Que significa Señor de todos. Salomón, como gran señor poseedor de muchas viñas, arrendó dichas viñas a los guardas para obtener algún producto de ellas. Los guardas de dichas viñas habrían de pagarle a Salomón mil siclos. Cada uno de los guardas tenía ayudantes que guardarían los frutos, a quienes debían pagarles doscientos siclos (v. 12). En la obra de Cristo, Cristo es el Señor de todas las obras (las viñas). Nosotros, por ser quienes amamos a Cristo, somos los guardas de las viñas, que participan en una parte de la obra de Cristo. Según lo que requiere el Señor, debemos pagarle mil siclos, o sea, pagarle lo que Él exige. En nuestra obra con el Señor no tenemos “ayudantes”; así que, como guardas que velan por las viñas podemos guardar el fruto nosotros mismos. Por tanto, en lugar de dar doscientos siclos a otros, nos los damos a nosotros mismos. Esto es lo mismo que si el Señor nos diera doscientos siclos a manera de recompensa. Los vs. 11-12 muestran que nuestra obra con el Señor tiene que exceder lo que Él requiere. El Señor no solamente requiere de nosotros aquello que nos entregó, sino lo que nos entregó más el interés correspondiente (Mt. 25:26-27). Teniendo este interés como base, el Señor nos recompensará cuando regrese. Esta recompensa será dada no conforme a la gracia del Señor, sino conforme a Su justicia.
Cristo, nuestro Amado, es el Señor de todos, quien posee todas las cosas (Hch. 10:36), y nosotros, aquellos que le aman, somos partícipes de todas Sus posesiones (1 Co. 3:21-22) gratuitamente en la gracia de Cristo (Ro. 3:24), la cual es producto del amor de Dios (2 Co. 13:14). No obstante, como aquellos que le aman, todavía debemos darle a nuestro Amado lo que es debido, no como un deber sino por amor (cfr. Gá. 5:13). Cristo, nuestro Amado, al unirse a nosotros haciéndonos uno con Él, todavía quiere darnos una recompensa propia de la justicia (2 Ti. 4:8). Esto implica que Cristo, nuestro Amado, nos recompensa por el excedente producido por nuestra labor, lo cual es una recompensa dada a manera de incentivo a causa de nuestra fidelidad al laborar para Él en amor (cfr. Mt. 25:20-23); por tanto, es una recompensa propia de la justicia.