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Capítulos de libros «Éxodo»
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  • La murmuración es una expresión de la carne, la totalidad del ser humano caído (cfr. Fil. 2:14). Aunque los doce manantiales de Elim aplacaron la sed del pueblo (Éx. 15:27), éste todavía tenía hambre, pues carecía de alimentos. Tal situación puso al descubierto la carne del pueblo de Dios. Esto nos muestra que carecer de Cristo como nuestro nutrimento espiritual siempre hace que sea puesta al descubierto nuestra carne y sus concupiscencias. Después de poner al descubierto la carne, Dios envió el maná para nutrir a Su pueblo (vs. 13-15). La manera en que Dios toma medidas con respecto a la carne de Su pueblo es que cambia la dieta de ellos. La única manera de prevalecer sobre la carne consiste en ser llenos de Cristo al disfrutarle diariamente como suministro celestial de vida, representado por el maná (véase la nota Éx. 16:41 y la nota Éx. 16:151).

  • La dieta egipcia denota todas las cosas mundanas y las diversiones de las que la gente se alimenta para hallar satisfacción. En Egipto, los hijos de Israel habían comido únicamente alimentos egipcios; por ende, se habían convertido en egipcios, tanto en su constitución intrínseca como en sus apetitos. Su deseo por la comida egipcia expresado aquí indica que la constitución intrínseca y gustos mundanos del pueblo de Dios no habían cambiado como resultado de haber sido redimidos por el cordero pascual y haber efectuado el éxodo de Egipto al cruzar el mar Rojo (Nm. 11:4-5). Contrariamente a lo que Dios deseaba, el pueblo todavía quería llevar la misma vida que había llevado en Egipto (cfr. 1 P. 1:18 y la nota 1).

  • Éste era el maná (vs. 15, 31), que tipifica a Cristo, el único alimento celestial para el pueblo de Dios (Jn. 6:31-35). Al darles maná para comer, Dios indicaba que Su intención era cambiar la naturaleza misma de Su pueblo, o sea, cambiar la constitución intrínseca de ellos, con miras al cumplimiento de Su propósito. Debido a que los hijos de Israel todavía estaban constituidos del elemento egipcio y eran, por ende, iguales a los egipcios, no eran aptos para erigir el tabernáculo como morada de Dios en la tierra. Por cuarenta años Dios no les dio a los hijos de Israel ninguna otra cosa para comer sino maná (v. 35; Nm. 11:6). Esto muestra que la intención de Dios al efectuar Su salvación es forjarse en los que han creído en Cristo y cambiar su constitución intrínseca alimentándolos de Cristo, su único alimento celestial, a fin de que sean reconstituidos con Cristo con miras a ser hechos aptos para edificar la iglesia como morada de Dios. De hecho, después de ser reconstituidos con Cristo, los propios creyentes llegan a ser la morada de Dios (cfr. 1 Co. 3:16-17; 6:19; 2 Co. 6:16; 1 Ti. 3:15; He. 3:6; Ap. 21:2-3).

  • O, conforme a Mi instrucción. Las normas en cuanto a la recolección del maná (vs. 4-5, 16-30) ponían a prueba al pueblo de Dios para determinar si éste correspondía con la persona de Dios. Comer del maná regulaba al pueblo de Dios y hacía que éste viviera, se comportara y anduviera según Dios. Comer de las codornices, en cambio, fue un acto salvaje y sin restricción alguna (v. 13a; Nm. 11:31-33a), lo cual correspondía con el estilo, las costumbres y el proceder de los egipcios.

  • Dios tomó medidas con respecto a la carne de Su pueblo al mostrarles Su gloria. La manifestación de la gloria de Dios hizo que ellos se sintieran condenados, con lo cual se cumplió el propósito de rescatar al pueblo de su murmuración.

  • Dios envió codornices (cfr. Nm. 11:31) para satisfacer la codicia del pueblo en cuanto al comer (v. 12; cfr. Nm. 11:18, 32), para mostrarles Su suficiencia y para disciplinarlos con Su ira (cfr. Nm. 11:19-20, 33-34). La dieta egipcia correspondía a los apetitos desmedidos de la carne del pueblo y los fomentaba, haciendo que éste se hiciera más carnal. El maná, por el contrario, vino del cielo (v. 4) y hacía de quienes lo comían personas celestiales.

  • Las codornices que satisficieron la codicia del pueblo vinieron al anochecer, pero el maná siempre era enviado por la mañana, haciendo que el pueblo tuviera un nuevo comienzo cada día. Además, el maná era enviado junto con el rocío (v. 14; Nm. 11:9), el cual representa la gracia del Señor que nos da refrigerio y nos riega, gracia que es introducida por las compasiones siempre nuevas de Dios (cfr. Sal. 133:3; Pr. 19:12; Lm. 3:22-23). La gracia es Dios que llega a nosotros para darnos refrigerio y regarnos. Cristo como nuestro maná diario siempre viene a nosotros por medio de esta gracia.

  • Heb. man hu, de la cual se deriva la palabra maná. El maná tipifica a Cristo, quien es el alimento celestial que capacita al pueblo de Dios a andar en Su camino (Jn. 6:31-35, 48-51, 57-58). Según la economía de Dios, Cristo debe ser la dieta única del pueblo escogido de Dios, su único alimento, fuerza, satisfacción y sustento, y ellos deben vivir sólo por Él (Nm. 11:6; Jn. 6:57). A fin de ser alimento para nosotros, Cristo se encarnó, fue crucificado y resucitó para llegar a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu (Jn. 6:63 y las notas).

    Aunque es sabido que el maná vino del cielo (v. 4), el elemento y la esencia del maná son un misterio. El maná no pertenecía a la vieja creación; no obstante, podía nutrir el cuerpo físico del hombre. Por tanto, debía haber contenido ciertos elementos y minerales que formaban parte de la vieja creación. Cristo, el maná verdadero, también es misterioso. En resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45); no obstante, posee un cuerpo que puede ser visto y tocado (Lc. 24:36-43). Por tanto, es difícil decir si Cristo es espiritual o material.

  • El maná era enviado cada mañana y tenía que ser recogido cada mañana (v. 21). Esto indica que no podemos almacenar el suministro de Cristo. Tenemos que experimentar a Cristo como nuestro suministro de vida diariamente, mañana tras mañana (cfr. Mt. 6:34).

  • El maná almacenado por la gente crió gusanos y hedía, y el maná dejado afuera se derritió con el sol (v. 21). Sin embargo, el maná recogido el sexto día y el que fue guardado en la urna de oro no se malogró ni se derritió (vs. 22-24, 32-34). Esto nos muestra que todo lo relacionado con el maná era milagroso y que el maná era recogido, disfrutado y guardado según las normas de Dios, no las del hombre. Lo mismo sucede con respecto a nuestra experiencia de Cristo como suministro de vida.

  • Que significa un reposo; procede del verbo que significa cesar.

  • O, instrucciones.

  • Las características del maná retratan las características de Cristo, el alimento celestial del pueblo de Dios. El maná era fino (v. 14), lo cual indica que Cristo es parejo y equilibrado y que se hizo lo suficientemente pequeño como para que podamos comerlo; era redondo (v. 14), lo cual indica que como alimento nuestro, Cristo es eterno, perfecto y completo, sin carencias ni defectos; era blanco (v. 31), lo cual muestra que Cristo es limpio y puro, sin mixtura alguna; era como escarcha (v. 14), lo cual significa que Cristo como nuestro alimento celestial no solamente nos refresca y da refrigerio, sino que también mata todo lo negativo en nuestro ser; era como semilla de cilantro (v. 31), lo cual indica que Cristo está lleno de vida, la cual crece en nuestro ser y se multiplica; era sólido (implícito en el hecho de que la gente “lo molía entre dos muelas o lo machacaba en el mortero; luego lo cocía en ollas”, Nm. 11:8), lo cual significa que después de recoger al Cristo que es nuestro maná, tenemos que prepararlo para comerlo al “molerlo, machacarlo y cocerlo” en medio de las situaciones y circunstancias de nuestro diario vivir; su apariencia era como la del bedelio (Nm. 11:7), lo cual indica la brillantez y transparencia de Cristo; su sabor era como de tortas cocidas en aceite (Nm. 11:8), lo cual representa la fragancia del Espíritu Santo en el sabor de Cristo; su sabor era como de hojaldres hechos con miel (v. 31), lo cual representa la dulzura percibida al gustar de Cristo; y servía para hacer tortas (Nm. 11:8), lo cual indica que Cristo es como tortas finas, ricas en nutrición.

  • El maná visible, aquel que aparecía sobre el suelo cada mañana, había de ser disfrutado por el pueblo de Dios públicamente. Sin embargo, el gomer de maná puesto en la urna (v. 33) quedaba escondido y no estaba destinado para la congregación de manera pública. La cantidad de maná que se conservaba en la urna delante de Jehová era un gomer, la misma cantidad que el pueblo recogía y comía (vs. 16-18). En términos de nuestra experiencia espiritual, esto indica que la cantidad de Cristo que comamos será también la cantidad que podremos guardar. El Cristo que comemos como maná visible, espontáneamente se convierte en el maná escondido al ser digerido y asimilado en nuestro ser interior; más aún, todo cuanto comamos de Cristo se convertirá en un memorial por las generaciones venideras. El Cristo que hayamos comido y disfrutado será un memorial eterno, pues tal Cristo se convertirá en nuestra constitución intrínseca, capacitándonos para edificar la morada de Dios en el universo y, de hecho, llegar a ser dicha morada.

  • Según He. 9:3-4, el maná era guardado en una urna de oro dentro del Arca del Testimonio, que estaba en el Lugar Santísimo dentro del tabernáculo. En la Biblia, el oro representa la naturaleza divina. El maná en la urna de oro significa que el Cristo del cual disfrutamos como nuestro suministro de vida está guardado dentro de nosotros en la naturaleza divina, la cual recibimos mediante la regeneración (2 P. 1:4). El Arca, en la cual se guardaba la urna de oro con el maná, tipifica a Cristo. Cristo, el maná escondido, es guardado como tal en la naturaleza divina, y la naturaleza divina, a su vez, está en Cristo, quien es tipificado por el Arca. Este Cristo está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), que en nuestra experiencia es el Lugar Santísimo (véase la nota He. 10:191b). El maná guardado en la urna de oro era el centro del tabernáculo, la morada de Dios en el Antiguo Testamento; asimismo, el Cristo que hemos comido, digerido y asimilado es el centro de nuestro ser, el cual forma parte de la iglesia, la morada de Dios hoy (2 Ti. 4:22; Ef. 2:22).

    Ap. 2:17 indica que a los vencedores, a quienes hayan vencido la degradación de la iglesia mundana, se les dará de comer el maná escondido y se les dará una piedrecita blanca (véase la nota Ap. 2:172d y la nota Ap. 2:173f). Esto indica que a medida que comemos de Cristo y lo conservamos en nuestro ser como el maná escondido, Él hace de nosotros vencedores y nos transforma en piedras blancas, útiles para la edificación de la morada de Dios, cuya consumación será la Nueva Jerusalén.

  • Puesto que la urna de oro que contenía el maná estaba en el Arca (He. 9:4), aquí el Testimonio debe referirse no al Arca, sino a las tablas de la ley que estaban dentro del Arca (Éx. 34:1, 29; 25:21; 40:20). La ley es un testimonio de lo que Dios es (véase la nota Éx. 20:11). Por tanto, el hecho de que el maná dentro de la urna de oro fuese puesto ante el Testimonio indica que el maná corresponde con el testimonio de Dios, la ley de Dios, y satisface Sus requisitos. Cuando tomamos a Cristo como nuestro suministro celestial de vida, este Cristo —quien es el maná escondido que se conserva en la naturaleza divina dentro de nosotros— logra que correspondamos con el testimonio de Dios y cumplamos con todos Sus requisitos (Ro. 8:4), y así hace de nosotros la expresión de Dios.

  • Véase la nota Jos. 5:121a.

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