La ofrenda por el pecado representa a Cristo como ofrenda por el pecado del pueblo de Dios. En la Biblia, pecado se refiere al pecado que mora en nuestra naturaleza, mientras que pecados se refiere a las obras pecaminosas, fruto del pecado que mora en nosotros. Cristo, como ofrenda por el pecado, puso fin a nuestro pecado (cap. 4; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 9:26), y Cristo, como ofrenda por las transgresiones, llevó sobre Sí nuestros pecados, nuestras transgresiones (cap. 5; Is. 53:5-6, 11; 1 Co. 15:3; 1 P. 2:24; He. 9:28). Cristo, el Cordero de Dios, quitó el pecado en su totalidad: el pecado en nuestro interior y los pecados manifestados externamente (Is. 53:10; Jn. 1:29). Véase la nota 1 P. 3:181 y la nota 1 Jn. 1:76.
Mediante la encarnación la Palabra, quien es Dios, se hizo carne, en la semejanza de carne de pecado, esto es, la semejanza del hombre caído (Jn. 1:1, 14 y la nota Jn. 1:142a, párr. 1; Ro. 8:3 y la nota 3). Cristo fue crucificado en la carne y murió en la carne (1 P. 3:18b). Aunque Cristo era un hombre caído únicamente en semejanza, cuando Él estuvo en la cruz, Dios consideró tal semejanza como real. Puesto que el pecado, el viejo hombre, Satanás, el mundo y el príncipe de este mundo eran todos uno con la carne, cuando Cristo murió en la carne, el pecado fue condenado (Ro. 8:3), el viejo hombre fue crucificado (Ro. 6:6), Satanás fue destruido (He. 2:14), el mundo fue juzgado y el príncipe de este mundo fue echado fuera (Jn. 12:31). Por tanto, mediante la muerte de Cristo en la carne todo lo negativo fue eliminado. En esto radica la eficacia de la ofrenda por el pecado.
La secuencia de las cinco ofrendas en 1:1—6:7 es un cuadro de la secuencia en 1 Jn. 1. El holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz nos conducen a la comunión con Dios (1 Jn. 1:3). Mediante nuestra comunión con Dios, quien es luz (1 Jn. 1:5), descubrimos que somos pecaminosos, o sea, que el pecado mora en nuestro interior y que externamente cometemos pecados. Por tanto, después de ser regenerados, todavía necesitamos tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, como se indica en 1 Jn. 1:8, y también como nuestra ofrenda por las transgresiones, como se indica en 1 Jn. 1:9. Véase la nota 1 Jn. 1:73b.