Éste era el Espíritu que se esperaba en Jn. 7:39 y que fue prometido en Jn. 14:16-17, 26; 15:26 y Jn. 16:7-8, 13. Por lo tanto, cuando el Señor infundió el Espíritu Santo en los discípulos al soplar en ellos, se cumplió la promesa que Él había hecho acerca del Espíritu Santo como el Consolador. Esto difiere de Hch. 2:1-4, donde se cumplió la promesa que había hecho el Padre en Lc. 24:49. (Véase la nota Jn. 14:171a). En Hch. 2 el Espíritu, como un viento recio y estruendoso, vino en forma de poder sobre los discípulos para la obra (Hch. 1:8). Aquí el Espíritu como aliento fue infundido como vida en los discípulos para su vivir. Cuando el Señor con Su soplo infundió el Espíritu en los discípulos, Él se impartió en ellos como vida y como el todo. De esta manera, todo lo que había dicho en los caps. 14—16 se pudo cumplir.
De la misma manera que caer en la tierra para morir y crecer transforma el grano de trigo en otra forma, una forma nueva y viviente, asimismo la muerte y la resurrección del Señor lo transfiguraron en Espíritu. El Señor como el postrer Adán en la carne llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), por medio del proceso de la muerte y la resurrección. Así como Él es la corporificación del Padre, asimismo el Espíritu es la realidad de Él. Fue como Espíritu que Él se infundió al soplar en los discípulos. Como Espíritu es recibido en los creyentes y fluye de ellos como ríos de agua viva (Jn. 7:38-39). Fue como Espíritu que mediante Su muerte y resurrección volvió a los discípulos, entró en ellos como su Consolador, y comenzó a morar en ellos (Jn. 14:16-17). Como Espíritu puede vivir en los discípulos y hacerlos aptos para vivir por Él y con Él (Jn. 14:19). Como Espíritu Él puede permanecer en los discípulos y hacer que ellos permanezcan en Él (Jn. 14:20; 15:4-5). Como Espíritu Él puede venir con el Padre a los que le aman y hacer morada con ellos (Jn. 14:23). Como Espíritu puede hacer que todo lo que Él es y tiene sea completamente real para los discípulos (Jn. 16:13-16). Como Espíritu Él vino para reunirse con Sus hermanos, la iglesia, a fin de anunciarles el nombre del Padre y alabar al Padre en medio de ellos (He. 2:11-12). Como Espíritu Él puede enviar Sus discípulos a cumplir Su comisión consigo mismo como vida y como el todo para ellos, de la misma manera que el Padre lo envió a Él (v. 21). De esta manera ellos están calificados para representarlo con Su autoridad en la comunión de Su Cuerpo (v. 23) a fin de llevar a cabo Su comisión.
El Señor era la Palabra, y la Palabra es el Dios eterno (Jn. 1:1). Él dio dos pasos para llevar a cabo el propósito eterno de Dios. En primer lugar, Él dio el paso de la encarnación para llegar a ser un hombre en la carne (Jn. 1:14), para ser el Cordero de Dios a fin de efectuar la redención a favor del hombre (Jn. 1:29), para dar a conocer a Dios al hombre (Jn. 1:18), y para manifestarles el Padre a Sus creyentes (Jn. 14:9-11). En segundo lugar, Él dio el paso de la muerte y la resurrección para ser transfigurado en el Espíritu, a fin de poder impartirse en Sus creyentes como vida y como el todo de ellos, y de producir muchos hijos de Dios, Sus muchos hermanos, para la edificación de Su Cuerpo, la iglesia, la morada de Dios, con el objetivo de expresar al Dios Triuno por la eternidad. Por lo tanto, originalmente Él era la Palabra eterna; luego, por medio de la encarnación Él se hizo carne para realizar la obra redentora de Dios, y por medio de Su muerte y resurrección llegó a ser el Espíritu para ser el todo y hacerlo todo para completar el edificio de Dios.
El Evangelio de Juan testifica que el Señor es
1) Dios (Jn. 1:1-2; 5:17-18; 10:30-33; 14:9-11; 20:28),
2) la vida (Jn. 1:4; 10:10; 11:25; 14:6)
3) la resurrección (Jn. 11:25). Los caps. 1—17 demuestran que Él es Dios entre los hombres. Los hombres se ven en contraste con Él como Dios. Los caps. 18—19 demuestran que Él es la vida en medio de la muerte. La muerte, o el entorno de muerte, contrasta con Él como vida. Los caps. 20—21 demuestran que Él es la resurrección en medio de la vieja creación, la vida natural. La vieja creación, la vida natural, contrasta con Él como resurrección, cuya realidad es el Espíritu. Puesto que Él es la resurrección, solamente es hecho real para nosotros en el Espíritu. Por lo tanto, finalmente, Él es el Espíritu en resurrección. Él es Dios entre los hombres (caps. 1—17), Él es la vida en medio de la muerte (caps. 18—19), y Él es el Espíritu en resurrección (caps. 20—21).