Cuando Dios trajo a Su pueblo al desierto, les habló por medio de Moisés (Nm. 12:6-8a); pero Josué, el sucesor de Moisés, no recibiría instrucción directamente de Dios al hablarle Él personalmente, sino mediante el Urim y el Tumim que estaban en el pectoral del sacerdote Eleazar (véase la nota Éx. 28:301, la nota Éx. 28:302a y la nota Éx. 28:303). El gobierno que Dios ejercía en medio de Su pueblo no era una autocracia ni una democracia, sino una teocracia, ejercida mediante la coordinación del sumo sacerdote, quien recibía las instrucciones de Dios, y el líder, quien ejecutaba tales instrucciones. Después de Moisés y en todas las generaciones del Antiguo Testamento, el gobierno divino dependía de estas dos personas: el sumo sacerdote y el líder, con la única excepción del período en que David sirvió como líder y sacerdote al vestir el efod (1 S. 23:9; 30:7). Cuando los hijos de Israel retornaron de su cautiverio, otro Josué fue el sumo sacerdote, y Zorobabel, un descendiente de la casa real, fue el líder (Hag. 1:1). Véase la nota Dt. 16:181.
Al final de este capítulo, los hijos de Israel habían llegado a ser un pueblo nuevo, constituido en un nuevo ejército con una teocracia nueva.