En el Nuevo Testamento, esto es el Hades (véase la nota Mt. 11:231d). Satanás quería exaltarse a sí mismo hasta lo extremo del norte (v. 13), pero Dios juzgó al rebelde Satanás, sentenciándolo a ser arrojado de los cielos a la tierra y, después, al Seol, a lo más profundo del abismo (vs. 12, 15; Ez. 28:17). Véase Lc. 10:18 y la nota; Ap. 12:9 y la nota 1. Debido a que la rebelión de Satanás contaminó no solamente la tierra sino también los cielos (véase la nota Col. 1:204 y la nota He. 9:231), tanto la tierra como los cielos fueron juzgados por Dios. Como resultado de ello, el sol y las estrellas no resplandecieron, y toda la tierra estuvo cubierta de tinieblas y fue sepultada en lo profundo de las aguas (Gn. 1:2; Job 9:5-7).
Según Ap. 12:4a y Ap. 12:9b, un tercio de los ángeles del cielo se unieron a Satanás en su rebelión. Ellos también deben haber sido juzgados por Dios (cfr. Mt. 25:41), después de lo cual se convirtieron en ángeles caídos, subordinados a Satanás en su posición como principados, autoridades, gobernadores del mundo de estas tinieblas, huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Ef. 6:12 y la nota 2; véase la nota Dn. 10:111). Las criaturas que vivían en la tierra durante la era preadamítica también se unieron a Satanás en su rebelión. Después que fueron juzgadas por Dios mediante agua (Gn. 1:2), se convirtieron en espíritus incorpóreos, esto es, los demonios (Mt. 8:28-32; 12:43-45), quienes se alojan en las aguas con que fueron juzgados (véase la nota Mt. 8:322 y la nota Ap. 21:13) y trabajan en la tierra en pro del reino de las tinieblas de Satanás (Mt. 12:26; Hch. 26:18a; Col. 1:13a).