En este capítulo, la roca tipifica al Cristo crucificado y resucitado (1 Co. 10:4b), y el agua que fluyó de la roca tipifica al Espíritu (1 Co. 10:4a) como agua viva que fluyó del Cristo crucificado (Jn. 19:34 y la nota). En Éx. 17 Moisés golpeó la roca con su vara, y el agua fluyó para que el pueblo bebiera (véase la nota Éx. 17:62 y la nota Éx. 17:63). Según lo dicho por Pablo en 1 Co. 10:4 (véase la nota 1 Co. 10:42), esta roca era una roca espiritual que seguía al pueblo de Dios a lo largo de su travesía en el desierto. Esto significa que Cristo fue crucificado para convertirse en una roca que sigue a Su pueblo. Esta roca que sigue al pueblo es el Cristo resucitado, como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), quien siempre está con la iglesia para suministrar a Sus creyentes el agua de vida.
Puesto que Cristo fue crucificado y el Espíritu fue dado, no es necesario que Cristo sea crucificado nuevamente, o sea, no es necesario golpear la roca nuevamente para que fluya el agua viva. Según la economía de Dios, Cristo debía ser crucificado una sola vez (He. 7:27; 9:26-28a). Para recibir el agua viva procedente del Cristo crucificado, todo lo que debemos hacer es “tomar la vara” y “hablar a la roca”. Tomar la vara equivale a identificarse con Cristo en Su muerte y aplicar la muerte de Cristo a nosotros mismos y a nuestra situación. Hablar a la roca equivale a hablarle directamente al Cristo que es la roca herida, pidiéndole darnos el Espíritu de vida (cfr. Jn. 4:10) con base en el hecho de que el Espíritu ya fue dado. Si aplicamos la muerte de Cristo a nosotros mismos y en fe le pedimos a Cristo que nos dé el Espíritu, recibiremos el Espíritu viviente como suministro abundante de vida (Fil. 1:19).