Es decir, habiendo participado en su voto nazareo (véase la nota Hch. 21:241a). Para hacer esto Pablo tenía que entrar en el templo y permanecer allí con los nazareos hasta el cumplimiento de los siete días del voto; entonces el sacerdote presentaría las ofrendas por cada uno de ellos, incluyéndolo a él. Indudablemente Pablo sabía que tal práctica pertenecía a la dispensación que ya había caducado, la cual, conforme al principio de lo que él enseñó en el ministerio del Nuevo Testamento, debería ser repudiada en la economía neotestamentaria de Dios. Sin embargo, él la llevó a cabo, quizá debido a su pasado judío —el cual también había puesto de manifiesto anteriormente por el voto privado que hizo en Hch. 18:18 — y probablemente porque ponía en práctica lo que dijo en 1 Co. 9:20. Sin embargo, haber tolerado esto puso en peligro la economía neotestamentaria de Dios, lo cual jamás sería tolerado por Dios. En esta situación ha de haber sentido que estaba en un apuro, y ha de haber estado profundamente preocupado, deseando ser liberado de ello. Precisamente en el momento en que su voto estaba por concluir, Dios permitió que se suscitara un alboroto contra él disipando por completo lo que se proponían realizar (v. 27). Además, por la soberanía de Dios, Pablo fue rescatado de este apuro.
Combinar las prácticas judías con la economía neotestamentaria de Dios no solamente era erróneo en relación con la dispensación de Dios, sino también abominable ante los ojos de Dios. Dios puso fin a esta detestable mixtura menos de diez años después por medio de Tito y su ejército romano con la destrucción de Jerusalén y el templo, el centro del judaísmo. Esto sirvió para rescatar a la iglesia, apartándola por completo de la devastación traída por el judaísmo.
Dios pudo haber tolerado el voto privado que Pablo hizo en Hch. 18:18, pero no permitiría que Pablo —un vaso que Él escogió no sólo para completar Su revelación neotestamentaria (Col. 1:25), sino también para llevar a cabo Su economía neotestamentaria (Ef. 3:2, 7-8)— participara en el voto nazareo, una rigurosa práctica judía. Al ir a Jerusalén quizá Pablo tenía la intención de eliminar la influencia judía que pesaba sobre la iglesia de ese lugar (véase la nota Hch. 19:211a, párr. 2), pero Dios sabía que esa iglesia era incurable. Por consiguiente, en Su soberanía, Él permitió que Pablo fuese arrestado por los judíos y encarcelado por los romanos, para que pudiese escribir sus últimas ocho epístolas (véase la nota Hch. 25:112c), las cuales completaron la revelación divina (Col. 1:25) y proporcionaron a la iglesia una visión más clara y más profunda acerca de la economía neotestamentaria de Dios (Ef. 3:3-4). De esta manera, Dios dejó que la iglesia en Jerusalén, que estaba bajo la influencia del judaísmo, siguiera así hasta que esa mixtura devastadora fuera erradicada con la destrucción de Jerusalén. Era mucho más importante y necesario que Pablo escribiera sus últimas ocho epístolas para completar la revelación neotestamentaria de Dios, que permitirle a él realizar algunas obras externas para la iglesia.