Las tres secciones previas de este libro, que tratan sobre la gloria del Señor (cap. 1), el juicio de Dios (caps. 2—32) y el recobro que el Señor efectúa (caps. 33—39), redundan, todas ellas, en el edificio santo de Dios (caps. 40—48). El propósito eterno de Dios consiste en obtener un edificio que sea la mezcla de Sí mismo con Su pueblo escogido. Todo cuanto Dios realiza entre Su pueblo así como entre las naciones de la tierra tiene por finalidad Su edificio. Esto es confirmado por Apocalipsis, un libro paralelo a Ezequiel y que concluye con el edificio máximo y final de Dios: la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2-27; 22:1-5).
Después de la destrucción del templo que edificó Salomón (2 R. 25:8-9), el templo fue reedificado por quienes regresaron del cautiverio en Babilonia (Esd. 3:6-13; 6:13-15). Después, este templo fue reemplazado por el templo de Herodes, construido en cuarenta y seis años (Jn. 2:20). El templo de Herodes fue destruido el año 70 d. C. por el ejército romano liderado por Tito (Dn. 9:26; Mt. 23:38; 24:2). Ni el templo edificado en tiempos de Esdras ni el templo edificado en tiempos de Herodes representó el completo recobro del templo edificado por Salomón. Sin embargo, el templo de la visión de Ezequiel era más que un completo recobro del templo de Salomón. Aunque el templo mismo era de igual tamaño que el edificado por Salomón (Ez. 41:2, 4; cfr. 1 R. 6:2), un número de detalles relacionados con las puertas, los atrios y las edificaciones alrededor del templo según son descritos en la visión de Ezequiel indican que el templo de Salomón fue agrandado. Por tanto, comenzando con la tienda de Abraham (véase la nota Gn. 13:181a), continuando hacia el tabernáculo, después al templo de Salomón y concluyendo con el templo revelado en la visión de Ezequiel, se produce un continuo agrandamiento progresivo del edificio de Dios en el Antiguo Testamento. Este agrandamiento representa el aumento continuo en la experiencia de Cristo que tiene el pueblo de Dios (cfr. la nota 1 R. 6:21a). El edificio de Dios en el Antiguo Testamento prefigura el edificio espiritual de Dios en el Nuevo Testamento, el cual comienza con Jesucristo, el Dios encarnado, como tabernáculo de Dios (Jn. 1:14) y templo de Dios (Jn. 2:19-21), avanza hacia la iglesia, el Cuerpo de Cristo, que es el agrandamiento de Cristo (Ef. 1:22-23; 2:20-22), y consuma con la Nueva Jerusalén, que es la manifestación y agrandamiento máximos del edificio de Dios en la eternidad (Ap. 21:2-3, 15-17).
El cumplimiento literal de las visiones del edificio santo de Dios presentadas en los caps. 40—48 ocurrirá en la restauración, cuando el Israel restaurado reedifique el templo y la ciudad de Jerusalén a fin de morar con Dios en el milenio. Los significados espirituales de todos los detalles concernientes a este edificio deben ser aplicados a los creyentes neotestamentarios en calidad de componentes del edificio espiritual de Dios: la iglesia.