El salmista consideró que él había purificado en vano su corazón debido a que, en vez de disfrutar de prosperidad material, era azotado todo el día y disciplinado todas las mañanas (v. 14). Sin embargo, la verdadera vanidad es todo aquello que no sea Dios mismo. Los ídolos son vanidad, la prosperidad material es vanidad, y todo lo que no sea Dios mismo es vanidad (Ec. 1:2). Un corazón puro es aquel que está fijo solamente en Dios. El salmista comprendió esto cuando entró en el santuario de Dios (vs. 17, 25-26 véase la nota Sal. 73:251 y la nota Sal. 73:261b).