Véase la nota Nm. 20:281a.
Véase la nota Nm. 20:281a.
El problema descrito en los vs. 2-13 fue ocasionado por la escasez de agua, agua que tipifica al Espíritu de vida (Jn. 7:37-39; Ro. 8:2). Según la tipología, esto nos muestra que siempre que haya escasez del Espíritu de vida en el pueblo de Dios, habrá problemas (cfr. la nota Éx. 16:21a). Cuando el pueblo de Dios tiene el Espíritu en abundancia, los problemas entre ellos mismos y con Dios son resueltos.
En este capítulo, la roca tipifica al Cristo crucificado y resucitado (1 Co. 10:4b), y el agua que fluyó de la roca tipifica al Espíritu (1 Co. 10:4a) como agua viva que fluyó del Cristo crucificado (Jn. 19:34 y la nota). En Éx. 17 Moisés golpeó la roca con su vara, y el agua fluyó para que el pueblo bebiera (véase la nota Éx. 17:62 y la nota Éx. 17:63). Según lo dicho por Pablo en 1 Co. 10:4 (véase la nota 1 Co. 10:42), esta roca era una roca espiritual que seguía al pueblo de Dios a lo largo de su travesía en el desierto. Esto significa que Cristo fue crucificado para convertirse en una roca que sigue a Su pueblo. Esta roca que sigue al pueblo es el Cristo resucitado, como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), quien siempre está con la iglesia para suministrar a Sus creyentes el agua de vida.
Puesto que Cristo fue crucificado y el Espíritu fue dado, no es necesario que Cristo sea crucificado nuevamente, o sea, no es necesario golpear la roca nuevamente para que fluya el agua viva. Según la economía de Dios, Cristo debía ser crucificado una sola vez (He. 7:27; 9:26-28a). Para recibir el agua viva procedente del Cristo crucificado, todo lo que debemos hacer es “tomar la vara” y “hablar a la roca”. Tomar la vara equivale a identificarse con Cristo en Su muerte y aplicar la muerte de Cristo a nosotros mismos y a nuestra situación. Hablar a la roca equivale a hablarle directamente al Cristo que es la roca herida, pidiéndole darnos el Espíritu de vida (cfr. Jn. 4:10) con base en el hecho de que el Espíritu ya fue dado. Si aplicamos la muerte de Cristo a nosotros mismos y en fe le pedimos a Cristo que nos dé el Espíritu, recibiremos el Espíritu viviente como suministro abundante de vida (Fil. 1:19).
Santificar a Dios es hacerlo santo, es decir, separarlo de todos los dioses falsos; si no santificamos a Dios, lo hacemos común. Al enojarse con el pueblo (v. 10) y erróneamente golpear dos veces la roca (v. 11), Moisés no santificó a Dios. Al mostrarse enojado cuando Dios no lo estaba, Moisés no representó correctamente a Dios en Su naturaleza santa; y al golpear dos veces la roca, Moisés no guardó la palabra de Dios en Su economía (véase la nota Nm. 20:81b, párr. 2). Por tanto, Moisés ofendió tanto la naturaleza santa de Dios como Su economía divina. Debido a esto, aunque disfrutaba de intimidad con Dios y era considerado compañero de Dios (Éx. 33:11), Moisés perdió el derecho a entrar en la buena tierra.
En todo lo que digamos y hagamos con respecto al pueblo de Dios, nuestra actitud tiene que concordar con la naturaleza santa de Dios y nuestras acciones tienen que concordar con Su economía divina. Esto es santificar a Dios. De otro modo, con nuestras palabras y hechos nos habremos rebelado contra Él y le habremos ofendido.
Que significa contienda.
Edom estaba formado por los descendientes de Esaú, el hermano de Jacob (Gn. 36:1). Los hijos de Israel eran descendientes de Jacob. Por tanto, existía un vínculo estrecho entre Israel y Edom. Según la tipología podríamos considerar que Israel representa nuestro espíritu, y Edom, nuestra carne. Que Israel hubiera intentado obtener ayuda de Edom (vs. 14-17, 19) significa que nosotros a veces tratamos de ayudar a nuestro espíritu apoyándonos en nuestra carne. Así como Edom se rehusó a ayudar a Israel (vs. 18, 20-21), nuestra carne jamás ayudará a nuestro espíritu (cfr. Gá. 5:16-17). Debemos ser personas que permanecen en el espíritu y no intentan obtener ayuda de la carne (Fil. 3:3).
Lit., mí.
En su travesía, los hijos de Israel tuvieron una serie de fracasos. El libro de Números nos muestra que el resultado de esos fracasos fue la muerte, no solamente de los israelitas comunes y corrientes (Nm. 11:1, 33-34; 14:36-37, 45; 16:32-33; 25:3-9), sino también de Miriam (Nm. 20:1), de Aarón (20:23-29) y de Moisés (Nm. 27:12-14). Esto debe servirnos de advertencia para que seamos cuidadosos con respecto a nuestros propios fracasos, pues éstos resultan en muerte y, en algunos casos, hasta en muerte física (cfr. Hch. 5:1-11; 1 Co. 11:27-30; 1 Jn. 5:16).