demás.

  • El perfecto amor es el amor que ha sido perfeccionado (v. 17) en nosotros cuando amamos a los demás con el amor de Dios. Tal amor echa fuera el temor y no teme ser castigado por el Señor cuando Él venga (Lc. 12:46-47).

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