La bendición descrita en los vs. 23-27 viene después que hemos tomado medidas con respecto a la contaminación (Nm. 5:1-10), después que nuestra castidad ha sido puesta a prueba (Nm. 5:11-31) y después que hemos hecho el voto nazareo (vs. 1-21). Esta bendición, como la enunciada en 2 Co. 13:14, no es una bendición externa y material; más bien, es la bendición eterna del Dios Triuno, la cual consiste en que el propio Dios Triuno se imparte a nuestro ser en Su Trinidad Divina para que le disfrutemos. En todo el universo la bendición única es el Dios Triuno, y dicha bendición viene a nosotros mediante la impartición del Ser divino en Su Trinidad Divina: en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Efesios 1 nos relata de qué manera el Dios Triuno en Su Trinidad Divina bendice a Su pueblo escogido, redimido y transformado, lo cual tiene como resultado la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (véanse las notas de Ef. 1). La consumación de todo el relato bíblico es la Nueva Jerusalén, la cual es Dios mismo en Su Trinidad Divina —el Padre, el Hijo y el Espíritu— mezclado con Su pueblo escogido, redimido, transformado y glorificado para ser su bendición eterna. Tal bendición es el cumplimiento máximo de la bendición de Dios dada a Israel en Nm. 6.
“Jehová te bendiga y te guarde” (v. 24) puede ser atribuido al Padre; “Jehová haga resplandecer Su rostro sobre ti y te conceda Su gracia” (v. 25) puede ser atribuido al Hijo; y “Jehová alce sobre ti Su semblante y te dé paz” (v. 26) puede ser atribuido al Espíritu Santo. El Padre nos bendice, el Hijo resplandece sobre nosotros y el Espíritu Santo alza Su semblante sobre nosotros. Como resultado, somos guardados, recibimos gracia y tenemos paz.