Ser santificado significa ser hecho santo, apartado para Dios y para Su propósito. Debido a que la esposa creyente pertenece al Señor y es para el Señor, su marido incrédulo es hecho santo, es santificado, apartado para Dios, porque él es para su esposa, la cual pertenece a Dios y es para Dios. Esto es semejante a la situación en la cual el templo y el altar santifican las cosas profanas cuando éstas están relacionadas con ellos (Mt. 23:17, 19). El mismo principio se aplica a la esposa incrédula y a los hijos incrédulos. El hecho de que un incrédulo sea santificado no quiere decir que sea salvo, de la misma manera que la santificación del alimento por medio de la oración de los santos tampoco tiene que ver con la salvación (1 Ti. 4:5). Una persona salva es una persona santificada, un santo. Cualquiera que esté ligado a tal santo y sea para él, es hecho santo debido a él.