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Capítulos de libros «El Evangelio de Juan»
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  • El primer día de la semana, o el día después del Sábado, significa un nuevo comienzo, una nueva era. En Lv. 23:10-11, 15, se ofrecía al Señor una gavilla de las primicias de la cosecha como ofrenda mecida el día después del Sábado. La gavilla de las primicias era un tipo de Cristo como las primicias en resurrección (1 Co. 15:20, 23). Cristo resucitó precisamente el día después del Sábado. Con Su muerte todo-inclusiva Él puso fin a la vieja creación, la cual fue completada en seis días, después de lo cual vino el día de Sábado. En Su resurrección Él hizo germinar la nueva creación con la vida divina. Por lo tanto, el día de Su resurrección fue el comienzo de una nueva semana, una nueva era. El día de Su resurrección fue designado por Dios (Sal. 118:24), fue profetizado como “hoy” en Sal. 2:7, fue predicho por Él mismo como el tercer día (Mt. 16:21; Jn. 2:19, 22), y más tarde fue llamado por los primeros cristianos “el día del Señor” (Ap. 1:10). Ese día Cristo nació en resurrección como Hijo primogénito de Dios (Hch. 13:33; He. 1:5) y como el Primogénito de los muertos para ser la Cabeza del Cuerpo, la iglesia (Col. 1:18).

  • La resurrección del Señor había sido lograda; sin embargo, para descubrirla los discípulos debían buscar al Señor en amor. De este modo María la magdalena la descubrió, y recibió la manifestación fresca del Señor y la revelación del resultado de Su resurrección: Su Padre es el Padre de los que creen en Él, y los que creen en Él son Sus hermanos (v. 17 véanse la notas 2 y 3). Pedro y Juan solamente supieron acerca del descubrimiento; María obtuvo la experiencia. Los hermanos estuvieron satisfechos con tener fe en el hecho de la resurrección del Señor, pero una hermana fue más allá y buscó a la persona misma, el Señor resucitado, es decir, procuró experimentar personalmente al Señor. El Señor siempre estuvo allí, pero sólo se manifestó en el v. 16.

  • Todas las cosas que fueron quitadas del cuerpo resucitado del Señor y que quedaron en el sepulcro, representan la vieja creación, la cual Él llevó sobre Sí al sepulcro. Él fue crucificado y sepultado junto con la vieja creación. Pero Él, al resucitar, salió del sepulcro dejando allí la vieja creación, y llegó así a ser las primicias de la nueva creación. Todas las cosas que quedaron en el sepulcro eran un testimonio de la resurrección del Señor. Si estas cosas no hubieran sido dejadas en orden, Pedro y Juan habrían podido creer (v. 8) que el cuerpo del Señor había sido llevado por alguien. Sin embargo, que hayan sido dejadas en orden fue para ellos una señal de que el Señor había resucitado. Estas cosas habían sido ofrecidas al Señor, y Sus dos discípulos, José y Nicodemo (Jn. 19:38-42), lo habían envuelto con ellas. Lo que ellos hicieron para el Señor en su amor por Él, llegó a ser muy útil al testimonio del Señor. (Lo mismo se aplica a lienzos en el v. 6).

  • Véase la nota Jn. 20:51.

  • El Señor no solamente es la vida, sino también la resurrección (Jn. 11:25). Así que, la muerte no puede retenerlo (Hch. 2:24). Él fue a la muerte voluntariamente para llevar a cabo Su obra. Cuando terminó Su misión, salió de la muerte y resucitó.

  • Lit., lamentándose; así también en los vs. 13, 15.

  • El día que el Señor resucitó, ascendió al Padre. Ésta fue una ascensión secreta, fue el cumplimiento final de la ida que predijo en Jn. 16:7, y ocurrió cuarenta días antes de Su ascensión pública, la cual se llevó a cabo ante los ojos de los discípulos (Hch. 1:9-11). En la madrugada del día de resurrección, Él ascendió para satisfacer al Padre, y más tarde, al anochecer, Él regresó a los discípulos (v. 19). El Padre debe ser el primero en disfrutar la frescura de la resurrección, así como en tipología las primicias de la cosecha eran traídas primeramente a Dios.

  • Anteriormente, el término más íntimo que el Señor había usado al referirse a Sus discípulos era “amigos” (Jn. 15:14-15). Pero después de resucitar, comenzó a llamarlos “hermanos”, porque mediante Su resurrección Sus discípulos habían sido regenerados (1 P. 1:3) con la vida divina que fue liberada por Su muerte que imparte vida, como se indica en Jn. 12:24. Él era el grano de trigo que cayó en tierra, murió y creció para generar muchos granos, a fin de producir un solo pan, el cual es Su Cuerpo (1 Co. 10:17). Él era el único Hijo del Padre, es decir, la expresión individual del Padre. Por medio de Su muerte y resurrección, el Unigénito del Padre llegó a ser el Primogénito entre muchos hermanos (Ro. 8:29). Sus muchos hermanos son los muchos hijos de Dios y son la iglesia (He. 2:10-12), la expresión corporativa de Dios el Padre en el Hijo. Ésta es la intención final de Dios. Los muchos hermanos son la propagación de la vida del Padre y la multiplicación del Hijo en la vida divina. Por lo tanto, en la resurrección del Señor, se cumple el propósito eterno de Dios.

  • Por medio de Su muerte y Su resurrección, que imparten vida, el Señor hizo que Sus discípulos fueran uno con Él. Por lo tanto, Su Padre es el Padre de Sus discípulos, y Su Dios, el Dios de ellos. En la resurrección, ellos tienen la vida del Padre y la naturaleza divina de Dios que también el Señor posee. Al hacerlos Sus hermanos, Él les impartió la vida del Padre y la naturaleza divina de Dios. Al hacer que ellos tengan a Su Padre y a Su Dios, Él los ha llevado a Su misma posición —la posición de Hijo— delante del Dios y Padre. Así que tanto interiormente, en vida y naturaleza, como exteriormente, en cuanto a su posición, ellos son iguales al Señor, con quien ellos han sido unidos.

  • Esta reunión de los discípulos puede considerarse la primera reunión de la iglesia antes de Pentecostés. Esta reunión se llevó a cabo para cumplir Sal. 22:22, según He. 2:10-12, para que el Hijo pudiera declarar el nombre del Padre a Sus hermanos y alabar al Padre en la iglesia, la cual está compuesta de Sus hermanos.

  • Aunque las puertas estaban cerradas, el Señor entró con Su cuerpo resucitado (Lc. 24:37-40; 1 Co. 15:44) en el lugar donde estaban los discípulos. ¿De qué manera pudo haber entrado, puesto que tenía carne y huesos? Nuestra mente limitada no puede entenderlo, pero es un hecho. Debemos aceptarlo conforme a la revelación divina. Así se cumplió la promesa que Él hizo en Jn. 16:16, 19, 22.

  • Éste fue el cumplimiento de la promesa del Señor en Jn. 16:22. Ahora ellos se regocijaban debido a que vieron al niño recién nacido (Jn. 16:21), quien era el Señor resucitado, nacido en resurrección como Hijo de Dios (Hch. 13:33). El Señor cumplió Su promesa y regresó a Sus discípulos, trayéndoles cinco bendiciones:
    1) Su presencia,
    2) Su paz,
    3) Su envío o comisión (v. 21),
    4) el Espíritu Santo (v. 22)
    5) Su autoridad, con la cual ellos podían representarlo (v. 23).

  • Véase la nota Jn. 1:61.

  • El Señor envió a Sus discípulos consigo mismo como vida y como el todo para ellos. (Véase la nota Jn. 17:181a). Ésta es la razón por la cual, inmediatamente después de decir: “También Yo os envío”, les impartió el Espíritu Santo al soplar en ellos. Al impartirse con Su soplo en ellos, Él entró como Espíritu en los discípulos a fin de permanecer en ellos para siempre (Jn. 14:16-17). Por lo tanto, adondequiera que los discípulos eran enviados, Él siempre estaba con ellos. Él era uno con ellos.

  • Éste era el Espíritu que se esperaba en Jn. 7:39 y que fue prometido en Jn. 14:16-17, 26; 15:26 y Jn. 16:7-8, 13. Por lo tanto, cuando el Señor infundió el Espíritu Santo en los discípulos al soplar en ellos, se cumplió la promesa que Él había hecho acerca del Espíritu Santo como el Consolador. Esto difiere de Hch. 2:1-4, donde se cumplió la promesa que había hecho el Padre en Lc. 24:49. (Véase la nota Jn. 14:171a). En Hch. 2 el Espíritu, como un viento recio y estruendoso, vino en forma de poder sobre los discípulos para la obra (Hch. 1:8). Aquí el Espíritu como aliento fue infundido como vida en los discípulos para su vivir. Cuando el Señor con Su soplo infundió el Espíritu en los discípulos, Él se impartió en ellos como vida y como el todo. De esta manera, todo lo que había dicho en los caps. 14—16 se pudo cumplir.

    De la misma manera que caer en la tierra para morir y crecer transforma el grano de trigo en otra forma, una forma nueva y viviente, asimismo la muerte y la resurrección del Señor lo transfiguraron en Espíritu. El Señor como el postrer Adán en la carne llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), por medio del proceso de la muerte y la resurrección. Así como Él es la corporificación del Padre, asimismo el Espíritu es la realidad de Él. Fue como Espíritu que Él se infundió al soplar en los discípulos. Como Espíritu es recibido en los creyentes y fluye de ellos como ríos de agua viva (Jn. 7:38-39). Fue como Espíritu que mediante Su muerte y resurrección volvió a los discípulos, entró en ellos como su Consolador, y comenzó a morar en ellos (Jn. 14:16-17). Como Espíritu puede vivir en los discípulos y hacerlos aptos para vivir por Él y con Él (Jn. 14:19). Como Espíritu Él puede permanecer en los discípulos y hacer que ellos permanezcan en Él (Jn. 14:20; 15:4-5). Como Espíritu Él puede venir con el Padre a los que le aman y hacer morada con ellos (Jn. 14:23). Como Espíritu puede hacer que todo lo que Él es y tiene sea completamente real para los discípulos (Jn. 16:13-16). Como Espíritu Él vino para reunirse con Sus hermanos, la iglesia, a fin de anunciarles el nombre del Padre y alabar al Padre en medio de ellos (He. 2:11-12). Como Espíritu Él puede enviar Sus discípulos a cumplir Su comisión consigo mismo como vida y como el todo para ellos, de la misma manera que el Padre lo envió a Él (v. 21). De esta manera ellos están calificados para representarlo con Su autoridad en la comunión de Su Cuerpo (v. 23) a fin de llevar a cabo Su comisión.

    El Señor era la Palabra, y la Palabra es el Dios eterno (Jn. 1:1). Él dio dos pasos para llevar a cabo el propósito eterno de Dios. En primer lugar, Él dio el paso de la encarnación para llegar a ser un hombre en la carne (Jn. 1:14), para ser el Cordero de Dios a fin de efectuar la redención a favor del hombre (Jn. 1:29), para dar a conocer a Dios al hombre (Jn. 1:18), y para manifestarles el Padre a Sus creyentes (Jn. 14:9-11). En segundo lugar, Él dio el paso de la muerte y la resurrección para ser transfigurado en el Espíritu, a fin de poder impartirse en Sus creyentes como vida y como el todo de ellos, y de producir muchos hijos de Dios, Sus muchos hermanos, para la edificación de Su Cuerpo, la iglesia, la morada de Dios, con el objetivo de expresar al Dios Triuno por la eternidad. Por lo tanto, originalmente Él era la Palabra eterna; luego, por medio de la encarnación Él se hizo carne para realizar la obra redentora de Dios, y por medio de Su muerte y resurrección llegó a ser el Espíritu para ser el todo y hacerlo todo para completar el edificio de Dios.

    El Evangelio de Juan testifica que el Señor es
    1) Dios (Jn. 1:1-2; 5:17-18; 10:30-33; 14:9-11; 20:28),
    2) la vida (Jn. 1:4; 10:10; 11:25; 14:6)
    3) la resurrección (Jn. 11:25). Los caps. 1—17 demuestran que Él es Dios entre los hombres. Los hombres se ven en contraste con Él como Dios. Los caps. 18—19 demuestran que Él es la vida en medio de la muerte. La muerte, o el entorno de muerte, contrasta con Él como vida. Los caps. 20—21 demuestran que Él es la resurrección en medio de la vieja creación, la vida natural. La vieja creación, la vida natural, contrasta con Él como resurrección, cuya realidad es el Espíritu. Puesto que Él es la resurrección, solamente es hecho real para nosotros en el Espíritu. Por lo tanto, finalmente, Él es el Espíritu en resurrección. Él es Dios entre los hombres (caps. 1—17), Él es la vida en medio de la muerte (caps. 18—19), y Él es el Espíritu en resurrección (caps. 20—21).

  • Es decir, Gemelo.

  • El Señor vino después de Su resurrección para reunirse con Sus discípulos, comenzando la noche de ese primer día. Así, en cuanto a la resurrección del Señor, es crucial reunirse con los santos. María la magdalena se encontró con el Señor personalmente en la mañana y obtuvo la bendición (vs. 16-18), sin embargo, de todos modos necesitaba estar en la reunión con los santos en la noche para reunirse con el Señor de manera corporativa, a fin de obtener más abundantes y mayores bendiciones (vs. 19-23). Tomás perdió la primera reunión que el Señor tuvo con Sus discípulos después de resucitar, y no recibió todas las bendiciones. Sin embargo, él compensó esto al asistir a la segunda reunión (vs. 25-28).

  • Éste era el segundo primer día de la semana, el segundo día del Señor después de Su resurrección.

  • Esta reunión puede considerarse la segunda reunión de la iglesia, y se llevó a cabo con la presencia del Señor antes de Pentecostés.

  • Después de haber venido el Señor, en el v. 19, lo cual ocurrió ocho días antes de esta venida, no se expresa claramente en el relato de Juan ni hay indicio alguno de que el Señor hubiera dejado a los discípulos. De hecho, Él permaneció con ellos, aunque no eran conscientes de Su presencia. Por lo tanto, Su venida, en el v. 26, fue en realidad Su manifestación, Su aparición (véase la nota Jn. 21:12a). Antes de morir el Señor estaba en la carne, y Su presencia era visible. Después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu, y Su presencia era invisible. Las manifestaciones o apariciones que hizo después de Su resurrección tenían como fin adiestrar a los discípulos para que se percataran de Su presencia invisible, la disfrutaran y vivieran en ella. Esta presencia es más accesible, prevaleciente, preciosa, rica y real que Su presencia visible. En resurrección Su adorable presencia era simplemente el Espíritu, el cual Él había impartido como soplo en ellos y el cual estaría siempre con ellos.

  • El Evangelio de Juan demuestra clara y deliberadamente que el hombre Jesús es el propio Dios (Jn. 1:1-2; 5:17-18; 10:30-33; 14:9-11).

  • El Cristo es el título del Señor según Su oficio, Su misión. El Hijo de Dios es el título que tiene por Su misma persona. Su persona tiene que ver con la vida de Dios, y Su misión se relaciona con la obra de Dios. Él es el Hijo de Dios para ser el Cristo de Dios. Él obra para Dios por medio de la vida de Dios, a fin de que los hombres, al creer en Él, tengan la vida de Dios para llegar a ser los muchos hijos de Dios y obrar por la vida de Dios a fin de edificar al Cristo corporativo (1 Co. 12:12), cumpliendo así el propósito de Dios acerca de Su edificio eterno.

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